Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

EL HOMBRE QUE AMABA A LAS MUJERES

Tu credo fue sencillo: amarlas a todas
en la medida humana de tus posibilidades. A ésta
por su espesa cabellera roja, a aquélla por sus piernas,

sus delicados hombros,
su mirada miope, su timidez o su ternura de heroína de novela rusa.
Las amaste tal y como eran.

Sin mentiras, sin falsas promesas de novio o de marido.

Por eso la urgencia de tus peticiones
y de tus gestos limpios
nunca tuvo un rechazo.
Tu credo fue sacrílego en un mundo que ama las generalidades,
las palabras elocuentes, las buenas causas, las mentiras.
Para qué explicarles a los necios
la felicidad de los detalles.
Las amaste a todas, incluso
a la que corría con el pelo al viento
doblando la esquina
y te causó la muerte.
También ellas te quisieron. Y, aunque no lo sepas,
llegaron puntuales a la última cita.
Como fieles sacerdotisas,
te velaron en la forma debida.
Llegaron por montones,
venían del pasado, cada una con la flor de un recuerdo feliz.
Algunas, antes de la entrada al cementerio, apartaron a sus hombres. Porque de eso se trataba: un funeral exclusivo de mujeres.
Nunca lo sabrás, pero te lo digo:

en el instante de la verdad en que la tierra cae sobre el ataúd,
desfilaron una a una y desde abajo
sus talones fueron de nuevo

los compases que circulan el planeta dándole equilibrio y armonía”.
Cuando ya te ibas, te acompañó la vida.
Las mujeres que son la vida.

 

Luis Fernando Afanador

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