Los jóvenes, los adultos y los niños de un barrio alto de Medellín, se estaban preparando para ver una película en su sector, esta había sido anunciada días atrás por unas personas de su comunidad.
Los más ansiosos con el espectáculo eran los niños, no veían la hora que aquel acontecimiento se presentará, pues nunca en su vida habían ido a un cinema. El día esperado llegó, los niños veían estupefactos como por la loma de sus barrios subían el sonido, una pantalla grande y el proyector, se quedaban con la boca abierta como si algo grande les fuera a pasar, pues no creían que esto fuera cierto, porque lo que más habían visto subir por aquellas laderas, era gente encapuchada y bien armada y políticos prometiéndoles el arreglo del alcantarillado.
Además eran niños que nadie los cuidaba, sus madres y sus padres se ocupaban en oficios en la otra ciudad, la de abajo, la que tiene los cinemas grandes, la de los carros lujosos, la del alcantarillado, la del agua potable. Sin embargo, como ellos no conocen esa ciudad, ni se les había pasado por sus mentes, sólo estaban interesados en el suceso que se les veía venir, todo el día estuvieron en la cancha viendo como instalaban el sonido, la pantalla y les encantaba ver como era de grande y de una vez por todas, saber por dónde saldrían los personajes.
Ya todo estaba instalado, los niños para no morirse de frio habían venido de sus casas muy abrigados, pues la proyección de la película se iba a realizar en un barrio muy alto que colindaba con el municipio de Guarne, traían ruanas, chaquetas, cobijas, pues el frio no les iba a opacar esta gran alegría.
Eran las ocho de la noche, Mateo, al igual que sus amigos, estaban viendo cine en una de las placas deportivas de su barrio, ellos al igual que los adultos, estaban celebrando este encuentro con la vida, pues por fin no era el ruido de las balas, sino el sonido del equipo lo que retumbaba en la cancha de aquel barrio.
Mateo estaba como hipnotizado por este acontecimiento, pues era la primera vez en la vida que se encontraba con esta posibilidad, puesto que sabía que las condiciones económicas en las que vivía esto le era imposible hacerlo luego, por eso no espabilaba, su emoción era enorme y estaba viendo como la primer película empezaba a finalizar, y aprovechando este intervalo, la proyección de cine iba hasta las diez de la noche, corrió hacía el único teléfono público que había en la placa deportiva para llamar a su madre y contarle lo rico que estaba pasando con sus amigos en aquel lugar. Se remango su ruana, se subió a un pedazo de adobe para alcanzar el teléfono y marcarle a su madre, timbra el teléfono, repica una, dos y a la tercera vez le contesta su mamá toda enojada, Mateo usted donde está, que hace a estas horas en la calle, el niño le responde, MAMÁ estoy viendo cine, cuál cine mentiroso, a estas horas, se me entra, los niños no pueden estar en la noche en la calle, no ve que es peligroso y Mateo, en una especie de angustia, trata de convencer a su madre para que lo dejará ver la otra película, mamá es cierto, si no me cree suba; vea que hay mucha gente y estamos pasando bueno y no me va a pasar nada; pues sabía que si lo entraban aquella oportunidad era muy difícil que se volviera a presentar en su barrio, sin embargo su madre, de una forma categórica, no le da crédito a sus palabras y le dá el ultimátum, cual película para adentro; el niño, al escuchar la voz de su madre, cuelga el teléfono, se baja del adobe y mira por última vez aquella pantalla enorme y empieza a llorar desconsoladamente, se va retirando lentamente de aquel espacio y siente una tristeza profunda, porque de su pequeña perspicacia de niño callejero, sabía que esto era difícil que volviera a suceder en ese lugar.