Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

Cuidado con las Begonias

El verdadero poder es el poder sobre uno mismo.

Cualquier otro es una tiranía injustificable.

Michel Onfray

 

Era un infante egoísta que tenía un país como juguete. Su doctrina era la guerra. Para liberarse se entrevistaba con las águilas negras en su palacio que estaba en la capital. En las noches meditaba a quiénes internaría en la ciénaga y cómo lucrarse del circo que dirigía. De qué manera dejar escrita la fábula de los sepulcros. Podría metaforizar esta realidad, hacerla paralela, no obstante los días de fértil miseria impiden que sea un poeta. El infante no conoció mi frase busca tu luz sin apagar las demás. ¡Ni falta que hacía! Sólo soy un delirio que se internará en el olvido. Espejismo de una voz múltiple que aún cree en una parte de la humanidad, en los creadores de las cloacas cuyas palabras brotan con el calor de las marchas ensangrentadas. A veces pienso si todo esto no debería causar risa. Pero no estamos para reír ante la muerte adjudicada a diestra y siniestra: es muy veloz esta forma de sangrar y en la vida gana el que llega de último. ¡No quiero más infantes egoístas! Y a él le digo con Antonin Artaud: “a mí no me gusta que me presenten gente que no conozco”. La sustantivación del “yo”, sin embargo, no nos permite crear un lenguaje común y aquí me quiero contradecir: dialoguemos con la familia del mundo. ¡Para vivir de otro modo, hay que hablar de otro modo! Pero sólo ves una posible salida en esta encrucijada: desaparecer a quien no piensa como tú, ¡comértelo vivo! ¿Un camino que niegue otros posibles hasta eliminarlos? ¡De ninguna manera! Existen múltiples rutas, al menos ocho he reconocido en mi cuaderno de geografía. La rosa de los vientos lo sabe. Y además está la de quedarse quieto, callado, observando. Ésta es la forma más sabia de avanzar. Aunque suena un poco a desinterés, a dejar que Dios haga de las suyas. De tumbo en tumbo me muevo por esta enfermedad mental. ¡Yo, que no soy sabio! De todos modos mi dirección está cada vez más hacia adentro. Para encontrarme debo olvidar qué es lo que tanto buscaba en medio de la pelotera. Si no, sólo hallaré desolación. Hablo de preparar la guerra en nosotros mismos. De aceptar que cada uno de nosotros es para sí mismo su más “íntimo” enemigo, y es suficiente. Muy a mi pesar, estoy cansado. Me deshago y esfumo, no ambiciono seguir. Cumplo con dejar una señal. Podría servir a alguno, tal vez. Y para terminar esta innecesaria explicación, te/los dejo con unas palabras del jardinero Wittgenstein: “Ignoramos que estamos sobre una roca alta y estrecha y que hay hondonadas a nuestro alrededor en las que todo se presenta bajo un aspecto completamente distinto”. ¡Abre tu horizonte y buen rumbo!

 

Fotografía: Ayran Oberto

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