Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

LA PATRIA SON LOS AMIGOS

Yo y están siempre en un diálogo vehemente:

¿cómo soportarlo si no hubiese cerca un amigo?

Nietzsche

Para existir, no me basta con pensar. Se me hace necesario hablar, escribir, cantar; hacer uso de la alteridad, de una actitud que posibilite mi comunicación con el otro. Porque es en el otro que me articulo al mundo. No me basta con pensar; debo ir hacia los demás, al acogimiento de su presencia.

Se es en la propia afirmación que se refleja en los múltiples rostros que son los demás. En su mirada, como recalcaba Estanislao Zuleta, está nuestra humanidad. Es en el mundo de la relación donde se hace real la realidad, donde la imaginación se refleja y nos dona su capacidad de ir hacia el horizonte. Pensar es hacer del gesto y la palabra una suma de galaxias que nos hagan “pertenecer” a alguien, que nos lleven a la ofrenda y la celebración.

Es en el cuerpo donde el vínculo cobra sentido. En su sentirse proximidad se hace gozo lo que acontece. ¿Qué sería de nosotros, solos en el hierbal de la duda? ¿Sin nadie que nos reconozca? Buscamos reconocimiento del mundo que son los demás; nuestra soledad es el rayo que brota en dirección a la fiesta de la vida: la comunicación humana, el ser humano comunicado.

Estar en soledad es disponerse para la contienda que el mundo ha dejado en nuestra memoria; es comprender la herencia de lo vivo que ha dejado para nosotros el lenguaje al que llegamos como inéditos visitantes; es conociendo la lengua que instaura nuestro hogar como nos hacemos seres de comunicación.

Una vez se tiene un lugar, buscamos con la mirada a quienes parecen ver lo mismo que nosotros hemos visto. Esto propicia seguridad y buen rumbo en el empeño de seguir con la existencia. Pero también nos da una alerta sobre la bondad de dirigir al otro hacía sí mismo: el mayor acto de amor, según Saint-Exupéry. Pedir a alguien que nos siga, es poner en el otro la cadena que lo convertirá en nuestra sombra; y sombra sobre sombra no aclara nada, es un hecho.

Si alguien llega a nosotros libremente, sin otra intención que el crecimiento mutuo, y aceptamos y prolongamos la compañía, podremos declarar la amistad. Y la amistad, como recalcaba Kundera, “es la prueba de que existe algo más fuerte que la ideología, que la religión, que la nación”.

En la amistad el reconocimiento es mutuo, siempre y cuando estemos dispuestos a aceptar su condición de respeto, lealtad y solidaridad. Es allí donde los hombres se declaran diferentes sin necesidad de controversias que vayan más allá de un pensamiento crítico, siempre mediado por el amor. Participar de una relación en que se revele la fortuna de saberse libres, nunca seguidos ni tiranizados, es la amistad que necesitamos.

Es en la amistad donde se asiste a nuestra humanidad y, en ella, suele potenciarse la vida de los próximos. Es en este llamamiento a la philía donde podemos tomar distancia sin empantanar el fluir del río que desemboca en el mar de las grandes cosas, es decir, en lo simple de la existencia.

Ser amigo no es estar siempre de acuerdo. No se trata de aceptar, sino de respetar las decisiones del otro, lo que de su camino viene siendo, agregado a la virtud, lo que en él viene sucediendo como virtud. Porque sin la virtud (y llamo virtud al agradecer y recordar la mutua ayuda en los momentos en que se hace necesaria) no es posible la amistad.

Dialogar con la supremacía de un “nosotros” que intenta restablecer al otro en la dinámica de lo vivo, sin ninguna ostentación de superioridad, es digno de la amistad. Sólo en la amistad tenemos experiencias que nos transforman por su familiaridad con lo amado del mundo, porque también el mundo puede ser amado.

Antes de ser amantes debemos ser amigos. Aunque muchas veces al amarnos, al permitir el espacio para el juego que resulta del apetito, podemos concebir la amistad que nos da apertura al goce de sabernos cuidados, protegidos. Porque la amistad es ante todo un cuidado del otro, saber cuidar al otro a cada momento.

Ser amigos nos ofrece la garantía de que se conservará la intimidad de nuestro hablar, cuya respuesta cuidará el camino de quien nos ha permitido entrar en su vida; sin el interés de complacencias y falsas retribuciones que solo propiciarían una transacción “útil” y eficaz para una negociación, nunca para una amistad verdadera.

Tener un amigo es la única posibilidad de respirar con la intención de crear mundo, de ser dueños de nuestra propia forma de sentir y contemplar el acontecer de las cosas. Entre amigos podemos reír sin atajos, decir lo que nos venga en gana sin ningún temor, o deleitarnos con un silencio sereno y sin exigencias. Lograr un silencio propiciatorio, un límite amoroso y comprensivo, no es fácil. Alcanzar una acariciadora distancia, es cuestión de tiempo y dedicación.

Maurice Blanchot, realzaba que “debemos renunciar a conocer a aquellos a quienes algo esencial nos une. Es decir, aceptarlos en la relación con lo desconocido en que nos aceptan a nosotros también, en nuestro alejamiento. La amistad, ese vínculo sin dependencia donde cabe toda la sencillez de la vida, pasa por el reconocimiento de la extrañeza común que no nos permite hablar de nuestros amigos, sino hablarles directamente; no hacer de ellos un tema de conversación, sino el acuerdo de que hablándonos personalmente (aun en la mayor familiaridad) podemos hacer de la distancia, de aquello que separa, de lo que nos es intraducible, una sincera cercanía, una relación siempre viva”.

Hay una amistad, un verdadero amor, cuando podemos estar en silencio con el otro, sin angustia ante el peso de la presente ausencia, del alejamiento propuesto por Blanchot. Cuando dicho alejamiento se hace reparador y sabio, las palabras que lo bordean producirán una sana convivencia, una realización de lo que intentamos ser. Una vez nos damos al otro y éste nos recibe nuestro ser completo se integra en el plano de la reciprocidad, sin objetivos previos, sin esperanzas puestas en una recompensa, y es por esto que es tan difícil concebir una amistad.

Somos seres humanos sumergidos en un campo de relaciones utilitarias, amaestrados ya por la mercantil manera de ser en la posesión y el dominio. Pensando siempre en un progreso personal, buscamos derrotar a los demás; preparamos su caída sin ningún tipo de escrúpulos. Y nos imponemos esperando recibir el respeto que, en algunas ocasiones, se traduce en el miedo que despertamos.

Cuando hacemos presencia ante los demás con ínfulas de grandeza, de autoridad indiscutible, solo recibiremos la hipócrita cercanía de aquellos que quieren participar del botín; entonces la fantasmagoría violenta de una falsa amistad nos dará la mano con guantes de aceite: la mano traicionera que se quedará a nuestro lado, mientras va preparando nuestra ruina.

La guerra divide para disgregar y producir la adicción a los tiranos y los esclavos de toda índole, los enemigos de la vida, los incapaces de amistad, los simpatizantes de la opresión, los paranoicos en el poder y su gleba de creyentes”, eso es lo que nos recuerda el filósofo antioqueño, Ricardo Ospina. Y este tipo de trampas en que nos mete la costumbre de seguir a los demás y dejar de lado lo que nos corresponde personalmente, se debe a la falta de perspicacia y de una decidida manera de actuar; es producto del temor a la soledad, a la falta de atrevimiento y de hacernos a un camino propio.

Por eso, vive de tal manera que los pasos que des sean amables: nunca se sabe que está sucediendo en el interior de quien te recibe. Y como ya nos lo dijeron, hay que lograr que los demás puedan reconocer la ventaja de poder vivir sin que los acercamientos sean siempre un forzoso desencuentro. Ten en cuenta las palabras de Pitágoras: “demórate en concebir una amistad, y aún más en deshacerla. Y recuerda siempre que si tu amigo comete una falta, debes escribirla en la arena”.

Busca personas edificantes: para caer cualquier hueco es bueno. Los espejismos te pueden jugar malas pasadas; todos tenemos algo de espejismo, no te retires al primer desencanto. Todos tenemos lugares que debilitarían lo que otros esperan encontrar en nosotros. No guardes expectativas que excedan lo que podrías hallar en los demás. Ten paciencia, en todo caso: si miras, si escuchas con atención, encontrarás a las personas indicadas, llegarán sin que te des cuenta. Cuando estés con ellas, cuando seas reconocido por su amistad, no las pierdas de vista.

Por todo lo anterior y lo demás que tú consideres válido, ten presente a tus amigos. Aunque no visites con frecuencia a quien sea que consideres digno de amistad, es la patria que deberás cuidar.

Víctor Raúl Jaramillo

Medehollín, comuna 13, septiembre 21 de 2019

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