Vigilar el poder, mapear el placer y habitar la ciudad

Medellín, 19 de abril del 2016

Estimados

MARIANA GARCÉS CÓRDOBA
Ministra de Cultura

GUIOMAR ACEVEDO GÓMEZ
Directora de Artes, Ministerio de Cultura

LINA PAOLA DUQUE
Directora de Teatro y Circo, Ministerio de Cultura

MANUEL VARGAS
Abogado del Ministerio de Cultura

Soy tonto en esa cosa práctica de vivir la vida como ustedes la presentan. Yo aún no entiendo eso tan calculado de “austeridad inteligente” con que el ministro Cárdenas defendió la asignación presupuestal de este año: subirle del ya muy elevado presupuesto de 27,7 a 30 billones al Ministerio de Defensa, y aumentarle significativamente los gastos al Congreso de la República, mientras le bajan los recursos al Ministerio de Cultura que ni siquiera pasa del 0,2% del presupuesto, me parece poco inteligente.

Comprendo, valoro y celebro los esfuerzos hechos por varias administraciones del Ministerio de Cultura por cabildear leyes que aumenten y aseguren recursos para las artes como la Ley de Cine, la de Espectáculos Públicos, la del IVA a la telefonía celular o a las regalías. Pero aún hoy la cifra completa es insuficiente, y en muchos casos el gobierno termina siendo competencia directa de los actores privados de la sociedad civil que han resguardado de cualquier tipo de interés o instrumentalización nuestras estéticas diversas.

Hoy las grandes empresas prefieren invertir sus recursos de publicidad, marca, responsabilidad social y los de sus fundaciones, en proyectos públicos o mixtos creados por el gobierno, poniendo en dificultad a los gestores que históricamente han estado en la arena y en toda la geografía nacional, y no sólo en las grandes capitales, capoteando las adversidades y a los más violentos, haciéndolo desde la civilidad, construyendo identidad, tejidos y sociedad.

Los creadores, los artistas, han anticipado, traído del pasado, del futuro, de mundos reales o fantásticos, personajes, lugares, relatos, imágenes, y hasta universos que permiten vivir en esta realidad, y tender puentes en nuestras propias maneras de ser y entendernos. Hoy le restamos recursos a ellos, a los que crean, a los que hacen lo que llamamos arte, y la historia nos juzgará.

Me metí desprevenida y emotivamente al debate de Salas Desconcertadas, critiqué que el presupuesto del Ministerio de Cultura bajara justo en este momento en que se anticipa un posconflicto; que era una vergonzosa equivocación histórica que nuestra ministra se dejara bajar el presupuesto, que su silencio fue cómplice, y nosotros perdíamos dignidad por no unirnos como sector para parar aunque fuera simbólicamente. Propuse levantarnos en almas, y apoyé abiertamente la huelga de hambre de los muñecos y títeres que se cocieron la boca para apoyar a los teatreros.

Lo hice como director de un teatro histórico de este país, y como director cultural de una corporación que administra y mantiene viva la casa de uno de los grandes filósofos colombianos, y sitio de interés cultural y patrimonial de todos los colombianos. En ambos casos, con la conciencia de que no soy funcionario público, y sabiendo que aunque lo fuera, nunca mi opinión estaría en venta o hipoteca. Lo hice también consciente de que era jurado de las convocatorias de Salas Concertadas del Ministerio de Cultura, y con la firme creencia de que defender a los teatreros no debía ser motivo para generar dudas en mi idoneidad. Como jurado calificaba propuestas previamente seleccionadas por el área Teatro y Circo del Ministerio, con criterios establecidos por ellos, y mis críticas eran a políticas y asignaciones presupuestales, jamás a alguna propuesta estética en particular.

Para mi sorpresa la Dirección de Artes me invita a una reunión en Bogotá, para manifestarme que hay comentarios, rumores, que no pueden decir de quién ni claramente qué, pero que ponen en duda mi objetividad e idoneidad como jurado por haber participado en este debate. Me piden que busquemos juntos una manera de dar solución con blindaje jurídico a esta situación, en otras palabras, y como queda claro en conversaciones escritas con el abogado del ministerio, que yo renuncie.

Como se los manifesté y se lo sostengo, no tengo ningún problema en hacerlo, no sin antes lamentar esta triste situación, suscitada por comentarios poco claros, anónimos y reproducidos de manera ambigua por el Ministerio.

Ser jurado era un verdadero honor, y creo muy acertado escoger directores de Teatro y festivales en esta tarea. En los años que pude serlo, me permitieron darle una mirada al panorama nacional y a las estéticas de la categoría a la que fui invitado a calificar; me actualicé muchísimo para la curaduría de la programación y la circulación en los espacios que dirijo. Gracias.

Con tristeza y sin sabor, ahí les dejo.

Sergio Restrepo

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