Vigilar el poder, mapear el placer y habitar Medellín

LA VIDA DURA CUATRO ASALTOS

No se puede pretender que una persona siga nuestro ritmo si no tiene la capacidad para hacerlo. Una maratón requiere de entrenamiento. Para correr habremos de caminar primero. No puede volar quien carece de alas. Amar es eso: acompañar cuando se hace necesario, cuidar a quien se ama, darle apoyo en el momento preciso. Quien ve el peligro y prefiere protegerse a sí mismo y dejar al otro al borde del desfiladero, es indolente, su amor carece de amor.

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Viaja sin prisa, ten calma, no te acostumbres a mirar a los demás por encima de sus cabezas, comprende que no siempre tendrás la razón ni tienes el poder sobre nadie más que sobre ti mismo. Una vez hayas tenido memoria de lo que eres, de lo que has llegado a ser, síguete amorosamente, acechándote con agudeza, siempre vigilante sobre lo que sucede en lo más profundo de ti, busca levantarte por sobre lo que se aquieta en tu interior. Camina despierto y recuerda lo que haces en sueños. Así vivirás completamente y podrás morir sin queja alguna.

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La humanidad no es un valor eterno, es una aceptación. El ser que está llamado a abrir infinitos solo es un episodio en la extensa agitación de la tierra. Los sobresaltos no son su postulado, sino el corolario de lo que ha de venir y, esto, a riesgo de clausurar lo que ha sido. Por ello, “cuida de no morir antes de tu muerte”: eres la luz que al crear se libera. Gánate la memoria perseverando en tu voz, en tu canto, en la lucidez de tu existencia. Para ser una puerta al futuro hay que propiciar lo que se desata, el peligro de cada noche tenebrosa, el temblor de la aurora, la delicadeza de la estampida. “Yo solo creo en aquellos que por su creación perecen”, solía afirmar ese caminante de alturas y abismos que anticipó las guerras más cruentas. Ya lo sabes: tu cuerpo es el lugar donde anidan astros incandescentes, el corazón del mundo vibra con cada gesto de tu rostro melancólico, en tu tristeza y en tu abandono. No busques el amor en otro lugar que no sea la fuerza de tu pensamiento, en la palabra que se alza al mediodía, en el camino que se abre a tus pies. La vida puede pesar, pero también ofrece belleza y un dulce sabor a felicidad. Serás lo que decidas. No temas sucumbir en el intento.

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Hay momentos en que los que te rodean asumen que debes superar lo que vienes siendo. Extraña manera del cariño que desestima de lo que a cada cual corresponde. Por esto, la necesaria superación, la forma de ascender, de crecer pese a todo, suele acompañarse de quienes nos acompañan para que sea más efectiva. Subir solos a la cima es difícil, puesto que representa la entrada en lo que se es y hay quienes se aprestan a impedirlo por incapacidad o por temor a quedarse abandonados donde están. Hacerlo de la mano de los demás constituye un acto de heroísmo y comporta un gran mérito, pero sin lo que uno pueda lograr por sí mismo, los demás solo hallarán manos vacías, una voz que se apaga, restos de una sombría pérdida de tiempo. ¿Qué se busca hallar arriba? ¿Una canción que sepulte el eco de la muchedumbre? ¿Un viento desatado que halague al propio oído y a ningún otro? ¿La grandeza que se aleja del tumulto? ¿La triste soledad de los dioses? ¿La vanidad que busca volver al mercado con una buena nueva? ¿La prédica de la que reirán los ojos ciegos, los resentidos pasos de aquellos que no pudieron llegar? Subir demuestra que abajo se mueve algo, que quien se abisma tiene noción de la altura. Que volar sin límites requiere del soporte de la superficie, del salto propicio, de una voluntad que lleve lejos. Pero quien conquista la cima estuvo en falta y su hundimiento —antes o después— no es mera sugestión. El rezago de un atávico deseo de ascenso implica la caída en cada aletazo, el desoído imán hacia el despeñadero.

 

VÍCTOR RAÚL JARAMILLO

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