Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

Tres Seres Fronterizos

*Imágenes de Ricardo Otero

Ahiman

Fue una entrevista de cuatro cigarrillos en 5ta con 5ta pero no sabemos bien con quién. Estaba un tipito muy inquieto, inmaduro, que se llama Pepe, el célebre cucuteño Ahiman y un contador que se llama Jorge Botello -que no queríamos entrevistar-.

Pepe es la imaginación, Jorge es el polo a tierra; o sea que Pepe se eleva mucho y no concreta, y Ahiman logra crear rebelándose al pragmatismo de Jorge que puede paralizar, pero también con el rigor que no deja parar al niño del cuaderno antes de tiempo.

La imaginación del artista hace uso de toda su biografía para que el nombre otorgado en la niñez cree una personalidad que pregunte incansablemente “¿y qué tal si hacemos esto?”, otra voz que pregunte “para qué”, “cómo”, “con qué”, “con quiénes” y el jefe de los dos que los reconcilia y les exige -diciendo- “otra vez” y les recuerda “esto vale la pena”.

“Pepe diría (…) el amor es el acto de mayor inteligencia”, Jorge aparece en otra canción para decir “ya no voy a discutir más con usted, has perdido los estribos, partes de lo emocional, eso se llama amor y ahí termina lo racional.” Y Ahiman cierra y une a los dos concluyendo: “no basta con abrir la mente, también hay que abrir el corazón”.

A veces pasa que alguien de verdad es un artista, pasa que alguien es capaz de bautizarse y apropiarse de varios nombres como quien toma varias historias y se multiplica a través de sus vínculos, pasa que alguien logra imaginarse así y esa imaginación crea realidades, mucho más que una pose, un verdadero empeño.

“Nada existe en la realidad que no exista primero en la imaginación” -es una frase que ha marcado a Ahiman sin que se atribuya su autoría-.

Todo empieza con Jorgito, aún antes de saberse, Pepe quería meterle un chuzo al cielo, pero también había alguien escuchando. Quizá hay cosas que no olvidamos por la mirada de la persona que estaba escuchándonos. Una sola mirada recoge y abre todas las posibilidades o cierra los caminos por siempre.

“Yo le quería meter un chuzo al cielo para que explotara y ver qué había detrás”

En una casa sin lavamanos, donde había un tanque y una coca; siendo testigo del primer asesinato a los diez años y comprando la primera grabadora a los 20, Ahiman devolvió la mirada a su mamá -con lo que el nombra como amistad, confidente que entraba en diálogo-.

Notó que la mamá hacía rendir todo y repartía justicia, creó una vida de cuidados y a la vez de fuerza -en medio de las mínimas condiciones- para él.

Con la mamá obtuvo un pasaporte para relacionarse, asociarse y aprender de las mujeres con proyectos como Círculos de Sororidad. Un siguiente capítulo de su viaje artístico podría ser las clases de merengue de las vecinas, Ahiman antes que ser escritor y cantante fue y sigue siendo bailarín.

“Las mujeres han sido muy importantes por todo lo que he aprendido de ellas. (…) Las de la organización son muy poderosas, me han enseñado mucho”

En paralelo a la venta de gorras, a la carrera de contabilidad y al trabajo en el Observatorio de Paz vendría el estudio de grabación que ya llevaba el nombre de 5ta con 5ta Records y su primer disco.

Pasó por 2007 de una sequía de inspiración a una gran canción que desataría a otras, para luego llegar hasta 2009 en el teatro más lindo de Cúcuta, el Teatro Zulima, recién remodelado, “704 sillas”, a cinco mil la boleta, todas las sillas ocupadas con personas listas para escuchar su primer disco -Punto de Partida-.

Luego con una comunicadora y un grafitero 5ta con 5ta se refundaría y generaría escuela, trabajo social y un festival de Hip-hop Del Norte Bravos Hijos -con todos sus elementos-.

Del Norte Bravos Hijos, cantemos con el alma -dicta el himno del Norte de Santander-.

“Si hay algo que me define es frontera, yo soy frontera”

Para entender a Cúcuta -capital del Norte de Santander- hay que experimentar que es una ciudad hecha frontera, no está cerca de la frontera, sino que es un puente poblado, una ciudad donde los negocios y las familias están en flujo entre los dos países. No se trata de otras fronteras de Colombia que son de selva, espacios despoblados, acá hay poblaciones vibrantes a lado y lado.

Ahiman entiende quizá a Latinoamérica como una madre, una madre soltera, no por desvalida, sino porque ha necesitado separarse de tanto padre de la patria que nos ha terminado por separar. Yo diría que más exactamente las madres a las que le canta Ahiman son madres divorciadas -porque no fueron ellas las abandonadas, sino más bien las que un día estuvieron hartas-.

Hijos porque hay arraigo y frontera porque es escuela para ampliar terrenos -de cultura, de amistad, de posibilidades-. Quizá el cielo, era una frontera y también el barrio de al lado donde estaba un segundo profesor de baile, era frontera. La frontera como tal crea curiosos o estar tan cerca de la frontera hace que haya algo que rebasar y el vicio de la exploración y de extremarse queda.

“Fruto de la cotidianidad”

Ya con la pedagogía en 5ta con 5ta, Ahiman recuerda un muchacho caribeño preguntándole si se sabía Ciudad Frontera y -después de cantar- su nuevo alumno sorprendido porque le cantó igual que el original. Los adolescentes se imaginan que el autor de la canción más importante de Cúcuta -seguro por dos o tres años, como con cualquier canción- levita, anda en una limusina o un helicóptero. Ahiman habla de los elogios y de esa sensación rara de que pongan en algún sitio sus canciones.

“Los elogios parten del miedo. Porque tú a veces elogias en otros lo que nos ha sido capaz de hacer (…) -o porque no tienes el tiempo, o la energía o la habilidad no la has desarrollado-. (…) y hay que tener cuidado lo que se alimenta desde el miedo. Entonces yo siempre he sido muy cuidadoso con los elogios que me llegan, muchísimo; a veces cosas y escritos muy lindos que me regala la gente, que me escriben a la página, son cosas muy hermosas (…). Porque una sociedad de estas tan competitiva te quiere transmitir constantemente eso tan egoísta, porque cada quién está salvando su día de una manera tan salvaje… y que te llenen de elogios es sumamente peligroso, porque en algún momento ya no sientes que caminas, sino que levitas. Me apena o me siento raro que yo esté en algún lugar y que pongan mi música, me siento rarísimo (…).”

No le molesta que lo tilden de comercial, pero tiene una posición muy clara sobre la economía naranja. No quiere competir, no quiere someter su obra a los gustos dictados por la moda y verse movido por una idea de éxito.

“Uno tiene que ser bueno para poner a bailar a la gente, eso no lo logra cualquiera, es una cosa de sabor. Pero cuando tú quieres poner el tema cultural y artístico a que cumpla las mismas lógicas del mercado van a ser creaciones para el mercado, que en ese sentido tiene que haber (…) un retorno en el capital”.

“Y el ejercicio artístico y cultural es una manifestación del sentir de la sociedad, de cómo se cuestiona a sí misma, de hacia dónde va, de su propia reflexión y entonces los artistas suelen hacer esa contraloría social y esa contraloría consigo mismo”,

“Entonces si yo saco un disco que puede ser pegajoso y va a llenar algunos escenarios y vende algunas canciones por plataformas digitales, esa inversión va a tener un retorno en el capital y está bien. Pero si nosotros tenemos un proceso en el que la gente llega y en el que la gente pueda expresar lo que sienta sin necesidad de ser artista -unos chicos que pueden tener unas clases por allá en un lugar muy retirado- ¿qué retorno al capital va a tener eso? El retorno es humano, el retorno es social. Entonces por eso esa economía naranja yo siento que es una amenaza (…)”

Ahiman dista mucho de ser un radical, es este “fruto de la cotidianidad” que parece estar listo siempre para festejar y sobre todo para celebrar al otro. Pero en en esa tranquilidad hay unos principios claros y un juego profundo.

Habla de evadir un mundo “que nos presiona y nos pone unos estándares de éxito y de felicidad ligados al consumo y al capitalismo.” “Yo ya no busco hacer la obra perfecta que le simpatice a todo el mundo. Eso es matarse la vida.”

Ahiman no se considera rapero, dice que prefiere artesano del rap, también le parece una responsabilidad excesiva nombrarse artista, pero nos tomamos la libertad de nombrar esa mezcla como solucionador social y como buscador tenaz de belleza.

Su denuncia aflora como afloran las convicciones; no se atora en rabias, desemboca en esa persona con la que se comparte un dolor. Quizá por eso pasar del desenfado, al buen humor.

“Los artistas en la necesidad de transformar un poco el mundo nos conectamos con el dolor de los demás para poder sacar eso también. Habrá artistas que toman ese dolor y lo convierten en otra cosa.”

Puede que en lo que convierta el dolor -la conexión con la inmensa fatiga del vendedor ambulante, del desempleado, del joven perseguido y estigmatizado- sea en ese humor que da ánimo, que exorciza lo imposible y nunca doméstica.

Lo hermoso toma más tiempo

Con el futuro en las raíces, se asoma a su escuela ambulante, la posibilidad de no quedarnos “echando el cuento entre nosotros” y las canciones pendientes por escribir, quizá la más importante para esa mamá.

“Lograr rapear y hacerlo bien y que me conozcan va a ser mucho más hermoso… aunque me tome más tiempo” -fue lo que dijo Pepe un día, y desde entonces ha permanecido ese mapa-.

Quizá lo cotidiano en vez del evento, la belleza de la constancia en vez de lo estridente de la fama y la frontera en vez de la cúspide en el centro se resume en lo que pasó por el cuerpo -en la asignación de la presa más grande para el hijo enfermo- y -luego- tomó forma de concepto en los libros y charlas: una nueva masculinidad reconciliada con lo femenino.

“Siento que me he identificado bastante con las nuevas masculinidades. (…) Siento que desde ahí uno tiene un mayor cuidado de la vida, de la naturaleza y desde ahí empiezas a tener un mayor cuidado con tu ejercicio político o electoral. (…) Si con algo es con lo que más me identifico es con el ejercicio artístico… pero propuestas… es con las nuevas masculinidades con lo que siento que más se pueden cambiar paradigmas.”

Ahiman comiendo en la mesa de la mamá, recibiendo un regaño por una socia, cargando unos equipos en un camión; cantando, bailando y hasta jugando; enseñando a una niña de diez años que lo presenta en una inauguración como su mejor amigo. El arte puede ser enseñanza, pero siempre va a ser aprendizaje.

Ahiman está buscando algo, algo que por ser parte o estar cerca no deja de ser infinito. Quizá si lo encuentra nos lo diga porque puede ser esa palabra exacta que aún no existe, ese sentimiento final; pero también le deseamos que no lo encuentre porque esa búsqueda es su obra misma.

*Imágenes de Ricardo Otero

El presente artículo se desarrolló con base en una entrevista realizada en el 2019 y en la revisión de las canciones de Ahiman disponibles en Internet.

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