Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

Que no vuelva a pasar

El viernes 19 (de agosto) termina un largo proceso judicial para esclarecer y generar responsabilidades penales por el asesinato del adolescente Juan Camilo Giraldo, “Morocho”.

Aunque muchas personas en el Estado hicieron lo que debieron hacer con el Estado que tenían para entonces, estamos en una ciudad donde las tragedias no dejan de solucionarse con otras tragedias: cuatro jóvenes sentenciados a largas condenas nos hacen sincerarnos sobre el drama y la incapacidad de la cárcel para motivar cambios amables en las personas.

Aunque uno siente un alivio de que estos cuatro jóvenes no terminen asesinados, se siente también que son cuatro vidas que perdimos sin remedio.

Llegamos muy tarde.

Llegamos muy tarde a donde estos cuatro pelados a los que el juego se les volvió irreversibles. Nadie los pudo detener del frenesí y la sicosis que los hace asesinos hasta el final.

Llegamos aún más tarde para salvar la vida de Morocho.

¿Cómo matizar la falta que nos hace Juan Camilo? ¿Cómo corregir la tristeza de esa abuela? Estamos en el terreno de lo irreversible.

Y todavía llegamos tarde para que siete familias desplazadas vuelvan a su barrio, recuperen su bienestar y su calidad de vida.

Un Estado que no es capaz proteger a sus ciudadanos en su vecindario la verdad es que no sirve para nada. El homicidio es prioritario de atender, pero el gobierno necesita de la sociedad civil y necesita de cambios culturales. Sin embargo, la Alcaldía de Medellín debería de solucionar por encima de cualquier asunto el desplazamiento intraurbano.

¿Cómo es posible que no haya una política clara y un gran protocolo de retorno para el desplazado intraurbano?

A veces nos sentimos sin salida en Colombia. El absurdo gigante del asesinato de Juan Camilo, luego entender que la forma de protegernos y mejorar un poco las expectativas de vida es aislar con la cárcel a unos pelados.

Ante lo común del medio, la caricatura de hace una década sigue funcionando: ingresemos todos a la cárcel y dejemos a los mafiosos afuera.

La cárcel colombiana puede encabezar una buena lista de fracasos como Estado–Nación. Parece que mientras más débil el Estado y más extraviada su clase política –allí en la izquierda y allí en la derecha– las medidas de mano dura y el populismo punitivo es mayor.

Lo que necesitamos no es un país de venganzas sino ciudades de tenaces primeras oportunidades y reales segundas oportunidades. Lo que necesitamos no es ni siquiera castigar a los asesinos sino una radical y segura no repetición que con los años vaya borrando el rol del asesino totalmente.

La sabiduría de las víctimas es muy grande: he aprendido de ellos –y en especial de ellas– que del dolor puede emanar una gran generosidad.

La petición más fuerte de las víctimas es que no vuelva a pasar.

Que no vuelva a pasar…

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