La ficción del miedo logra invadir el cuerpo, apuñalando con panfletos y marcando el territorio, adueñándose de él, arrebatando de ante mano la acción de habitar.
La ciudad apuñala, la situación también.
Hay pocos que se resguardan en estar juntos, en habitar juntos, en juntos desmenuzar el lenguaje de la supervivencia.
Las madres están preocupadas – saben que la juventud es vulnerable- y le piden a sus hijos que se cuiden y “ahorren dolores de cabeza”.
¿Y si la ficción del miedo, es doblegada por la necesidad de defender la vida?
El lenguaje no puede normalizar videos de muertes, audios de pánico y actos como el de incineración de buses. Anteponerse, aferrados a la vida; no significando que anteponerse sea dar la espalda a lo evidente, al contrario, es ligarse a la necesidad de estar tranquilo, sin la ficción del miedo.
Es ficción, porque su utilidad está muy alejada de la realidad. En pedregal la música puso la orden de encerrarse, en segundo plano; no se deben de crear excusas para dejar de habitar la noche, nos resguardamos en la calma de ser artistas, caminantes, conversadores y ciudadanos, es la calma que el cuerpo y la situación necesita.
El municipio de Caucasia, esta sin entradas; desligado de las otras realidades que lo complementan, ¿estar solos y escondidos, es estar seguros?
Estamos haciendo parte de una situación que no elegimos, pero démosle amor a la noche, transmitámosle confianza a los cuerpos ajenos al nuestro, devolvámosle la vida al territorio. Juntos, alejados de la ficción solitaria del miedo.
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