Manifiesto

Reclamación

1

Reclamamos la media noche y poder ser seres nocturnos.

2

Queremos vidas donde empezar el día sea deseable y los lunes estén morados por nuestros sueños.

3

Reclamamos licencias de enamoramiento.

4

Exigimos indemnizaciones e incapacidades para el desamor.

5

Demandamos impuestos y diatribas para aquellos portadores de una belleza que humilla (y no invita).

6

Exigimos que los premios de arquitectura y los edificios históricos bellos sean usados como moteles públicos (y subsidiados).

7

Demandamos que se recorte la jornada laboral de cada persona que no esté teniendo energía para buen sexo o tiempo para enamorarse (lo suficiente como para que el tiempo o el cansancio no sea un obstáculo).

8

Exigimos que el Estado tenga un listado actualizado con nombre y cedula de todo aquel que está solo y no quiere.

9

Reclamamos que se plante un Guayacán al frente de cada viudo o viuda.

10

Exigimos un semestre de vacaciones cada año.

11

Demandamos que cualquier hombre o mujer despechada pueda viajar tan lejos como quiera (sin costo alguno, ni papeleo).

12

Exigimos que cada muchacho y muchacha puedan volar (en parapente) una vez en su vida

13

Reclamamos que cualquier adolescente tenga el tiempo y los recursos para apropiarse del arte que quiera, sin importar qué tan malo sea.

14

Demandamos cafés, pistas de baile, floristerías y tiendas de helados completamente gratuitas donde la moneda sea un juramento de que quiere querer (con un nombre al final).

15

Exigimos legalizar el amor entre adolescentes y subsidiar el de adolescentes pobres.

Ciudad como política de lo cotidiano

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Amamos esta ciudad, unas facetas, unos surcos, muchas veces en lo subterráneo, en lo proscrito. Esa ciudad la vemos llena de gente amada.  También odiamos esta ciudad con su codicia, la homogenización, sus atajos y sus formas de rebasar al otro.

Lo único que le queda a la política es la ciudad

Esa ciudad cotidiana

La ciudad que se construye desde las búsquedas

La ciudad que se arrebata errante

La que nunca se halla, la que siempre será exploración

Buscamos la ciudad que no ha habido

En la ciudad que queremos no hay combos, no hay mafias, el suicidio no está satanizado pero casi no hay. Desde luego no hay homicidas.

En la ciudad que queremos caben muchos proyectos de vida, muchas maneras, muchos estilos; no hay machismo, no hay homofobia, ni racismo.

En la ciudad que queremos no se estigmatiza al joven, ni se persigue el joven popular, el sexo no es algo oscuro ni mal visto, no hay agresiones físicas, ni violencia económica, ni exclusión, ni mucho menos abusos de autoridad (de hecho hay más servicio público y social que autoridad) y la policía tiene un carácter cívico y comunitario.

En la ciudad que queremos la gente se encuentra más fácil, se enamora sin goteos (fugaz) en esos sueños de estar juntos, se desencuentra y se desprende con más facilidad, sin necesidad de que las transformaciones de las relaciones impliquen dejar de amar, dejar de querer.

La ciudad que queremos es esa donde la velocidad no borra la piedad y la clemencia y erosiona al sujeto. Queremos una ciudad en la que no sea tan fácil que se extravíe lo esencial.

Una ciudad soñada es donde el ruido nos deje escuchar, las luces no encandelillan y nos podamos reconocer. Es una ciudad donde uno pueda ser lo que quiere.

Queremos una ciudad donde caminar, una ciudad nocturna, expuesta en carne viva al arte, rincones donde se pueda cesar para encontrarse con la persona deseada, parques para ir con el preferido o la preferida y belleza que nos deje (nos invite) a enamorarnos.

¿Cuál es el problema con el amor?

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El amor y el lenguaje

El primer problema es de lenguaje.

Ya se dijo que el lenguaje es la morada del ser.

Sin el lenguaje adecuado no se puede postular, no se puede requerir, no hay queja, la desazón no llega a inconformidad y mucho menos a camino.

La palabra amor ya no nos representa. No logramos descifrar qué es lo que no nos deja enamorar, no nos logramos quejar con claridad de ese desespero que nos atañe en varias etapas: cuando no encontramos, cuando estamos solos, cuando queremos estar solos, cuando no nos enamoramos o nos desenamoramos, cuando amamos a alguien que no quiere estar con nosotros, que no nos quiere amar.

Reflexionar sobre amar no nos hace dóciles, todo lo contrario, nos pone en una postura de rebeldía frente a un sistema, un estado de cosas: históricamente el gobierno, amalgamado o impregnado de iglesia, ha hecho del amor algo vulgar, reemplazando lentamente el deseo por el idilio. En la creación de idilios ha contribuido el mercado (como parte también de una misma dirigencia) a hacer del amor algo cursi, algo accesorio, que no nos puede alejar de lo que se nos define como principal: lo laboral.

El Estado ha hecho del amor algo vulgar y el mercado algo cursi. El sistema no está construido sobre ese amar genuino hecho de piel, nuestros deseos viscerales por el otro. Nos quieren traducir el amor en un proyecto de estabilidad, de sensatez.

Si quieren algo práctico de nosotros con este cuento del amar, acá va: el amor es una medida, la mayor medida de calidad humana, la suma de los derechos humanos.

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Arte para desear más

No creemos en una cultura sin arte y no creemos en una sóla. Cuando decimos culturas nos referimos al entrenamiento en soñar (que nos hacemos solos y entre todos) y al arte como embarcación para nuevas emociones, para sentir distinto, duela o no, para sentir en últimas más y muchas veces placer.

El arte es oposición, toda creación es una inconformidad, el arte es crítico (lo demás es artesanía).

Una ciudad para el artista, una ciudadanía con un poco de artista y una sociedad de amantes donde el arte ayuda amar, ayuda a enamorarnos y a mantener un candor que no es circunstancial.

Creación por desacuerdo.

Una forma ilesa de violencia.

Arte para desear más.

Arte para soñar más y tener sueños distintos.

Sueño con sustancia.

Arte, ciudad y amar.

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La construcción de ciudad desde las búsquedas, la ciudad que se arrebata, que se ocupa desde lo cotidiano y desde vagar por ella.

Hablar de la política desde su última sustancia: la ciudad, esa ciudad experimentada.

Buscar con la política el cuerpo, la sensación de amar en el cuerpo, una morada material para ese deseo, que a falta de otra palabra, hemos llamado amor. Y para el amar el mejor vehículo: el arte, el arte también como oposición, como rabia, como una forma inmortal de violencia.

Para amar mejor hacer de la rabia creación.

Asombro y horror (frente al poder)

En Morada se unen las pasiones y el entusiasmo al inconformismo: apreciamos una ciudad, la vida, las redes que se tejen más allá de cualquier nacionalismo o patriotismo, pero estamos en desacuerdo con el resultado del mundo, lo hegemónico en la ciudad, la dirigencia nacional y, sobre todo, la clase política.

Creemos en lo inútil, en lo disfuncional, en lo que se declara al margen. Creemos en oponerse pero, sobre todo, en jugar paralelo, en crear un nuevo lenguaje, en deseos que no estén mediados por el establecimiento. Ignoramos activamente mientras creamos ese mundo para reemplazar esas jerarquías y esas malas ilusiones con que nos controlan.

Desde ahí el trueque, la solidaridad, las otras relaciones y otros mecanismos desde un encuentro con lo esencial, retorno a lo simple.

Arte como fin

Creemos en el arte como objetivo (y no como medio), el arte como factor más puro e intenso en la construcción cultural y la cultura, nuestra cultura como motor para desear más, desear “clarito”, con la sustancia de los sueños, la sensación del otro.

Arte como imaginación, ficción, arte como deseo de una nueva sociedad, aprendizaje de nuevas formas de sentir desde donde relacionarnos trazar metas y cotidianidades.

Medellín (amar y odiar)

Ay Medellín…

Amamos esta ciudad, unas facetas, unos surcos, muchas veces en los subterráneo y en lo proscrito. Qué vivan las clandestinidades de vida, de amor, los cuerpos libres, los desatados de la moral y los inhadaptados que rechazan el éxito y decoro que esta ciudad ofrece.

Esta ciudad la vemos llena de gente amada y también de amigos y amigas que crean en lo colectivo.

También odiamos esta ciudad con su codicia, sus atajos y sus formas de rebasar al otro más notoria en la forma como se amasan fortunas, como se desenvuelve el crimen, como se abusa de la autoridad, pero también presente en miles de relaciones pequeñas y cotidianas.

Por eso hay que torcer la ciudad, excitarla, trasnocharla, mancharla…

Medellín distorsionada: amor nítido.