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Ternura y muerte: primera vez

Ella era la única parte de mi mundo que no estaba compartida con nadie. Sin intermediación de nadie, sin ayuda de ningún santo la conocí porque era una vecina y yo que no me sabía ningún chiste así también la besé sólo por hacerla reír. Una vez conversamos en las escaleras de su casa hasta las doce de la noche un viernes, un sábado ocho días después fuimos a cine a las 6 de la tarde y nunca más la volví a ver, es decir, nos vimos cuatro veces. Nos conocimos a una edad donde los adultos dicen que uno no se enamora, pero también donde todas las ideas apuntan a que uno no conoce la muerte y mucho menos se muere.
Murió en un accidente de tránsito era una frase que me llegó tamizada por un portero y una “muchacha del servicio”, no me acuerdo si no entendía, no quería entender o buscaba en mi precoz obsesión palabras más burdas para lo que es soez, siempre, en todo caso: la muerte. “Estaba pasando la calle y la atropellaron.” No me acuerdo si fue al portero o a la empleada doméstica a la que le dije algo acompañado con un insulto, pero sé que fue así que conseguí que se desatara lo único que le dio un lugar claro a mi dolor (asfalto, suelo): “la cogió un bus”.
Al poco tiempo sentí rabia y resentimiento que fuera un bus y hoy siempre que huelo un bus me acuerdo de ella pero toda envuelta en tragedia y desazón. Nunca hice nada más allá de la cuenta, no sé dónde está enterrada y ya casi olvido su nombre, pero aún hoy que tengo tragedias que son más mías, más devastadoras y más legitimas, todas las citas de horror que tuve y no tuve con mi primera novia muerta entran, se derraman sobre mí, cada vez que aparece un nuevo dolor.

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