Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

Una respuesta adentro

Yolanda Pantin(1)

Los patos volaban, cruzaban una frontera quedando a tiro de los adultos, ellos -niños y niñas- los recogían muertos o agonizantes. Eran los llanos orientales venezolanos, en unos sembradíos de arroz, con una familia de once hermanos y hermanas.

Ella recuerda que su primer poema fue a los ocho años, aún lo conserva en su propia caligrafía: “Los patos que cruzan la frontera les espera un destino cruel” -podría ser un fragmento-.

Ella fue “la que necesitó siempre protegerse”, entonces se protegía “dibujando, escribiendo o haciendo cualquier cosa”. La primera noción con la poesía era la de guarida o refugio, una protección frente a sus nociones interpretadas por una sensibilidad a la que nada se le escapa y muchas cosas la desbordan. El poeta, aún desde los ocho años, tiene la piel raspada para que esta haga las veces de amplificador.

La segunda fase Yolanda Pantin la define como la de ser amanuense de su mamá: escribir lo que ella veía y lo que ella le decía. Ella se nombra como un instrumento de su madre, pero también encontramos otro tipo de complicidad cuando nos cuenta que en su madre ha habido pasión por su poesía.

Recuerda que tenía 24 años cuando ocurre “lo que empujó todo ese torrente de escritura”: la familia, y en especial su madre, sufre una gran pérdida.  Yolanda nos explica que todos los duelos tienen distintos plazos, distinta duración.

“Todo mi proceso creativo es la elaboración del duelo. Duró 30 años”

Era “(…) el intento de levantar la casa materna que se había derrumbado por el dolor. Entonces quise darle a mi madre sobre todo, el regalo de esa casa construida, levantada otra vez, que es mi primer libro, que es Casa o Lobo

La poesía, como solución imaginaria o inventiva sin morada material, puede hasta reconstruir una casa y contradecir una ruina. Para 1978 estaba viendo un seminario de César Vallejo con el profesor Hugo Achugar.

“En ese momento con ese dolor tan grande, yo entendí, en el cuerpo, que la poesía era lenguaje, hizo todo crac. O sea que el dolor podía expresarse a través del lenguaje”

Yolanda dice crac de forma musical y ríe breve y plácidamente. Tuvo una revelación donde el concepto y el deseo o la necesidad de escribir se unieron sin contradicciones.

“Hugo me enseñó todo, me abrió a la literatura. (…) “Si tienes oportunidad de tener un maestro, no lo desperdicies”

Pero para recoger esa época de universidad, hay que devolverse un poco hasta su primera lectora, Elena Iglesias, y su asombro positivo por su obra que se volvió en otro impulso en su camino.

“Elena fue mi primera lectora (…). Una compañera que fue muy importante para mí, mayor que yo, era cubana del exilio, no castrista.” Yolanda le mostraba unos poemas y le preguntaba si podrían servir.

Leían Octavio Paz, César Vallejo, Luis Cernudo y Blanca Varela. Luego tuvo la oportunidad de conocer a Blanca y volverse su amiga. Envió una carta cuando el hijo de Blanca murió, tratando de acompañar ese profundo dolor, pero equivocó los nombres.  “Para mí es importante que sepas que quien murió no fue Vicente, sino Lorezo” -cuenta Yolanda que escribió Blanca-. “Siempre sentí una vergüenza terrible por la equivocación”

Luego vendría Tráfico y la Editorial Pequeña Venecia y los viajes por Latinoamérica financiándose la estadía con los libros para la venta que llenaban una maleta. En Tráfico era la única mujer y los otros eran Armando Rojas, Igor Barreto, Rafael Castillo, Miguel Márquez y Alberto Márquez.

“Tráfico era fantástico”

En un grupo de poetas se leen entre sí, buscan y exploran juntos, hacen redes y hasta interpretan la realidad. Se admiraban entre ellos, pero también Yolanda sospecha que en esa época estaba superada por los acontecimientos y mientras el grupo terminaba jugando un papel de agudeza política o de fina discusión frente a los acontecimientos nacionales, ella estaba en un viaje de introspección.

“Yo no me di cuenta, estaba abstraída, estaba metida en un polvorín, era muy boba, porque mis compañeros eran muy inteligentes, estaban muy bien formados, (…) yo estaba más tomada por cosas interiores, en conexión con las mujeres”.

Escrito por mujeres

Foto: Lisbeth Salas

“Tuve una consciencia temprana del tema de los géneros, la posición de la mujer en una sociedad y qué lugar ocupa”.

La mirada de la mujer es una mirada hacia adentro pero que mueve los cimientos de toda la sociedad. En tanto la poesía sea real, la palabra de mujer dará cuenta de una injusticia, de una extrañeza, de algo así como los “estragos del hombre” desde el cuerpo, pasando por una casa, hasta llegar a una ciudad o un país.

La mirada de la escritora o la poeta “es al mismo tiempo muy cuestionadora de la cultura, es una mirada atenta, alerta, tiene mucha consciencia del lugar que ocupa… Y aunque no la tenga, sale en el poema. En el caso de Venezuela, es Luz Machado, años 40, una señora de su casa, seguramente sometida a las leyes del patriarcado, vamos a hablar así para entendernos, sí, para entendernos, porque sino no nos entendemos. Y esa señora escribió un libro en esos años, (…) La Casa Por Dentro, (…) un alegato de consciencia del lugar que ocupa dentro de la casa, tremendo, muy revelador”.

Pantin hizo mucho en los 80’s por la liberación femenina en Venezuela, pero siempre opina que había una tensión entre un viaje interior y activismos. Igual, lo que reverbera sigue siendo esa voz de mujer insumisa. Es muy valioso que en la poesía de Venezuela de los 90’s se encuentren más autoras que autores, puede que no suceda lo mismo con el proceso editorial y sobre todo con las antologías.

“Bajó el tono porque nos engañamos. (…) La lucha no termina”.

Comenta que El Retrato de la Mujer Sola puede haber sido usado por el movimiento feminista porque “recoge un sentimiento común”. gual, en algún momento nos aclara que no ha militado lo suficiente y recientemente en el feminismo. De nuevo el intento del artista por no dejarse clasificar y menos utilizar.

Me encantaría estar en la militancia política, pero no soy ese tipo de persona”.

La poeta o autora no se enfrenta a una audiencia o a un auditorio como los hombres: inicialmente esta poeta dice que es igual en hombres y mujeres, pero luego analiza que el hombre de unos tiempos actúa como un conquistador (conquistar territorio y mujeres), y en eso se diferencia. Aclara que la vanidad viene siendo la misma, y todos lidiamos con ella, y que la seducción no está mal.

Se siente que los hombres podrían prestarse más para el culto a la personalidad, la mujer está buscando que el poema se defienda por sí mismo y que se olviden de ella, que deje de importar quién o cómo es esa mujer: puede con más tranquilidad (o más temprano en su proceso) reclamar un anonimato relativo o una soledad. La pretensión es sobre una criatura independiente.

“Me parece que también puede ser un acto de total vanidad (…) plantarse en un auditorio y que el poema se sostenga solo (…). Que olvides a la persona que está leyendo, cómo es como mujer, y escuches el poema”.

Ella asocia la vanidad a su debilidad, a la debilidad de cualquiera. Plegándonos entonces a no aludir a la fortaleza, ni esencializar el papel de la mujer, podemos decir que la mujer como sujeto histórico -en la medida que es una buena autora o una buena escritora- tiene una mirada necesaria porque se da cuenta de algo que los hombres son incapaces, a lo menos ecualiza el campo de discusión, el repertorio, ese archivo histórico y a la vez existencial.

“Ellas miraban otras cosas que de otra manera no la hubieran podido acceder”.

“Esa mirada es la cultura”.

 

(1) Las comillas sin cita alguna son extraídas de la entrevista hecha por Casa de las Estrategias y unicamente a la voz de Yolanda Pantin.

Fuentes

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