Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

Latinoamérica Imaginada por Artistas: ¿Para qué sirve el arte en Latinoamérica?

La primera respuesta pareciera cerrar la discusión con un nada. Pero surge algo importante de la nada y de la acción comprometida con la nada: nada es la provocación de no querer servir, no querer ser funcional o no querer entretener.

¿Qué tiene de malo el entretenimiento? Absolutamente nada. ¿Qué tiene de malo ser conductor o médico? Por supuesto, que nada. ¿Entonces porque no lo llamamos artista al médico o al conductor? Se trata de distinciones.

Otra distinción importante la entendimos cuando hablamos con Óscar Roldán: todo el arte que no es político queda condenado a ser artesanía. De nuevo insistir que no hay nada en contra del artesano, sólo decir que la artesanía no se ocupa de las insuficiencias de la realidad -más bien reproduce una realidad, muchas veces digna y valiosa-.

Hay un problema de mercado que los artistas no pueden desconocer como un problema de audiencias. Quizá el mundo tenga una pequeña crisis cultural o la minoría en toda la historia haya sido una reserva revolucionaria -como dice Paul Preciado[ https://www.youtube.com/watch?v=04Uibmsg0zc minuto 12 y 42] (en su lectura de Guattari y Rolnik)[ Guattari y Rolnik (2006), Micropolítica, Cartografía del deseo. Traficantes de Sueños. ]-.

El principal desafío que tiene el arte es sentirse o percibirse aburrido (tedioso). Cuando trabajamos con adolescentes dicen que una pintura es muy rara o que una canción los duerme. Es curioso porque la comodidad hace parte del entretenimiento, quizá se necesita fastidiar con el arte para que no sea ni cómodo, ni aburrido. Luego siempre habrá la rebeldía de algún público que no le parezca justificada la crítica, el lamento, la visión de mundo y -sobre todo- legítimo ese emisor.

En Medellín hemos experimentado algo etéreo como la industria cultural y quizá algo muy concreto como Cultura Viva Comunitaria. En una conversación (2019) Niquitown nos dice que ellos no sienten que su búsqueda este bien enmarcada en la Cultura Viva Comunitaria y en resumidas cuentas -y con cariño por esa red y proceso- dicen que han estado más motivados por el antimilitarismo. Nos queda la reflexión de que al intentar que la Cultura Viva Comunitaria conciliara con algunos sectores -a los que les molesta lo beligerante- perdieron el sentido para los artistas más rebeldes o contestarios. No sabemos si alguna vez los artistas y las ONG’s estuvieron conectadas, pero hoy en día en Colombia no hay vínculo entre estas.

Nos estamos saltando a adrede la Economía Naranja, porque queremos detallar hoy su matriz en las industrias culturales. Las palabras están vivas y la industria suena a fordismo, moverse sólo por la rentabilidad y estafarse con ciertas ideas que tuvo el artista o propósitos con los que se ha interpretado el arte y -de nuevo- su propósito-. Después de todo, un propósito puede ser no servir[ Conversación con Adolfo Martínez 2013].

Lo cierto es que una industria está concentrada en un territorio y una comunidad en la gente -normalmente- adscrita a una dinámicas territoriales. Pero entonces, ¿Qué pasa si un artista no quiere ver el arte como un medio sino como un fin? ¿Qué pasa si no están dispuestos a ser pedagogos, trabajadores sociales, publicistas, empresarios y mercadotecnistas? No pasa nada, simplemente no van a construir códigos de intercambio y de agremiación a partir de la idea comunitaria o industrial.

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