Vigilar el poder, mapear el placer y habitar la ciudad

Amamos la vida y amamos la muerte, sino cómo explicamos el sexo y sus orgasmos, el humo y sus bocanadas.

Tal vez deba terminar todos estos habanos para que la vida siga su curso para que el humo reemplace el espacio del cajón. Tal vez se debía quebrar ese jarrón antiguo con ese azul tan bonitico. Tal vez el amigo debía cambiar de silla para seguir siendo algo.

Tal vez no nos gusta lo muerto, pero ahí es cuando recordamos que sólo los que van a morir –y saben– pueden amar.

Amar es también saber que vamos a morir.

Si nos gusta realmente el polvo nada está definitivamente quebrado.

¿Y a qué darle vida sino a lo muerto?