Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

PALIMPSESTOS PARA CLARICE

Para esos rojos insomnios

cuyos latidos anuncian

el sentido del ardor.

Sólo es bueno escribir

cuando aún no se sabe

lo que ocurrirá.

(…)

¿Quién habla por mí?

Clarice Lispector

PRIMER PALIMPSESTO

Hay cosas por vivir. Y vivir no es sólo esto que nos sucede, es exactamente esto. Tanto tú como yo, hemos tenido una gran avidez por el mundo. Si no hablase, si no te hablase a ti que eres una sensibilización, que fuiste un orgasmo de la naturaleza, si no te hablase ni hablara por ti, me perdería, y, por perderme, te perdería. Tu exigencia era tu tamaño, mi vacío es mi medida. Sé que no te quedaste sola esperando “algo” de la vida, sino que te arriesgaste a vivir. Por eso mantendré en secreto tu distancia. Para hacer posible tu permanencia. ¿Conociste el esperma y el óvulo del caosmos que nos incluye? ¿El pacto que contrajimos? ¿Ver y olvidar? Arrójate, ven en esta estación de la tierra que es tierra, donde se come y se muere. Vuelve a tu antigua dimensión. Ven por los atajos estrechos y no duermas por este instante en que te respiro y que ya no lo es.

Lo que has visto es la vida mirándote. Ni más ni menos. Déjate atrapar para que tú misma te atrapes, mi querida Clarice. Aquella legión extranjera te conoce hasta el hueso mediante un encantamiento que va desde su tiempo hasta ti. Es así porque así es. Antes de descalzarte y abrir tu vibrante intimidad, estate atenta a la voz del camino que ha sido negada por tu encierro. Acércate a su presentimiento con tu cuerpo entero, pues, en él, está la más obscura de las existencias no humanas. Óyeme entonces con tus manos que miran. Tú, que ahora sabes lo que haces. Que permaneces al costado, que estás a la izquierda de quien entra. Tú, la contemporánea del día siguiente.

Tú misma me has pedido que te sirva de puente. Y bien lo sé: todo nacimiento es una crueldad. Habría que dejar dormir lo que quiere dormir. ¿Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio? Algo está siempre por ocurrir. Y lo único que te espera es exactamente lo inesperado. ¿Quieres recordar? Dijiste que hay que morir con vida, aprovechando hasta el último segundo. Sí, esta es la vida vista por la vida, aunque la muerte sea en esta historia el personaje predilecto. El trigo está maduro. Aún comes el pan con dulzura. Y después de todo, tu impulso se ha ligado al de las raíces de los árboles.

SEGUNDO PALIMPSESTO

La noche conoció tu proceso de escritura como tu acto de soñar. Esa taquicardia de las tinieblas sabe que tu visión llegará a los poblados donde se reclama la ausencia del miedo. Y alcanzará a ser alguna vez un delicioso abismo, una caída amada cuyo eco, al ser leído, abrirá la puerta para que ocurra el encuentro, la oportunidad de volver a germinar. Como si tu dios y tus animales estuvieran seguros de que las más grandes derrotas habrán de saberse y sentirse de a dos.

Lo digo porque mi corazón, que no pretende entenderte, sino hacerte compañía, te ha encontrado en el esquivo centro del bosque, al perderme en tus ruinas de forma repentina, sin previo aviso. Porque encontrarte puede ser también perderme, y el peligro de una certeza que también tiene su sombra, nos revela, quizás, una serie de orgías altaneras en la oscuridad de los libros. Quisiera darte la protección que pides para los tuyos y que ningún desastre roce tus pestañas. Porque te he amado y te concedo participar un poco más.

La mujer, el más ininteligible de los seres vivos, siempre está de pie, a tu lado. La mujer que eres tú, y que al sentirse a sí misma, escucha el habla de la mudez: dádiva que, sin aviso, se desvanece cuando le suplicas una respuesta. De ti sólo sé que respiras en lo que dura un pensamiento. Esa respuesta que esperabas ¿quién en el mundo te la dio? ¿Fue lo arrestado por un lamento? ¿Restalló como un grito de ave de rapiña? Lo grandioso de la vida es lanzarse al acantilado sin ninguna queja. Al lugar del mundo que espera ser habitado por tu pasión.

Tú tuviste el coraje de demorarte en ese desconocimiento que llamaste ser feliz. Sabías que era impropia aquella llama que perdió la mudanza y el calor. Que en el durar, contentos con vivir todo sin vivir la vida, es donde radica la inobjetable mediocridad. El placer no es un juego, decías. El placer somos nosotros. Y tantas veces que te acodaste al tren de las palabras para simplemente ver pasar las horas. Ya lo ves, amor también es la desilusión de lo que se creía que era amor. Pero a ti y a mí, sólo nos entienden los perros callejeros.

TERCER PALIMPSESTO

Ahora, después de haber soñado muchas bestias, tu belleza se agiganta en este milenio que criba el baile. El mercurio de tu otra lengua despliega el grito que antes estuvo acorralado en el llanto y en la fibra del insomnio. ¿Quién podría ser encadenado a la roca para que fuésemos libres realmente? ¿Quién ofrecería de su naturaleza —perdida en el simulacro— la voz para que el mundo de nuevo brillara? ¿Qué sol dejaremos salir de nuestras fauces para lograr la confianza? Tú, que estás cerca del corazón salvaje y al escribir te liberabas de ti misma para poder al fin descansar. Tú, que caíste en ti con cara seria y sabes que puedes ser una gran amenaza. Tú, querida Clarice, enséñanos el lugar en donde se nutría tu canto incansable.

Quizá tú eres esa otra mujer-hilo que desteja el laberinto, aunque estés grave como el hambre. A pesar de la batalla sangre sobre sangre, de la hambruna hiena sobre los huesos, de la fetidez redoble sobre la pólvora. Tú, que haces milagros todos los días ante el monstruo que en medio de la oscuridad desuella el vientre de sus crías. Tú que quieres lo que soy porque te adelantaste a mi quererte a ti, que sabes que desistir de la ferocidad es un gran sacrificio. ¿Tú también crees que el mundo apenas surge y su infancia nos reclama? ¿Piensas que pese a esta penumbra verde y húmeda las cosas continuarán su marcha? Sí, tienes razón: todo es “mientras tanto”.

Tus palabras cuyo cuerpo es más pequeño que tu pensamiento; tu aprendizaje que consistió en pedirle a alguien que te dijera lo obvio con un aire extraordinario; tu aliento que mostraba una mujer visionaria a pesar de una culpa que en algunos momentos te hacía ver mezquina. Eso y más, es el misterio que hay entre la naturaleza y cada uno de nosotros y su conexión que no podrá ser clara cuando queramos comprenderla. Sobre todo, porque la sabiduría no basta y debido a esto impulsa a refugiarse en la locura, a deshacer la escritura con una violencia que pasa por encima y por debajo del dolor.

¿Existe otra respuesta en la senda? ¿Aún no te has habituado a ser el lobo inevitable? ¿Tropiezas con el gran vórtice de la nada al intentar una comunicación contigo misma? ¿Me preguntas quién eres? Bueno, eso ya es distinto. Sólo déjame recordarte que antes del sueño, me decías: por ahora durmamos dándonos las manos. El mundo gira y en alguna parte hay cosas que no conocemos. Tienes que vivir poco a poco, ya que no da para vivir todo de una sola vez. Ante todo, vales lo que vales como descubrimiento. Quien no sabe lo que es, jamás llegará a saber.

Todos sabemos que no te importó perder la conciencia porque encontraste una serenidad más grande en la alucinación. Que la vida que nace es tanto más sangrienta que la que muere. Que morir es otra cosa y es diferente de lo bueno y de lo malo. ¿Dónde estuviste de noche? Sé tú el gran secreto: estás sintiéndote como si ya hubieras alcanzado clandestinamente lo que querías y continuaras desconociendo lo que alcanzaste. ¡Nace! ¡Nace! ¡Nace de una vez! Es la hora de la estrella y el tiempo del agua viva. Deja atrás ese odio de energía atómica. Llegó el momento de saber qué hacer de ti.

Tomado del libro: LUCIFER EL HERMOSO (La Pija, febrero de 2018)

En la imagen: Clarice Lispector (Chechelnik, 1920 – Río de Janeiro, 1977)

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