Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

GRAMÁTICA DE LA AMISTAD

Con ánimo agradecido para los amigos.

Los pocos, los muchos, y los demás

que han recibido y perpetuado

el cuidado de la amistad.

 

¿Hay alguien que hable conmigo?

¿Hay alguien que con paciencia me escuche?

(…)

No los veo. ¿Quién de ustedes ha llegado?

¿Quién más está?

(…)

A ustedes les hablo.

No a aquellos que se quedaron en sus casas.

(…)

¿Quién más está? ¿Qué quedó de mí?

(…)

Quiero saber.

Leszek A. Moczulski

 

 

 

A ustedes, mis amigos, brindo estas pocas señales para cuando la muerte venga y me aniquile. La muerte que no sólo sabe de la muerte, pues, morir -según algunos- es crecer un poco. Sólo les dejaré estas pocas palabras que lo único que demandan es la decisión de seguir la propia voluntad a pesar de mi pedido.

 

Les hablo desde mi noche rutilante para que me permitan un quizá, un tal vez y continúen haciendo lo que ustedes bien saben hacer: nombrar lo naciente, generar lo inédito, contagiar la calma a pesar de la derrota, dejarme ser. Reconozco en ustedes seres iguales, próximos en los encuentros de cada día mientras intento ir más allá del fin sin lograrlo. El decir anónimo del terror me obliga a escribir en silencio, a nadar a contracorriente, a vivir agotando la vida en la vida como lo cantaba el aeroplano del temblor, Vicente Huidobro. Y los siento cercanos al igual que sus palabras, que sus silencios conciliadores, queridos amigos.

 

En su amistad -que viene de lo más hondo, lo sé- me restablezco y me rescato. La mayoría de las ocasiones en que los escucho y siento su vínculo en este desfiladero que llamamos mundo y en el que creemos que lo sabemos todo, quedo iluminado en mi oscura desilusión, sanado con el volcanazo de cada pálpito, liberado de esta ambición que me consume: crearme único e irrepetible a cada momento mientras el tiempo nos une, mientras nos completa.

 

Ustedes como yo, saben ya -la edad es propicia- que la vida actúa a pesar de nuestras exigencias que en muchos momentos pasan por la ira y la desesperación. Yo estoy aquí, sentado en mi sillón azul, disfrutando un libro tan extenso y terrible como la humanidad entera. Mi deseo es llegar a la última página. Y por más que lo quiera, la vida -que nos pone donde nos necesita- hará lo suyo. Será quien decida y moverá las fichas a su amaño. Presiento un final doloroso. Tal y como me han dolido muchos de sus capítulos. Quizá haya un giro inadvertido, una jugada que alivie mi extenuación. Tal vez no. La vida es terca -más que nadie- y obra sin nuestro consentimiento. Lo que ha de venir, vendrá. No hay otra salida. Y para soportar los envites de esa astucia, están ustedes y sus abrazos.

 

En su afecto que es una presencia presente, un salir, el saltar, ese llegar sereno que dice: ¡cuidado!, se acalla toda posible desmesura. En el lugar de su recepción mis pasos aprenden a ser claridad, tanto en el gozo, como en los descalabros. Mi deseo de un brote nuevo, de un árbol al que pueda arrimarme como quien aprende de los cuerpos que se agitan, del pálpito que también finalizará, aún está pendiente, ya que una raíz incalculable y originaria incita al crecimiento. Entonces invoco ese magma secreto que nos ayuda a conjurar el agua que transforma nuestra fiebre y la sed en serenidad cada vez que perdemos nuestro cauce.

 

Me alegra cuando después de mucho tiempo los veo de nuevo y reímos como si nos hubiésemos visto la noche anterior. Esa alegría –lo aún no dicho que grita– es el cariño de esa risa compartida, es esa canción querida por todos, es la transparencia de aquel poema que nos emociona cuando lo leemos juntos y recordamos una que otra aventura siniestra. Mi estar alegre es también la soledad que igual necesitamos, el tartamudeo de algún caprichoso anhelo. Pero salgo a pasear con Minea, y el mundo se abalanza y creo el juego perdido. Perdido de antemano para todos nosotros. Y no obstante ¿quién lo sabe con certeza?

 

En lo que soy -siendo apertura y cerrazón- me sitúo en el espacio de su alteridad, en su decir que no se agota porque es silencio que anuncia silencio, escucha (ya el poeta-monje Hugo Mujica testificó que en el silencio el silencio habla). Ser nombrado, ser pensado, estar presente, es ser querido. Para bien o para mal. Y esto quiere decir que existen trazos de sombra en algunos encuentros. Todos hemos querido conservar virgen algún sueño innombrable, hacer que permanezca intacto y, por dicho motivo, hemos caminado de la mano hacia un sacrificio cuyo rito sabemos se repite: malabar, máscara, impostura, fatiga y otra vez fatiga. Y hemos hecho el quite a quienes nos necesitan y rodamos en lo que pensábamos era un vuelo.

 

Entonces nos damos cuenta de la angustia, de una cierta inquietud que no esperábamos, y tomamos algunas medidas -quizá poco sabias- para continuar adelante, y herimos la confianza. Maltratamos el vínculo que siempre guardamos cerca como un eco del sosiego, de la calma. Exigimos la devolución de cualquier tipo de capacidad, el anuncio de lo que venimos siendo. Pretendemos la recompensa que prometen los regalos que hicimos. El compromiso de un favor que dio cierta libertad para continuar el tránsito. Y también decimos las palabras menos propicias, y ya nada podrá aliviar la herida que hemos causado. A todos nos ha pasado.

 

Ausentarnos un lapso de tiempo para meditar en lo sucedido, y en lo que se pretende para el porvenir, es entonces de vital necesidad. Pero si no somos capaces de estarnos a solas con nosotros mismos llegado ese relámpago del desasosiego, si no logramos aceptar lo que nos invade en esos márgenes de la tristeza -que son los que nos ayudan a crecer- el camino por esta manera del desvarío nos va a seguir alterando. Es así que la búsqueda habrá de aterrizar las cosas para conquistar algo propicio y sería importante abrir una ventana y vagar un poco en el destello de la tarde. Lo que quiero decir, es que deberíamos participar de una experiencia que nos satisfaga, que nos alcance para hacer de los sueños una realidad.

 

Hay cosas que los demás esperan de nosotros -casi siempre sucede así- pero no podemos darles lo que no tenemos, lo que no sucede en nosotros. Ahora bien, si quieres ser algo diferente de lo que eres, pierdes el tiempo, aunque consigas salirte con la tuya frente a aquellos que te rodean. Pronto te alcanzará la verdad y quedarás al descubierto. Si bien puedes engañar a quienes quieras, hacerlo contigo mismo es la mayor tontería. Llegará el tiempo de tu propia confrontación y huirá cualquier atisbo de auténtica felicidad. La felicidad personal que yo quisiera natural en la totalidad del mundo.

 

Decidirse por lo que uno mismo es, por la propia naturaleza que es un hallazgo en cualquier momento -hay que estar despiertos, eso sí- ayuda a dejar atrás el artificio y el simulacro, la gran mentira. Tú sabes que no pasa un día en que no le hagamos el juego a la existencia con alguna artimaña. Pero tarde o temprano la vida, que no nos consulta y hace lo que le viene en gana, nos lo cobra y para algunos el precio es alto, realmente espantoso.

 

En su Así Habló Zaratustra, Nietzsche -el caminante de las dos sombras- nos pone de frente el espíritu pesado, ese que ofrece un peligro tal que contamina el mundo y la vida. Y nos inculca que la vida debe ser vivida con alegría, como quien baila en ella, en la que la risa es el más grande antídoto contra la muerte. Ustedes saben que es así. La hemos vivido juntos. Y aunque busquemos una determinación sensata, hay momentos en que hemos tomado alguna decisión -para un sí o para un no- en la cual hemos sido efectivamente radicales y graves. Y algo hemos dejado roto. ¿Podremos repararlo ahora?

 

Es difícil andar por estos márgenes de la agitación -por cualquiera- si no se sabe de dónde se viene ni hacia dónde se va. Muchas personas que nos conocen o con las que hemos hablado en algunas ocasiones, nos dicen que somos sus “amigos”. La verdad, hay que tomarse un buen tiempo en hacer amigos, de los que en realidad cuentan. De esos que uno cuenta fácilmente en los dedos de la mano. Y aún más: hay que demorarse en deshacer esa amistad cuando se ha logrado. Los amigos -ocurra lo que ocurra- siempre estarán ahí contigo, ante la tormenta, llenándote de regocijo, diciéndote con levedad que no estás solo, que ahí está su voz de aliento para lo que se necesite. Que “para eso son los amigos”.

 

Recuerdo unas palabras de la sabiduría pitagórica: “cuando un amigo se equivoca, hay que escribir su falta en la arena”. De esa manera llegará el momento en que sea borrada esa “falta” y pueda restablecerse el vínculo si ocurre un nuevo encuentro. Es una manera de decirle al otro: “hombre, todos tenemos errores. Venga esa mano”. Aunque hay que decirlo: en el instante del descuido la precipitación pudo haber producido una fractura que ya no podrá ser sanada, y eso produce una insalvable cautela de ahí en adelante con quien abrió la grieta.

 

Y nos iremos acabando, la respiración se irá haciendo más difícil y, poco a poco, seremos olvidados. Seremos de nuevo desconocidos, nombres que no indican, que no concuerdan con nada. Así dejaremos de tener eco y nos convertiremos en lo que ya no se puede habitar ni lleva a ningún lugar. Seremos ausencia, desaparición, mudez. Y precisamente de esta manera -es lo paradojal lo que nos encanta y estremece- podremos congraciarnos con el Caosmos siendo ya anulación que congrega, vacío que vivifica, tierra de la tierra o polvo de estrellas, o lo que sea o no sea.

 

De todas formas, permítanme un deseo: que estas breves líneas los hagan amigos, amigos míos que quizá no sean amigos entre ustedes. Estaría complacido de que se cuiden entre todos porque “algunos serán pájaros fuera de la jaula, pero otros, tendrán la jaula en su interior”. Y por favor, vivan como si nunca lo hubieran hecho, pues, queda mucho por aprender y, tarde o temprano, dejarán de hacer lo que solían hacer para ciertamente no hacer nada. Es la única verdad: todo acaba. Pero eso no significa una desgracia.

 

Cuando mi muerte ocurra, cuando yo ya sea o no sea lo que sea que deba ser o no ser en mi comunión con la distancia, alivien la pena de los que quedan como hicieron conmigo, con el mismo amor que tuvieron conmigo. Por ahora, escudriñen, tanteen la correspondencia con las palabras vivas y la forma de moverse en su cauce, en el clima del mundo. Escruten esas miradas ajenas que los siguen cuando caminan y la erótica los animará a su lenguaje y su gesto, a la inquietante relación, a la recíproca bienvenida. Y allí -en un tropezón de la cotidianidad- podrían encontrar esa amistad que nadie podría calcular antes de vivirla. Porque no es un cálculo, sino un amor lo que la hará posible.

 

 

Tomado del libro inédito: SUSURROS DEL ÁRBOL INSOMNE

Imagen: Óleo de Alexis Vélez Rodriguez

 

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