Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

A las puertas del hades

El viejo convalecía en el cuarto de su alcoba, sí de aquel lugar que lo ha albergado durante su vida; no obstante por la gravedad de su enfermedad, fue trasladado a un hospital de su ciudad.  En el trayecto hacia aquel lugar lúgubre, el anciano sentía nostalgia por salir de su hábitat natural, sin embargo aceptaba salir de allí porque su vida corría peligro y sentía que no era el momento de partir de este mundo.

Ya instalado en el hospital, introducido en uno de esos cuartos con olor a progreso, o sea a lo putrefacto, el viejo se acomodó en una de sus camas y le fue suministrado el oxígeno para poder seguir siendo mantenido con vida.

En aquel estado y en medio de la respiración artificial, el viejo entró en un sueño profundo.  En dicho estado, empezó a realizar un recuento de lo que había sido su vida; pero esas imágenes no eran muy claras ni coherentes, entonces comprendió que de eso están hechos los sueños y la vida..

Pasó una noche “tranquila”, pero al otro día trataba por todos los medios de evocar el sueño que había tenido la noche anterior, hacía esfuerzos inmensos, pero no lograba acordarse de casi nada.

La mañana era clara, por la ventana ingresaba una luz radiante, lo cual reflejaba que el día era muy caluroso y le permitía al viejo imaginarse que el firmamento estaba despejado, esto coincidía con su estado de ánimo.

En la tarde estaban permitidas las visitas para los familiares y amigos, y con el semblante rebosante de alegría, el anciano  se prestaba para recibir a sus seres cercanos; a eso del medio día, llegaron su esposa y su hija, y con ellas ingresaron tres personas que él consideraba sus amigos, un banquero, un político y un cura; sí, eran tres figuras en las cuales el viejo creía y respetaba de una manera considerable; puesto que él había sido concejal, había trabajado en un banco como cajero en sus años mozos, y no había dejado de rezar el rosario y de confesarse, no sé de qué pecados, pero la tradición lo conducía a ello. De estas representaciones que él había tenido, provenía el respeto hacia estos tres sujetos; pero no era simplemente por lo que había sido, sino porque estos personajes también representaban el progreso de su época.

El viejo los saludó efusivamente, y cada uno de ellos le sujetaron la mano y para sus adentros lamentaban el estado en el cual se encontraba, no obstante el banquero pensó para sí que si su amigo moría, no tendría a quien seguirle ofreciendo sus productos bancarios, pues el viejo era un cliente fiel de su entidad financiera, sin embargo no se acongojó mucho, puesto que sabía que su familia heredaría todas las pertenencia y él los envenenaría con toda su oferta bancaria, y su tristeza se fue calmando lentamente. El político empezó a calcular los votos que se podrían ir con la partida del anciano y el problema que tendría para las próximas elecciones parlamentarias, ya que el longevo había sido un gran cacique político de su ciudad. Sin embargo, el político abrazó fuerte a la esposa del anciano y le dio un beso en la mejilla, diciéndole de esta manera que estaba con ella y que la acompañaba en este momento tan desafortunado para la familia, y lo que se le ofreciera él iba a estar atento; de su rostro empezaron a brotar unas lágrimas para de esta manera terminar bien su representación artística y por esta vía conservar la confianza de la esposa del anciano, tratando así de conservar su fortín político. Y el cura, que sabía muy bien el arte de la actuación, había visto la forma tan contundente en la cual sus dos copartidarios habían representado la escena, y él que es un experto en estos temas, no se podía quedar atrás y tenía que adelantar una actuación bien contundente. De su bolso, sacó el agua bendita y la empezó a rociar por toda la alcoba, bañó al paciente con ella y acto seguido, puso el crucifijo en el pecho del anciano. Cuando hacía esta representación, le daba tristeza que el viejo partiera, puesto que él era el que mantenía su parroquia con unos buenos diezmos y se lamentaba porque su estilo de vida iba a disminuir, pero se alegraba porque había sido un buen hipnotizador y la familia del anciano era muy creyente y los diezmos no iban a desaparecer, además sabía que si el viejo moría pronto, él entraría a darle los santos oleos y esto le traería unos buenos dividendos.

El anciano permaneció callado durante todo este tiempo, sólo se dedicó a mirar el rostro de sus amigos cuando lo saludaban, su aspecto empezó a cambiar, ya que vio en los ojos de éstos una mirada turbia, era como si un lodazal de inmundicias recorriera cada una de aquellas miradas.

La percepción del viejo se había fortalecido, pero su aspecto luminoso con el que había amanecido, se había opacado y trató de recordar el sueño que había tenido la noche anterior, para poder alejarse de aquellos intrusos.

Movido por esta sensación de ahogo y de fastidio, su mente empezó a aclararse y trató por todos los medios de recordar el sueño de la noche anterior y lentamente las imágenes fueron apareciendo y su rostro se fue iluminando de nuevo.

Era que el viejo había recordado toda su existencia, desde su niñez hasta la actualidad. Sí, empezó por recordar cuando su padre, un señor fuerte de tez blanca, había venido a la ciudad proveniente del campo con sus seis hijos y su esposa.  Sin tener un lugar fijo en el cual vivir, optó por comprar un lote que le habían ofrecido en uno de los barrios periféricos de la ciudad. El viejo todavía mantenía viva la imagen de aquella tarde en la cual sacaban tierra para construir el piso de la vivienda, recordaba aquella tierra blanca con la cual jugaba mientras que los hermanos grandes y su padre trataban de construir un espacio en el cual se pudieran albergar, pero recordaba aquella tierra en particular, porque el color blanco le había encantado y el olor que ésta emanaba, además porque dicho recuerdo no le generaba malestar, puesto que mientras los grandes trabajaban, éste jugaba con la tierra que estos extraían.

El viejo continuó recordando la niñez tan rica, en medio de las adversidades económicas que tuvo; cómo se las había ingeniaba con sus amigos de infancia para subvertir dichos contratiempos, recordaba el balón que construían cuando llenaban una bolsa de leche con basura y jugar al fútbol en las calles que aún no eran pavimentadas, también la vida tan rica en las calles jugando con sus amigos unos juegos tradicionales que denominaban” chucha”, “pelota envenenada”, o el circo que hacían para recoger fondos y comprar cositas en el puesto de mangos de don Rafa, sí, de aquel viejito creyente en Dios, pero que le tocaba la vaginita a las niñas por un manguito. También siguió recordando cuando perdió su primer año de escuela, por volarse de ella con un amiguito que ya no referenciaba, por estar comiendo chitos y no asistir a clase.

Las imágenes le fluían de una manera diáfana, era como si esta cercanía con la muerte le permitiera estar recordando todo lo que había vivido a lo largo de su existencia. Después de sentir esto, siguió con sus recuerdos infantiles, se acordó de la forma como le tocó inventarse su existencia para poder montar en la rueda Chicago, cómo él y sus amigos los dejaban montar, al medio día, para ganarse una vuelta en esta atracción mecánica, pues esa era la hora que ensayaban esta atracción mecánica; o como les tocaba cargar aserrín para poder asistir al circo, sí, ese espacio mágico en el cual veían los payasos, los magos y miraban con ojos de deseo a la trapecista que se bañaba en la parte de atrás. También cuando jugaba a ser empresario o mejor empleado, de uno de los padres de un amigo suyo que tenía una micro empresa de maracas para las novenas navideñas, y el trabajo consistía en meterles piedras pequeñas por el orificio de los pimpones e instalarles el palo para que sonaran en las novenas.  Toda esta ráfaga de recuerdos se venían de una forma tan clara, que el viejo había entrado en un éxtasis y no quería parar, y siguió haciéndolo, se acordó del manguito de tirita que la hermana le había quedado de traer, pero lo que logró sacarle una lágrima al anciano, fue que recordó cómo el cine se presentó en su vida, y la imagen de las cuatro de la tarde en la cual acudía a la biblioteca del barrio, en dicho espacio proyectaban la película en betamax y cada uno de ellos tenía que pagar cincuenta pesos por el ingreso, pero además tenían que guardar otros cincuenta para comprar el fresquito y el recorte, esa bolsa pequeña de papel en la cual vendían unos pedazos de parva y se gozaba cuando salía un tronco de pandequeso; pero el viejo no dejó de reconocer el espacio parroquial de su barrio y el cine que allí presentaban, donde se socializaba con las personas que acudían a ver la película, pero cuando llegó a este recuerdo, se dio cuenta por qué había llorado cuando ya en su adultez había visto Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore.

Toda esta fluidez de recuerdos continuaron, el viejo recordó cuando les tocaba recoger agua porque en su barrio no había agua potable y se surtían de pozos, de quebradas y posteriormente de carro tanques para que su madre pudiera cocinar los alimentos y asear la casa.  Además recordó cómo en su casa le tocaba dormir con varios de sus hermanos, pues el hacinamiento era una cosa de locos, y cómo le tocaba salir corriendo a pedir un taxi para transportar a su padre al hospital; cuando el viejo recordó este episodio, empezó a llorar, pues esta escena se asemejaba mucho a lo que él estaba padeciendo en este momento; sin embargo, esto no fue impedimento para seguir recordando toda esta serie de escenas de su vida infantil que le parecían encantadoras..

Los que allí se encontraban, no se enteraban de lo que estaba pasando por la mente del anciano, pues no entendían ese resplandor que emanaba de éste, puesto que estos recuerdos lo habían transportado a uno de los momentos más mágicos que había vivido.

El viejo siguió recordando la felicidad que le generó a él y a sus amigos la pavimentada de la calle de su cuadra. No obstante, al recordar esto, se dio cuenta de que para ese entonces ya no era un niño, sino que había ingresado a la adolescencia y de este momento trataba de recordar muchas cosas, pero uno de los acontecimientos que más se le quedó registrado en la memoria, fue cómo ingresó la violencia a su barrio y cómo la felicidad que había traído consigo la pavimentación de las calles de su barrio, ahora estas mismas servían de espacio de circulación de los delincuentes que se habían formado en sus barriadas, pero también de esos otros delincuentes que estaban autorizados para golpearlos, por el simple hecho de ser jóvenes; por su mente pasó la escena en la cual unos agentes de la policía vestidos de civil los iban a matar, y cómo esto lo obligó a trasladarse hacia otro lugar de la ciudad.

Sí, esto se le vino a su memoria, porque si bien había salido de su barrio, con todo lo que lo antecedía, también entendió que era una posibilidad para socializarse y conocer otras personas.

En el paso por aquel barrio y con el fin de conocer otra gente, ingresó a un grupo católico que existía allí, y de una forma extraña, el viejo sintió cómo su creencia se iba decayendo, pues recordaba cómo en aquel grupo juvenil los ponían en unas pruebas horribles de odio al cuerpo, las cuales consistían en contener los envistes de la carne, a arrodillarse por varias horas en lo que llaman la semana santa y en cargar santos; además recordaba cómo se ofrecía en las misas para recoger dinero para mantener el estatus de este grupo de católicos amantes de las comodidades económicas de la vida.

Llegado a este punto, el viejo miró  con cierta repugnancia al cura que estaba a su lado, ya que ahora entendía todo el dolor que se generaba en su cuerpo con las palabras dichas por estos sujetos.  Pero ya entrado en este momento de su “vida” se preguntó cómo se podían seguir sosteniendo semejantes mentiras a costa del propio cuerpo.

Después de haber llegado a estas reflexiones, miró al político que estaba cerca de él y se empezó a acordar de todas las mentiras que había escuchado de muchos de sus colegas cuando estaba en esta edad romántica.  Sí, se acordó de todas las cosas que éstos prometían cuando se acercaba una contienda electoral, del puesto que le habían dado a su padre, de la canalización de la quebrada que pasaba cerca de su casa, del dinero que a diario se robaban y salía como otra noticia más en los medios radiales de su ciudad, pero sin ninguna consecuencia para éstos; se acordaba que las penas sólo existían para alguna gente que conocía y que purgaban varias de ellas por robarse algunas cosas que no tenían mucho valor.

Sin embargo, como la adolescencia y la juventud lo llevan a uno a creer transformar el mundo, se metió en proyectos políticos con el fin de fortalecer los procesos democráticos en su barrio, organizó torneos, barrió calles, participó en contiendas políticas, jugó a ser honesto en un entorno atravesado por la carroña y el sometimiento, y finalmente, pero ya en una edad muy adulta, se dio cuenta de que esto era difícil de transformar, y sus sueños de cambio se volvieron a convertir en momentos de escepticismo.

No obstante, adicional a los recuerdos anteriores, el viejo también recordó todos sus amores y desamores, todos los llantos y las alegrías que le habían generado las mujeres con las que había entrado en contacto; pero cuando recordó estos momentos, el viejo no pudo contener la sonrisa maliciosa que le salía de su rostro.

En fin, el viejo estaba imbuido en todos estos recuerdos cuando su respiración se le estaba agitando fuertemente, pero sabía que todavía no era el momento de partir, porque le faltaba por recordar muchos de los acontecimientos bellos que lo habían atravesado en su vida de adulto.

Su mente se había aclarado de una forma tan bella, que el sueño que la noche anterior se había presentado con tan poca claridad, hoy estaba revestido de otra forma, era como si ese sueño le hubiese aclarado muchas cosas de su vida y se empezó a sentir extraño en medio de aquellos sujetos que lo habían venido a visitar; se acordó de entrada que el amigo banquero, sólo quiso su dinero y fastidiarle su existencia con los productos que le había ofrecido en su vida adulta. Puesto que reconocía que estos tres sujetos no se diferenciaban en nada el uno del otro, del banquero concluyó que vende ilusiones con el fin de que las personas  pierdan cada vez más su independencia como sujetos y estén sometidos a las reglas del mercado y de esta manera ser más sumisos y doblegados en su vida laboral; del político concluyo que es un pobre diablo jugando a ser importante, puesto que ésta es la única manera de soportarse a sí mismo, ya que su existencia es una desgracia en la cual convergen la fatalidad y la mentira; y del último, del más vil de los hombres, o sea del cura, concluyo que con su moralidad y su pensamiento en el más allá, le había contribuido a negar lo más bello que tiene la vida, que es la vida misma en nombre de quimeras sobre el más allá y las supuestas hogueras que lo esperaban si no llevaba una vida correcta, pero el viejo, en medio de este éxtasis recordó cómo muchos de los colegas del cura habían sido denunciados por violar niños y aliarse con delincuentes y no se habían ido para el hades, sino que los habían santificado como unos grandes hombres.

Los tres contemplaban el rostro del viejo de una manera extraña, pero éste seguía imbuido en sus recuerdos, y de un momento a otro reconoció cómo el sueño que había tenido la noche anterior, le había ayudado a reflexionar sobre su existencia y cómo había dejado de vivir lo bello por haberse dejado meter en la cabeza un mundo de ilusiones que en nada coincidían con aquellos momentos placenteros que había vivido en su niñez y en muchos momentos de su vida.

Después de reflexionar sobre el asunto, observó a los tres “amigos” que tenía a su lado, los miró de una manera extraña y acto seguido, como su cuerpo no estaba tan fuerte por los males que lo aquejaban, sacó una fuerza de lo más profundo de su ser, y les gritó con furia, LARGAOS DE AQUÍ ENVENENADORES DE LA VIDA, y al decirles esto, agarró una tabla en sus manos que había extraído de su cama, se la lanzó al banquero y se la chantó en su rostro, al político le escupió el rostro y la vasenilla, que tenía llena de orines, la regó en el rostro del cura, para devolverle así el agua bendita que hacía un rato había rociado en su cuerpo.

Los tres, al ver el rostro furioso del anciano, salieron corriendo despavoridos, pero éste al contemplar el terror que había infringido en ellos, se echó a reír a carcajadas, y mientras lo hacía, todas las imágenes que había vivido a largo de su vida aparecieron de nuevo y trató de estirar las manos para asirlas, pero en ese momento parecía que el mundo se le estaba yendo, sin embargo, sacó un último esfuerzo y abrazó a su esposa, la cual había estado silenciosa a lo largo del encuentro, la besó y abrió la ventana en la cual, por la mañana, había ingresado toda la luz que había iluminado el cuarto, pero al mismo tiempo creyó que ésta le pertenecía y se lanzó al vacío para encontrarse con ella.

 

Adolfo Martinez

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