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La ruta de la salud mental en Medellín: de los Escuchaderos al abandono

Por: Ana Cristina Marino M. – Mateo Yepes S.

Con 515 contratos que costaron $9 mil 430 millones y dos programas para atender la salud mental en Medellín por los últimos dos años, la Alcaldía ha intentado frenar una ola de suicidios que, contrario a lo esperado, sigue aumentando. 

Por Ana Cristina Marino y Mateo Yepes Serna.

El proceso parecía sencillo: si alguna persona de Medellín sentía ansiedad, depresión o deseos de suicidarse, y no tenía recursos para pagar un psicólogo o psicóloga, solo tenía que ir a los Escuchaderos para recibir atención de un profesional. 

Esta idea se la inventó la Alcaldía desde la Secretaría de Salud. En principio se implementaron 42 escuchaderos fijos en lugares estratégicos de la ciudad, como la estación San Antonio del Metro, y otros 22 escuchaderos móviles, de acuerdo con una respuesta a un derecho de petición radicado por este medio.

Los documentos allegados a Ciudad Morada lo explican así: “Los espacios denominados “escuchaderos” son puntos de atención en salud mental que se ubicarán en zonas de tránsito de las personas en Medellín […] en comunas que tengan mayor afectación por situaciones de conducta suicida y otras relacionadas con la salud mental”.

En estos lugares, explica la Alcaldía, debía haber un psicólogo o psicóloga para atender y prestar el servicio de forma idónea a las personas que lo necesitaran y, además, un trabajador social que complementara la atención.

El destino de los miles de millones 

Para lograrlo, la administración municipal puso en marcha un plan de contratos. Primero suscribió dos convenios interadministrativos con el Hospital Infantil Concejo de Medellín. Uno por $6.672.480.391, firmado el 30 de junio del 2021 y con un plazo de cuatro meses, y otro por $8.165.057.863, suscrito el 12 de noviembre del mismo año, pero con un plazo de siete meses que está por cumplirse. 

En total, la inversión de la Alcaldía para planes de salud mental rondó los $14.837.538.254, pero de esos el Hospital Infantil Concejo de Medellín se gastó $9 mil 430 millones con 515 contratos para desarrollar el proyecto Dame Razones y los Escuchaderos, celebrados entre el 21 de julio de 2021 y el 1º de marzo de 2022 para atención psicológica y social, difusión en medios, contratación de souvenirs, pauta con influencers, entre otros.

Dentro de la pauta se hizo un gasto por $134 millones 900 mil en la contratación de siete influenciadores para que, en redes sociales, hablaran de los Escuchaderos, la estrategia Dame Razones y la salud mental.

Ellos fueron: Juliana Paucar, Luis Alberto Álvarez Buitrago, Diego Alejandro Cardona Gómez, Andrés Felipe Quiroz Estrada, Andrés Mauricio Arias Rodríguez, Daniela Aldana Díaz y Maria Alejandra López Cano.

Estas personas de diferentes edades, identidades de género y seguidores, publicaron reels, fotos y videos en los que invitaban a la comunidad a ir a los Escuchaderos.

¿Cómo formularon el problema?

Cuando una entidad pública va a celebrar cualquier contrato debe redactar un documento que se llama “Estudios previos”. Allí, quien contrata, debe consignar las razones por las cuales se debe celebrar ese proceso.

En el caso de los Escuchaderos, la Alcaldía de Medellín utilizó, sobre todo, cifras de intentos de suicidio y suicidios consumados. 

Intentos de suicidios*: 

*Fuente: Alcaldía de Medellín. 2020p y 2021p significan datos preliminares.

Suicidios consumados*:

*Fuente: Alcaldía de Medellín. 2020p y 2021p significan datos preliminares.

Con estas cifras, la Alcaldía de Medellín y la Secretaría de Salud, justificaron la implementación de esta estrategia de salud mental. Mejor dicho: el objetivo de los Escuchaderos y de la estrategia Dame Razones era, posiblemente, la reducción de los índices de intentos de suicidios y suicidios consumados en la ciudad. 

Eso no pasó. Si bien hubo una reducción entre 2019 y 2020, la cosa no mejoró cuando inició la mega inversión en proyectos de salud mental. En 2020 hubo 166 suicidios consumados en Medellín y en 2021, 184, de acuerdo con cifras del Registro Único de Afiliados, RUAF, en donde se enumeran, entre otros datos, los nacimientos y fallecimientos.

Agregar en los estudios previos las cifras de intentos de suicidio y suicidios consumados explicaría que lo único que esperaría la administración es reducir esos índices. Si nos basáramos en eso, podríamos decir que fracasó, pero el análisis es más amplio.

Lucy Nieto Betancurt, psicóloga, magíster en Salud Pública y candidata a doctora en Salud, explicó que un error en el plantemiento del problema de los Escuchaderos pudo ser, posiblemente, que incluyeron a todos los suicidios como consecuencia de problemas de salud mental. Y para Nieto no es así: “Desconocen que el suicidio es un asunto multicausal, multideterminado. O sea, hay que hacer múltiples interveniciones […] Entonces si las tasas de suicidio no bajan pues uno encuentra que es porque no se han afectado las condiciones de vida de las personas que lo intentan”. 

Nieto insistió en que acabar con la vida no es una consecuencia, per se, de un padecimiento de una enfermedad mental. Las condiciones de vida, muchas veces indignas, también son motivo para hacerlo. A grandes rasgos, la Alcaldía de Medellín no tuvo este punto en cuenta para desarrollar una estrategia que redujera las tasas de suicidio en la ciudad. Por eso los resultados.

Jóvenes de Medellín no se identificaron con los escuchaderos.

La ansiedad se describe como la preocupación y miedo excesivo a situaciones cotidianas. Esta puede ser normal en situaciones estresantes, pero se debe tratar cuando los sentimientos se vuelven excesivos e interfieren con la vida cotidiana, como le pasa a Karen, una pelada de Medellín diagnosticada con ansiedad y cuadros de depresión.

Karen contaba con acompañamiento psicológico, iba a terapia y trabajaba en su salud mental, pero le fue complicado costear las citas por la situación económica que vivía luego de la pandemia.

“Al frenar la terapia, me empezaron a dar de nuevo esas crisis ansiosas y pánico social, un montón de cosas que no sabía cómo manejar. Empecé a intentar buscar ayuda por muchísimas partes, desde el Sisbén, la EPS, la Alcaldía, hasta que en la estación del metro de San Antonio vi un escuchadero y me dio curiosidad”, comentó.

Ella entró y le explicaron qué hacían y cómo; una semana después volvió para usarlo. Allí habló con un psicólogo que le preguntó cómo se sentía.

“Empecé a decirle todo lo que sentía, él me hizo unas preguntas y luego de responderlas me dijo que no me podían ayudar porque lo que tenía era trastorno de la personalidad. Yo le expliqué que necesitaba ayuda porque los ataques de ansiedad eran cada vez más fuertes, más repetitivos, pero allá me dijeron que no podían hacer nada”.

La ayuda no llegó, la única opción que le dieron fue el número de la línea amiga, pero allí tampoco le brindaron el acompañamiento que necesitaba. 

“Pasa exactamente lo mismo, me dijeron que no me podían atender porque yo ya sabía que tenía ansiedad, que ya fui a terapia y que la línea es solo para personas que tengan ideas y sentimientos suicidas en ese momento, o sea, como personas que están a punto de suicidarse”.

Karen no es la única. Mariana también buscó en los Escuchaderos un espacio para no solo contar lo que le pasaba, sino también entender por qué se sentía de la forma que lo hacía.

“A inicios del año pasado sentía que yo no tenía bajo control mis emociones, ni la forma en la que reaccionaba, ni mis pensamientos, sentía que me estaba volviendo muy destructiva conmigo misma. Yo necesitaba ayuda profesional, pero por la EPS se iba a demorar mucho la cita y la otra era una persona particular que me atendiera, pero no había los recursos para pagar”. 

Le preguntaron sus hábitos alimenticios, cómo dormía y que si tenía pensamientos suicidas, pero hasta ahí llegó el acompañamiento. Para ella la atención que necesitaba debía ser prioritaria, y solo 13 horas después la buscaron para preguntarle algo más específico. 

“Fue una charla de una hora y media o dos horas y al final me dijeron que lo que tenía era un problema de agresividad y que la próxima vez que sintiera que iba a explotar, apretara los puños e intentara comprender a mi familia. Nunca me volvieron a llamar”.

Algo parecido le pasó a otra joven que prefirió dar su testimonio desde el anonimato. Ella se enteró que había un lugar en donde podría sentarse y hablar, ubicado dentro de la estación San Antonio.

“La cita duró aproximadamente 40 minutos, la psicóloga se presentó y me dijo que estaba ahí para ayudarme y yo empecé a contarle mis problemas y a desahogarme”, contó. 

Pero el resultado no fue el esperado ya que le dijeron que el siguiente paso sería remitirla a su EPS para que su tratamiento continuara con su empresa prestadora de salud, “pero pura mierda, porque en cuanto a psicología son súper malas. Yo estoy en Sanitas y para que me den una cita se puede demorar de 3 a 4 meses”.

Ella define los Escuchaderos como “pañitos de agua tibia” para alguien que quiera hablar en ese momento ya que no hay un seguimiento o acompañamiento en los procesos por los cuales están pasando las personas que buscan apoyo en este servicio.

Las jóvenes no sintieron el apoyo que buscaban, no confían en los Escuchaderos, no creen que sea una herramienta buena para ellas.

“Como herramienta de prevención el suicidio no sirve porque no nos escuchan. Solo lo hacen cuando ya estamos al borde de la plataforma del tren para tirarnos. No nos escuchan antes, no saben lo que sentimos, no nos escuchan desde que tenemos nuestro primer ataque de ansiedad. No nos escuchan desde el momento en que no sabemos describir nuestras emociones. Como herramienta de prevención del suicidio creo que aún le falta muchísimo”, asegura Karen.

Primera estación: Escuchaderos

Como les contamos al inicio de esta nota, los Escuchaderos están en 44 lugares fijos de la ciudad. Hasta allá llegan personas que, literalmente, necesitan ser escuchadas. ¿Pero cómo es la ruta? 

La Secretaría de Salud, en su momento liderada por la hoy alcaldesa encargada de Medellín, Jennifer Andree Uribe, le respondió a Ciudad Morada un breve cuestionario sobre el funcionamiento de los Escuchaderos. A pesar de nuestra insistencia por una entrevista presencial, esta fue imposible de coordinar. 

En ese documento, explican la ruta: “Una vez la o el usuario ingresa al servicio se realiza una actividad de bienvenida y se escucha la necesidad o problemática de la persona”, explicaron. 

Después de la bienvenida, quienes hacen el acompañamiento psicológico identifican los riesgos en salud mental que pueda tener la persona como el consumo de sustancias, situaciones de violencia o ideación suicida y de acuerdo con el riesgo detectado, remiten a los servicios de su aseguradora.

Segunda estación: EPS, IPS u Hospital

Si el asunto es preocupante, es decir, cuando hay un riesgo alto de suicidio, por ejemplo, en los Escuchaderos se activa algo llamado el Código Dorado, que es una estrategia de atención de urgencias de salud mental. 

La Secretaría de Salud explicó en la respuesta al cuestionario enviado que el Código Dorado cuenta con ambulancia medicalizada para la contención mediante sedación que sirve para trasladar a los pacientes al servicio de salud más cercano. 

Aquí hay un segundo problema, identificado Manuela Gómez, una médica paisa que trabaja en una clínica de la ciudad y que cuenta con 10 años de experiencia. 

En sus palabras, esto es lo que sucede cuando un paciente remitido de un Escuchadero llega a la clínica donde ella trabaja: “Ellos hacen el proceso de ingreso como si fuera una urgencia normal. Primero pasa por un servicio de triage, allí les hacen una clasificación y tienen el primer contacto con el médico general o el urgentólogo, quien decide cuál es el paso a seguir con el paciente”.

Las opciones son dos: si un paciente representa un riesgo real para sí mismo o para los demás, debe quedar hospitalizado para ser valorado por un especialista, ya sea psicólogo o psiquiatra. Pero si el médico general o el urgentólogo determina que no representa un riesgo, a pesar de que haya llegado por el Código Dorado, no lo hospitaliza.

Ahora bien, no todo se soluciona si se decide por la hospitalización. Muchos hospitales y clínicas tienen pocos recursos humanos para atender salud mental y, además, su disponibilidad solo es entre semana. ¿Qué pasa con quienes llegan con ideación suicida a un hospital un viernes en la noche? Deben esperar, bajo supervisión de médicos generales, que el lunes siguiente llegue un especialista para tratarlo. 

En las EPS, los pacientes remitidos también tienen que enfrentarse con obstáculos y largas esperas. Primero deben pasar por un médico general quien dictamina si la persona necesita o no atención psicológica. Y luego viene la espera de meses para conseguir una cita. 

Y es esa espera la que muchas veces lleva a los pacientes hacia la última estación de esta ruta.

Tercera estación: abandono

Al ver la negligencia del sistema de salud colombiano para atender fenómenos asociados a la salud mental, muchos pacientes deciden desistir del proceso de atención, ya sea firmando altas voluntarias en los hospitales o dejando de ir a terapia. 

La doctora Manuela Gómez ha visto decenas de casos en los que personas, agotadas en una sala de una clínica, deciden irse al ver que los psiquiatras o psicólogos tardan horas en llegar y apenas les dedican un par de minutos al día. 

Así mismo sucedió con la mayoría de las peladas con las que conversamos para este reportaje. Su experiencia demuestra que todavía hay retos gigantes para atender estos padecimientos en el país, pero se puede empezar por superar uno: dejar de considerar a las enfermedades mentales como un tabú.

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