Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

Crack, El Salvador

Crack es el sonido de algo que se rompe. El crack es ilegal, se sale de la norma. Crack es un parche para acceder a programas modificando su código original de funcionamiento. El crack es el responsable de una felicidad y euforia tan grandes que hace que se enganche hasta el más aconductado. El crack es el jugador que de repente va a hacer algo fuera de orden y que va a cambiar la situación del juego sin que nadie lo espere.

Víctor es Crack, así se hace llamar desde que un día alguien se le presentó como Jazz, y a él eso le pareció tan singular que no se quedó atrás y le respondió, yo soy Crack. Suena fuerte, hasta agresivo, dice él, pero no se olvida fácil. Así han sido muchos de los performances que hace, no se olvidan fácil. Es fácil que lo reconozcan en la calle y en la prensa como el “come-papeletas”, después de que anuló su voto literalmente comiéndoselo como protesta por la poca representatividad que ejercían los candidatos hacia el pueblo y por los serios cuestionamientos de corrupción que recaían sobre el candidato más fuerte.

Es que en Crack hay una sensibilidad especial por las cuestiones sociales que lo llevan a una búsqueda permanente por movilizar, por expresar inconformidad y por revelar aquello oculto o que se volvió paisaje para la mayoría. No es difícil que se venga a la cabeza el concepto “artivismo” acuñado y usado cada vez con más frecuencia. En este caso es Crack quien nos remite a esas acciones en el espacio público, con esos mensajes que quiere regalar a cualquiera que pase.

“Tratar de dejar de ver el arte y la vida como cosas totalmente desconectado. El arte está en todas partes”.

“(El deseo es) quitar esa posición vertical entre el artista, la obra y el espectador. Preferir hablar de facilitadores y participantes y pensarse cómo el participante se vuelve un facilitador también”.

Pero antes del activismo, Crack recuerda cómo llegó primero a explorar el arte. Desde muy pequeño en clases de pintura, luego en el colegio dibujando ideas, más adelante estudiando diseño gráfico y luego en el Museo Municipal Tecleño, en Santa Tecla, el municipio del que proviene.

“Mi madre me metió a clases de pintura y dibujo (…) tengo esa imagen de estar haciendo un paisaje con mar y sol en un atardecer”.

Recuerdos más nítidos tiene de la vez que un profesor del colegio, que acostumbraba requisar a los estudiantes buscando licor o cigarrillos, no le encontró nada entonces siguió buscando en sus cuadernos donde encontró un dibujo. Era una persona con la cabeza cortada y un cuchillo, una cabeza de hombre, pero unos pies de mujer, esto le costó la suspensión de tres días del colegio. Lo que hicieron fue enseñarle la cobarde censura.

El colegio también lo convenció por un tiempo de que debía ser ingeniero de sistemas, pero empezaron a aparecer las ganas inocultables de expresarse, de romper esquemas, de no seguir un patrón. Terminó seducido por el diseño gráfico que le daba herramientas para comunicarse por medios digitales y acercarse a las artes visuales.

En algún punto, Crack también hace un balance sobre las herramientas publicitarias que le parecen tóxicas y manipuladoras porque tienen el objetivo unidireccional de vender. Mientras que él ve el arte como una forma de intercambio porque él sale a exponer unas ideas y a aprender de las reacciones. Él sale a sembrar preguntas con sus acciones simbólicas, pero no entrega verdades. Él también cambia en la exposición, se conmueve, se divierte, comprende, se frustra y en algunos casos también cree que pudo ser mejor su acción y su reacción.

Ha tenido exploración por distintas técnicas y no deja catalogarse por alguna en específico, él es artista y es activista y también por estos tiempos es “aprendiz de memes”, bromea.

“Empecé con arte digital y luego con arte de objeto porque me parece muy interesante la redefinición de objetos. También como los espacios blancos son bastantes restringidos entonces empezamos a hacer intervenciones con objetos en espacios públicos”.

Dice “empezamos” porque conformó un colectivo con más artistas en el Museo Municipal Tecleño “que fue una cárcel de presos políticos y que con la llegada del gobierno de izquierda terminó como un museo”. El espacio se volvió sitio de reunión de artistas que como Crack querían hacer cosas poco convencionales y que querían explorar otros lenguajes y entender qué otros dispositivos podían encontrar para que el arte  generara mayor incidencia política y ciudadana.

Así nació The Fire Theory. Los cuatro miembros iniciales y otros que llegarían más adelante, empezaron a explorar cómo podían hacer exposiciones y también tener un sustento económico.

“La situación económica y la falta de un sistema de arte contemporáneo en el Salvador los hizo autocurarse”.

Con esta red artística ha conseguido hacer residencias, vender piezas y exponer otras en el exterior y hasta en MARTE, el Museo de Arte del Salvador, donde lo vimos en un video arrojando un pupitre hasta destruirlo en el marco de una serie de protestas estudiantiles.

La política salvadoreña es un tema bastante recurrente en sus acciones y denuncias. La creación y perpetuación de injusticias y violaciones de derechos que vienen desde la clase dirigente es una preocupación visible en Crack. Él se ve a sí mismo desfilando por temas de memoria, medio ambiente, problemas de consumo, injusticias, derechos humanos y se engancha a causas y movimientos. Se unió a Los Siempre Sospechosos de Todo, un movimiento ciudadano que nace luego de una detención ilegal de un joven al que policías le ponen una libra de marihuana para justificar su captura.

“Se han posicionado como un movimiento contundente, con acciones simbólicas y que se ha caracterizado por presentar propuestas pacíficas pero agresivas a la vez”.

Uno de los escenarios en los que no le ponen falta de asistencia, es en las elecciones. Además de la papeleta ha seguido expresando allí sus preocupaciones y tristezas con relación a lo que puedes esperar de los salvadoreños. También los sitios cotidianos de la gente se han convertido en escenario de sus instalaciones: una plaza, una calle, o un mercado en el centro de la ciudad. Esos espacios los recorrimos en la última parte de la entrevista, cuando lo acompañamos a buscar en el centro de la ciudad y en las profundidades de estrechos boulevares improvisados, los materiales para una exposición que tendría en algunos días. Caminamos a paso rápido, comprando una lámpara aquí, unos audífonos allí y más allá compramos casi una decena de hamacas con la asesoría de unos de los tantos “padrinos” que ha saludado Crack desde que nos montábamos a un bus.

“(hago instalaciones en…) espacios donde uno puede preguntarse y compartir, convivir con otras personas. Generar espacios de apertura es el propósito”.

La resignificación de objetos en esos espacios es el logro para hacer una crítica que se entienda y entretenga: una hamaca en la entrada del mercado colgando entre dos personas, el ataúd blando, unas esposas, una trompeta para pegarle chicles masticados y el megáfono que dice “masticar chicle es gratis, pégamelo a mí, es lo que sale de tu boca”.

“Cómo la gente traduce lo que vive, cómo lo toma, cómo se tropicaliza la ignorancia. Pero hablarlo desde una horizontalidad, tratando de traducir eso, porque también soy parte de esa ignorancia”.

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Fuentes

  • Entrevista a Crack Rodríguez en El Salvador, 2019.

 

 

 

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