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Cristóbal Peláez y la piedad de la irreverencia

Decir Cristóbal Peláez no es lo mismo que decir Matacandelas, pero casi; lo que pasa es que se le ha ido pegando mucho, como un capitán al que la madera del barco se le mezcla con la piel. Uno se da cuenta que el Matacandelas tiene una propia historia y personalidad que ya no depende de nadie, pero Cristóbal explica que él ha sido el más cabeciduro y el más sedentario de los primeros fundadores.

Este envigadeño fue obrero y el hijo de una tendera que amaba Serenata (un programa de televisión de música tradicional). Durante muchos años fue presentada como la directora del colectivo teatral, probablemente porque fue ella la que con una sola llamada supervisaba la taquilla y ponía orden.

“Ese trabajo mijo suyo es hasta bonito, porque yo me pongo a pensar: cuánta gente va allá y cuánta ha ido, y es gente que queda entretenida y deja de hacer fechorías”.

Esa parte increpando al público quedó en la obra Juegos Nocturnos 2, una obra que muchos preferimos llamar Velada Patafísica. Es quizá la escena que más conmoción causa, una risa que no es una cosa cualquiera porque está cuestionando el lugar del entretenimiento y de la manipulación. Personajes de la obra de Alfred Jarry -medellinizados por Peláez- pertenecen a la “Imaginación” y en un momento descubren a los espectadores, entonces uno le pregunta al otro, ¿qué son y qué hacen? Y el mayorcito contesta, son “Población” y están en “receso de fechorías”.

Así de importante ha sido la mamá de Cristóbal. Pero para volver a Cristóbal deberíamos de ir hasta una niñez feliz donde tuvo un hermano que le decía qué leer, Cristóbal siempre tuvo maestros de lectura. En esa época Cristóbal soñaba con ser botánico, pero también era muy mal estudiante y no era fácil que la familia incurriera con algún gasto universitario o incluso su sostenimiento. Aunque ya en el colegio “perdía el tiempo” con presentaciones teatrales, la vocación por la botánica explica porque siempre lo más maravilloso para él -una especie de obra de arte perfecta- son los árboles.

Un buen día a un carisellazo de una moneda compró un tiquete para un barco que lo llevó a España. Compró el viaje a cuotas trabajando dos meses más en una fábrica como obrero. Nos cuenta que era la época en la que se decía constantemente “que era una güeva”.

Cuatro años de locura intensa donde una buena parte se la pasó conectado con compañías teatrales. Cuando volvió la insistencia era montar un grupo. Él explica que el teatro tuvo una fundación de fundadores que fueron tres y luego una de convocados que fueron nueve.

En el primer momento de Héctor Javier Arias, Eduardo Murillo y Cristóbal Peláez había un mandato muy claro de literatura y música. Es bonito pensarse cómo se impusieron otro rigor al tener que convertirse en un grupo muy musical, con un Cristóbal Peláez casi sordo, pero que fue siempre reclutando a actores y actrices músicos y él se fue inclinando -aún después de que los fundadores lo dejaran solo- no sólo a escribir, sino a cuidar los textos y esa tradición literaria -con algún autor importante siempre de respaldo-.

En los siguientes nueves llegó algo muy bonito: el foco de la niñez. Uno de los convocados insistía en que hacer un teatro para adultos era muy pretencioso. Nos atrevemos a decir que también llegó algo como la radio, un teatro que usa grabaciones. Esa historia la cuenta Cristóbal ligada a un estímulo y un gesto audaz y aristócrata -o de mucha elegancia rebelde- de no guardar o pensar timoratamente en un dinero asistencial, sino volverse un teatro distinto a todos en sus luces y en su sonido. La intervención que empezó a tener el teatro de unos sonidos bien grabados y ecualizados era en su época inesperada para un grupo de Medellín y hoy sigue siendo un sello que se sigue puliendo entre luces y escenografía a veces simple, pero siempre de factura impecable.

Peláez cuenta que al grupo una vez les dijo que no podían pensar como una papayera en la que se repartían todo cada fin de semana; “el verdadero artista no pide sino dos cosas: su pan y su arte”. Ya en ese entonces Cristóbal era el veterano del grupo y empezó a aplicar lo que se aplicaba a sí mismo antes de partir a España, recordarse y recordarles que estaban aprendiendo, que aún no eran nada sólido a nivel artístico.

Luego vendrían las sin salidas, del par de expulsiones y la estafa con la que también los sacaron de una casa. Finalmente, con ayuda de la cooperativa Confiar llegar a donde estaban en el 2019 para quedarse y por fin volver a lo que él reconoce como su naturaleza -con breves interrupciones-: el sedentarismo.

La personalidad del Matacandelas no puede ser ya sin esa casa y la casa define a Cristóbal como parte de la casa, el perfecto anfitrión -aunque hayan más-. Para los que no viven en Medellín, se trata de una casa en pleno centro, en un lugar cerca de todo, pero en una calle donde uno siente que no había nada y ahora lo hay todo, un destino obligado.

Uno llega y está en un gran salón donde hay cierta mística porque se empieza a sentir ese aire de patio protegido por las paredes gruesas de las casas antiguas; uno siente que se es parte de algo, de una tradición rebelde o una elite sin tierras y sin títulos cuando detalla ese piso de mosaicos, por todo el abuelengo que reposa en fotos, es que toda la casa habla. Dentro de las pinturas, las frases y las fotos -para reafirmar una constelación de estética y filosofía que se complementa- hay un cuadro de Luigi María Musatti y si caminamos más -pero no nos adelantemos mucho- hay un cuarto que dicta “Cuarto de Ex Luigi”.

“Luigi María Musatti, él nos decía siempre: en un montaje no se les olvide la piedad, la misericordia, pero no en el sentido cristiano del término que es una mierda; los griegos no tenían eso, sino hospitalidad y amistad”

“Yo no monto obras de teatro, yo dirijo misas” -dijo en una entrevista Luigi-.

Luigi se enamoró del grupo y se dio el gusto de dirigirlos varias veces, pudimos apreciarlo en Ego Scriptor que es una obra sobre el pensamiento y también la vida misma de Ezra Pound; la vida trágica y la obra perfecta para trabajar la piedad.

Una vez uno de los moradores del teatro, entendiendo que estos no tienen en común gustos intelectuales, ni condiciones sociales, a veces ni siquiera personalidad, sino simplemente estar enamorados del Matacandelas, dijo que “el Matacandelas era un lugar para descansar del mundo”.

Uno sigue para adentro en la dirección del público y se encuentra con un callejoncito para fumadores, aunque Cristóbal fuma en todas partes. Yo creo que en ese callejón donde antaño entraban las bestias desde la calle, allí siempre he visto las estrellas -de día y de noche-. La primera vez que fui en ese corredor al aire libre había velas prendidas, como en pequeños altares mexicanos.

En el callejón, los baños, y hay gente que va al Matacandelas sólo por los baños: los baños están también llenos de cositas o mensajitos (más que todo recuento de obras), pero ahí el agua es mejor, corre más fresca. Al gastarse el doble en los baños en la primera reforma, a Peláez le costó una buena pelea: él quería que como una fonda el Matacandelas estuviera en un cruce de caminos, pero no quería un baño de estadero.

Ya en la función el espacio funciona tan bien que uno se olvida de este. Finalmente, todos nos hacemos con el tiempo amigos del Matacandelas, entramos por el carnaval o simplemente volvemos a pasar a saludar y subimos a las oficinas, que siguen pareciendo una casa en el árbol, allí un buen retrato de Marx y luego el corazón de la casa, que creemos que no es el teatro (el teatro serían los genitales y el útero), el corazón es la cocina. Allí, Cristóbal es bueno para cocinar y hasta allí ha llegado su incidencia a la hora de generar hábitos y rutinas de alimentación, que se vuelven más que seguido en rituales de fiestas y carnavales teatrales con comida sencilla muy bien preparada.

Entre los recovecos hay un espacio casi alado desde donde se ve el edificio Coltejer que se llama el Osvaldario y un espacio un poco más alto, pero que a veces está lleno de reblujo teatral. Ya si uno baja por otro lado se encuentra la curia de muchos teatros con el vestuario en los camerinos y un lugar que también es importante para guardar los instrumentos musicales. O sea que la magia sí es real o, como diría Brecht, es puro trabajo.

Desde ahí, volviendo a entrar hacia la salida, pero parando muchas horas en una convocadora (una mesa ritual), descubre que el grupo tiene como integrantes al pintor Memo Vélez, a la pianista Teresita Gómez y al poeta Jaime Jaramillo.

Las obras son muy buenas, de hecho, a Antioquia ya le prestó un servicio incalculable haciendo el mejor y más intenso resumen de la obra de Fernando González en Velada Metafísica. Llegar a Medellín y ver esa obra es la mejor forma para entenderlo todo. Pero aquí queremos insistir que la casa es una obra de arte atípica y que hace sentir a tantos parte, en una ciudad de la que uno cada tanto se quiere escindir, hay una mística casi igual de importante que la obra teatral.

El mismo calendario de preparación de chorizos, de alcancía, de la molienda teatral y de la fiesta de fin de año es algo delicado y vital para muchos sin lo que no fuera posible querer a Medellín o por lo menos tolerarla. Un poco más a fondo Weimar Hoyos repite en varias conversaciones que el éxito de Cristóbal es que es “muy papá”. Los colegios, los adolescentes y el teatro infantil le gusta de verdad, por lo que hay que entender que los niños y los adolescentes se le han ido creciendo.

No puede haber una historia más linda que la de Juan David, bautizado desde entonces como Buñuelín. Cuenta la leyenda que estaban allí en un ciclo de cine en sobre Luis Buñuel, escucharon un ruido y era él casi adolescente, escondido, viendo las películas. Lo increparon sobre cómo iba a pagar las funciones y lo pusieron a trabajar, pero lo que les interesaba no era el pago del ciclo de cine, sino adoptarlo. En el 2019 ya es el director del colectivo teatral Matacandelas.

“Lástima que Matacandelas no pueda decir somos un grupo más numeroso, hay muchos pelados que quieren y vienen” -dice Peláez.

La irreverencia de Cristóbal es abrirnos esa burbuja sin la que no pudiéramos respirar.

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Fuente

  • Entrevista a Crístobal Pelaez en el 2012.
  • Conversación con Weimar Hoyos.
  • Asistencia a la obra Juegos Nocturnos 2, Velada Metafísica y Ego Scriptor.

 

 

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