Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

MIENTRAS DUERMES

A Clara Beatriz

que ha preferido amar,

en su cumpleaños.

Ellos veían en la muerte

una razón para vivir.

Julia Armandi

Y ese temor a descubrir

su más íntima fragilidad.

Karol Gabriel

Han existido condiciones nefastas para todas las personas en cada época de nuestra historia: nadie está exento de encontrarse con lo que repudia ni puede librarse del peso del desasosiego ni sabría jugarle el juego a la hipocresía o a una traición de quien fuera un amigo… no siempre. Habríamos de recordar que la felicidad es, ante todo, una decisión. Pero cuesta trabajo. Y mientras más queramos tenerla con nosotros sin poner de nuestra parte, con más ahínco se aleja de nuestro lado. Así que: ¿por qué en lugar de la queja no pasar a la acción y generar posibles vías para hacernos a una vida feliz sin negar la obviedad de la pesadumbre?

Esta mínima reflexión me trae a la memoria un cuento budista. Dice más o menos esto: el hijo de una joven mujer fue alcanzado por la mordedura de una víbora y estaba muriendo. La madre escuchó hablar del Buda, y fue a su encuentro para pedirle que salvara a su pequeño. Después de escucharla, el Despierto le dijo: tráeme una escudilla de arroz de la casa donde no haya habido una muerte. Y luego de recorrer una a una todas las casas del pueblo, volvió con las manos vacías. Entonces Buda le dijo con serenidad: como ves, la muerte es inevitable. Ve, y cuando tu hijo muera, entiérralo.

¿Insensibilidad? ¿Impotencia? No es eso lo que yo veo en la enseñanza del sabio Sakiamuni. Más bien pareciera un llamado a aceptar las condiciones insalvables de la vida y su crudeza, a tener una mirada sin titubeos frente a lo ineludible. Ya sabemos que estamos destinados a la nada, pese a las esperanzas que ponemos en la travesía por el mar. Que si no hacemos de la muerte una aliada para ganarnos el gozo y el ánimo de vivir con todo lo que ello implica, sólo encontraremos tristezas y una gran desolación. Tanto así, que no soportaremos el peso de la felicidad ajena e intentaremos acabar con todo lo que resiste y busca sacar la cabeza por encima del fango. ¿Hemos calculado la mezquindad con que arrasamos todo aquello que signifique la satisfacción de los demás cuando no tenemos ni una leve sonrisa para nosotros mismos?

Y, precisamente por esto, no creo que la idea sea salir a combatir y acabar con lo que detestamos a favor de aquello que, por ser amado, queremos preservar. Si es que ya lo hemos obtenido, claro. Todos pues no hay una sola persona en la faz de la tierra que no haya sentido el impulso de agredir a alguien más solemos armarnos hasta los dientes para liberar ese impulso destructor: manos asesinas que quisieran hacer desaparecer un país o palabras impregnadas de veneno pretendiendo borrar cualquier asomo de amor propio en quien nos molesta.

Hay que recordar que sólo nos molestan los demás si nosotros lo permitimos. Hacer mucho caso a cuanto sucede a nuestro alrededor y creer que es sólo para nosotros que ocurre, nos hace ver como personas que al menor pinchazo pueden explotar. Y los demás se enteran y buscan el alfiler más puntiagudo, el que más duela. Y duele en verdad. No hay duda. Porque crecer es hacer ver en quien no lo hace, la pequeñez. Y no es muy agradable, según las estadísticas. De todos modos, como nos ha enseñado la sabiduría que ofrece la observación y su eco, hay que saber diferenciar entre el aliento que aviva una llama y el soplo que la apaga. Y todos tenemos a alguien o algo digno de nuestro amor, por insignificante que sea una hormiga bebiendo del rocío en la mañana, por ejemplo y será protegido sin vacilaciones. Tampoco tengo dudas sobre tal cuestión.

Entonces me detengo un momento y pienso de la siguiente manera: si la cadena amorosa se ampliara, si no frenara ante ninguna extrañeza, se rompería la extensa cadena de la venganza y el crimen quedaría atrás. Ya no habría entre nosotros y el carcomido mundo ese cúmulo feroz de violencias innecesarias. Y, además, estoy convencido de que el arte, la poesía, la música y otras maneras del éxtasis podrían porque lo han hecho—, seducir la sombra que agobia al asesino y mostrarle la luz de la creación. Hacer de su vida una posibilidad para la lúdica, la reflexión y un goce cercano a la catarsis que lo pondrían frente a frente a esos encarnizamientos con lo que ha sido de él y lo que le rodea.

Porque quien busca matar al otro, no soporta verse vivo. Porque nos estamos matando por temor a morir. Porque la muerte de los demás de uno solo entre los demás—, ofrece el poder para seguir matando y también disculpa la persecución de quien ha cometido el crimen hasta que el muerto sea él, y, así, per saecula saeculorum ¿tienes preguntas? Amar sería una buena respuesta. Una vida amorosa, rodeada de humanidad, siempre será una buena respuesta. Las motivaciones para que sea posible, siempre serán bienvenidas.

Yo amo las palabras, aunque a la manera de otros poetas, desee el silencio. Y estas breves e insípidas, pero sinceras palabras, son las que se me ocurren antes de callar, como a cientos de personas les ha pasado antes de mí. Estas simples palabras buscan desatar acciones. ¿Necesitas más razones para vivir la vida tal y como ha llegado? ¿Quieres vivirla antes de decidir qué hacer con ella? ¡Vívela sin ninguna disculpa, pero no la destruyas luego!

Víctor Raúl Jaramillo

Medellín, comuna 13, enero 7 de 2019 (10:31 a.m.)

Fotografía: Clara Beatriz Jaramillo

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