Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

SOBRE INTERROGAR Y RESPONDER CON MIRAS A UNA CULTURA DE SIGLO XXI

 

(reescritura después del salto)

 

Si no tenemos claras las palabras,

las acciones nos saldrán mudas.

Ayarda

 

 

El hombre, como ser que se interroga, también plantea respuestas a su interrogarse. Estas respuestas, por lo general, están acompañadas de una dosis de certeza. En este caso, dudar, serviría para clarificar qué es aquello que responde al propio interrogar. De esta manera aquello que responde, no siempre, y en los ámbitos del lenguaje común, establece un carácter de verdad. Incluso, y para ir más lejos, el carácter común puede continuar un error; esto es, cuando una comunidad cree y piensa de una manera unívoca en algo, no deviene por ello que ese “algo” sea verdadero.

 

Aquello que se piensa como respuesta al interrogar particular, difícilmente pasará a ser obra universal. En efecto, la gran mayoría de las personas, asumen de una manera propia su responder: los hombres se hablan a sí mismos sin el ánimo de transmitir. Se sienten seguros en su cueva. No obstante, hay que tener en cuenta que si se existe, no se hace única y exclusivamente en el interior, sino por la relación con el otro y lo otro, por el galopar de la alteridad. De allí que se piense en hombres y en mujeres que respondan de manera efectiva y afectiva al hecho de hacer lenguaje. Y esto quiere decir, aprendiendo a no tener la razón. Todo, porque hay distintas formas de interrogar, derivando en diferentes maneras de responder. Es, pues, imperioso, abrir el oído, aprender a escuchar. De esta forma la relación de un yo con un , con un él, devendrá diálogo reparador. Además, porque hay que tener presente que en cada uno de los hombres descansa la humanidad entera.

 

¿Cómo no respetar y solidarizarse con la íntima forma de pensar? ¿Cómo no atender a las respuestas que el propio pensamiento impele? Se puede reconocer que si escuchamos nuestra voz, estamos escuchando la voz del mundo; y cuando escuchamos la voz del mundo, estamos escuchando nuestra propia voz. Es prudente, entonces, entrar a responder que, además de respetar y solidarizarse el hombre consigo mismo, que además de atender a su imagen de lo que le ocurre, a su pensamiento, podrá en cierto sentido, escuchar  y comprender el entorno en que se ve imbuido. Es así como ampliará su concepción del mundo haciendo lenguaje efectivamente y podrá aceptar al otro y al mundo de lo presente en consonancia con lo que vive. Tolerante, hasta donde sea posible, y en la mutua ayuda.

 

Es necesario establecer un diálogo con los demás y lo que acontece, para fundar una decisión abierta que responda a los múltiples interrogantes que derivan de este mundo caósmico y sin sentido que pierde su horizonte. El malestar actual, donde la imposición y el descrédito de las instituciones incrementan la rebeldía y el acto fundado en el desorden de lo social, en la ruptura y la búsqueda de la libertad a toda costa, adolece de claridad y de argumentos. Pasa gritando y con paso apresurado: la sociedad es una masa amorfa de intereses determinados por el ámbito del sentido disperso, atomizada en plurales interpretaciones que, en muchas ocasiones, no encuentran sustento; la cultura, alejada de la realidad viva, encauza al hombre en una corriente ficticia que lo dispone para olvidarse de sí mismo y su estar siendo hombre en una violencia difícil de aceptar para la mayoría, que niega al próximo con la muerte experimentada en su desaparición y su seguido duelo.

 

Por este motivo, igual que en otros tiempos, la cultura reinante se ha visto transformada por poderes que estigmatizan lo individual y lo grupal, cuando lo que se vive es diferente, pretendiendo suprimir las formas de ser donde se cimenta lo plural-humano, los sentidos de su pensar, disipando de sus experiencias el tiempo creador, arrojándolo a una “empresa necesaria” que lo sostiene alienado en una razón común acrítica e irreflexiva que malgasta y desbarajusta. Declarar que la sociedad y los individuos que la conforman no aceptan la extrañeza frente a lo que de continuo viven, por no tener conciencia de lo que les atraviesa la piel, por olvidar el fundamento de los sueños y anhelos que los invitan a crecer en paz, significa que viven tal y como lo planteaba Heráclito: dormidos. Y que su padre es la guerra.

 

Es que esta batalla, este sangrar que aquí se denuncia, es más fácil de llevar que el desafío con la intimidad del hombre mismo; la pugna diaria de lo establecido que se nos enrostra como única posibilidad, pretende enviar a la tumba a aquellos cuidadores de la tierra que han reconocido su trampa, y no es “humanizando la guerra” como nuestros problemas se solucionarán. Es acabándola. La manera que propongo es que el ser cansado entre en sí mismo, aunque esto implique representaciones desgarradoras, ya que este mismo entrar le dará el conocimiento suficiente para encontrar la salud: estando en relación consigo mismo, con sus fantasmas, con sus demonios, el homo-humano alcanzará a comprender y clarificarse para crearse inédito y festivo y acercarse a los demás, que también han estado en la tarea, con serenidad, respeto y el ánimo de convivir sanamente.

 

De allí que haya que atender a una voluntad de crear que deviene transformación, correspondencia con el lenguaje del cambio y la naturaleza de lo anónimo, para, fusionándose con la memoria y la imaginación, lograr aclarar la vida, muchas veces entorpecida por el deseo de llegar a ser lo que no se es. Vivir “como si”, en la fantasía, puede llevar a que se olvide la principal tarea; es decir, alcanzar a saber quién se es realmente. Y hay que recordar que saber quién se es, ese conocerse a sí mismo, entrega el regocijo, encausa al hombre y a la mujer nuevos por el fluir de las aguas tranquilas que ya nadie puede detener; o sea, los acerca a la realidad de lo propio, sin  evadir el mundo cotidiano con los demás y el del horizonte, pues, de alguna manera, se va más allá siempre, aunque esto sea ilusoria presencia. Si ampliamos el hecho del caminar que conduce a una tarea meditativa con el propio interrogar, se llegará a un responder lo justo sobre dicho caminar. Además de ponerse en contacto con lo que se viene siendo en el devenir de lo viviente.

 

Lo preciso es caminar, donde la meta es cada uno de los pasos que se dan, el lugar de donde parte el próximo paso. Si es que se quiere. El camino siempre está haciéndose y es cosa singular. No se puede en la individualidad seguir los pasos ya recorridos de los demás ni su historia. En esto se fundan algunos, sin embargo, para romper toda conexión con el pasado, intentando arrancar de cero. Y esto no es posible. Sólo hay que mirar comprensivamente lo que ha legado la humanidad y resignificarlo si no es propicio para el caminar actual, presente, participando del lugar donde se está, es decir, en lo que cuenta.

 

Caminar, aquí, es interrogar, responder y comunicar aquello que impele a los hombres y mujeres que se dan cuenta de su hora final, de la destrucción del planeta. Por ello, habría que conjugar pregunta y respuesta de forma creativa, incrementando el conocimiento de las cosas y lo que constituyen en el constante padecimiento de la vida, en la angustia de saberse mortales, no obstante el acogimiento que ofrece la claridad del estar-ya-cesando. Lo que hay que acentuar, es que el ser humano partícipe de la voluntad de crear, de su destello que preña, se pueda retirar, de alguna manera, del bullicio de la cotidianidad para luego de meditar y conformar su obra, estallarla en el plano de lo habitable, justificarla en el terreno de lo común, sin perder su particularidad. Estando presente en el aquí del mundo: aprendiendo a ser más poeta, más sabio.

 

Pero esta soledad podría hacer perder el camino si no se fundamenta de manera tal que, el ser humano feliz y su amada convivencia, sean la meta. Hablar de las condiciones que aquejan corresponde al lenguaje, y este corresponder es un oír que incumbe al mandato del silencio. Así lo sugiere Heidegger. El habla se activa sólo si se nutre de la escucha, si atiende a la correspondencia del silencio y la soledad; de esta manera se vinculará a lo creador del lenguaje. Mismo que determinará la acciones del ser del hombre en las inmediaciones del mundo, como lo proponía Wittgenstein. Por tal razón, es preciso interceder con un diálogo reparador para que el interrogar pueda acusar cierto responder ecuánime, en vías de la dignidad humana y de la liberación de las riquezas que, entre otras cosas, han sido arrebatadas con sangre y fuego. Esta dignidad y esta liberación, cifradas en el movimiento singular que se potencia en lo colectivo, capacitará al presente para crear, por medio de la transindividualidad, una sociedad pacífica y con conciencia, con correspondencia entre el saber ser y el saber hacer, entre la autonomía y el ocurrir de lo ajeno, entre el yo y el que, por ser distintos, han sido malentendidos como “enemigos”.

 

En consecuencia, esto deriva en una manera de proceder que pondrá en pleno el ejercicio de la palabra con una dinámica que será acción de los hombres entre sí, de los pueblos y las naciones entre sí, para elucidar la solución a la crisis de la cultura actual, de su desquiciada forma de tener sin ser. Tal vez, no sea demasiado atrevido decir que la sociedad planetaria, en estos momentos de modernidad amalgamada o transmodernidad, de globalización y fundamentalismos enquistados, pueda trabajar por la construcción de una actividad que permita la apropiada y equitativa distribución del conocimiento y los recursos, y busque, como fin a la indiferencia, el enriquecimiento de las prácticas que desean la justicia social y el empoderamiento del hombre y la mujer singulares, creadores y libres. Para esto, se pide un frenar ante la presencia del otro y su diferencia, así como ante la naturaleza y las culturas orgánicas de pueblos y estados, y conocer a lo otro y los otros como a los otros de nosotros mismos, tal y como lo exhortaba Gadamer, a fin de lograr una participación recíproca y transparente. Quizá sea utópico, pero necesario como contestación a nuestro inquietarnos por lo viviente en esta cultura caósmica de siglo XXI. Hagámoslo.

 

 

Tomado de mi libro: Sin Tapujos (2015)

Imagen de autor (a) desconocido (a)

 

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