Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

De luces, sombras y matices

Por: Víctor Raúl Jaramillo

 

Al maestro Alexis Vélez Rodríguez lo podríamos comparar con un chamán shivaista: fiel a los ciclos de transformación en cuya fortaleza no está cifrada únicamente la convulsión, sino también una apreciable serenidad producida por el meditado fluir de los acontecimientos expuestos en su obra. Obra radical por donde se la mire.

El magnetismo de sus cuadros nos atrapa y nos enrostra la realidad como una oleada de magia y ensueño. El carácter de la forma, el temple de sus trazos, la dimensión personal de los colores, sus inquietantes atmósferas, nos distancian de los productos de la moda con que nos vemos envueltos cuando no se reconocen obras como la de este artista colombiano.

El endemoniado surgir de los símbolos y su sólida crítica a los valores gastados de la sociedad, nos animan a pensar —tal y como es necesario pensar— sobre estos momentos en que nos aterrorizan los más primarios instintos de una humanidad encantada con la desolación.

El racionalismo estricto se ve atenazado por el más antiguo cantar que, en relación con la historia y la condición de idea-fuerza, nutren la obra pictórica en cuestión. En ella se afirma una dialéctica que es leída a través de la cotidianidad, siempre tratando de develar el entramado de los oscuros deseos y la relegada potencia de sabernos parte de la belleza.

En esta obra en particular, podemos encontrar un cauce de visiones irrebatibles que generan en nosotros una apertura a la conciencia lúcida, al pensamiento crítico y a las dimensiones plurales de las formas que con enérgica voz nos muestran el envés de la costumbre.

Alexis Vélez no cree en una realidad absoluta, pero batalla para que su cumplimiento esté presente y pueda darnos respuestas individuales y vías de acceso para comprender esa apócrifa limitación de masas ciegas que caen en la trampa de la cultura y su espectáculo.

La obra de esta artista desnuda nuestros más recónditos temores, nuestras más primitivas y no tramitadas intenciones: su manera de tratar los temas y sus variados matices, podría ser asumida como tema obligado por quienes tienen un febril interés por reconocer la plena existencia.

Sus cuadros se establecen en los terrenos de la vida vivida y en la aceptación de la muerte y sus consignas. No una muerte cualquiera, sino aquella que interrogando lo que somos, nos conduce a la naturaleza de lo que podríamos llegar a ser. Porque cada uno de sus atavíos pictóricos evidencia el carácter de otra perspectiva, la cercanía de una nueva sensibilidad, la extrañeza de cada uno de sus espectadores.

El hombre moderno, que es un hombre histórico, necesita de las huellas que el arte comparte con su entrañable futuro, con el mensaje otra vez puesto en uso del pasado. Es decir, la tradición y su ruptura no están de más, y nos convocan a una manera singular de ver el presente.

En la obra de Alexis Vélez Rodríguez vemos acciones que, más allá de las coyunturas creadas por la estética y sus contrastantes propuestas, se cruzan con los dominios de lo onírico para acentuar la objetividad de un mundo que es llevado, desde lo caótico, hacia un cúmulo de fuerzas ordenadoras que lo actualizan hasta hacerlo posible.

Su obra es y será contemporánea, un ir y venir a la visión y los encantos de lo naciente que nos aguarda para ofrecernos su sentido. Este artista rescata la hondura de un ser humano que se piensa a sí mismo en íntima relación con los demás. Su obra conjuga un constante preguntar por las manifestaciones existenciales en que se evidencian sus personales riesgos.

Alexis Vélez nos lleva de la mano y testimonia el mal de nuestras sociedades: sus drogadas concepciones de libertad y la insostenible destrucción que nos ahoga. El resultado es una psiqué estallada, coronada por una observación precisa, sagaz ante la entelequia tecnocrática que impone su delirante anhelo de poder. Una puesta en escena de esa desmemoria demencial de la que muchos no quieren saber.

Entonces el artista desnuda con sus tramas e imágenes, con sus particulares asombros, con sus manejos y técnicas, una danza que toca a sus espectadores y los reinventa, que los pone frente al dolor y la crueldad con una inigualable crudeza e ironía que no se desborda en lo monstruoso, sino que adopta la sutileza de quien sabe narrar lo que puede ser narrado y lo que no.

La dimensión estética actual se ha generalizado para el bien del marketing y el buen vivir de los artistas. En ellos, en sus ganancias y capacidades de hacerse a la industria artística, se protagoniza el valor o no de una obra. Pero Alexis Vélez es un artista comprometido con la conciencia creadora e invierte el diálogo que lo toca y le hace guiños intentando nublar su mirada con afectados negocios.

Su obra está rebosada de honestidad y se encuentra fuera de un ámbito puramente mercantil. Es el resultado de años de trabajo constante, sin afanes, siempre entregado a lo que un verdadero artista reconoce de su vida vivida y de cada uno de los signos que suelen darse a quien sabe observar y poner en un lenguaje propio lo que nadie más podría, pues, su razón de ser es la obra misma. Nunca los aplausos o las expectativas de sus espectadores o de la fama.

Sentir y pensar de manera inédita y contraria el arte que se hace con un simple reconocimiento por parte de los administradores del mercado, ha sido la condición rectora del ejercicio creador del artista Alexis Vélez. Tal decisión implica una renuncia que lo ha opacado ante las figuras emergentes y demás artistas de nuestro país. Pero ya es hora de hacer ver la importancia de su creación, una obra sólida que debería dejar de ser marginal.

La obra plástica de este artista —porque también tiene un amplio trayecto musical— es cada vez más necesaria en el panóptico general del arte en Colombia. Pese a no haber sido valorada con el entusiasmo que requiere, quienes conocemos de cerca la humanidad de Alexis Vélez Rodríguez y su magnífica producción, sabemos que merece ser expuesta y tenida en cuenta. Es un deber.

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