Vigilar el poder, mapear el placer y habitar la ciudad

POÉTICA

 

Hay cosas

a las que no hay necesidad

de pensarlas

para saber de qué se tratan.

Muchas veces

la poesía se exime del pensamiento,

no precisa entender,

mas igual debe acercar a lo que es.

 

La poesía

es de quien la ha comprendido,

de quien pone en sus manos

el latido extraviado de su propia vida.

Nosotros necesitamos pensar el mundo

y aun vivirlo,

asignarle el sueño y la reconciliación;

mas quien haya en el poema

su secreta necesidad de infinito,

no podrá jamás

seguir los días sin su belleza:

la palabra,

esa tempestad donde se agita

toda mentira y toda verdad.

 

Acaso se trate de la esperanza,

del cuerpo gramatical

dictado por la Naturaleza

que desde siempre nos confirma.

 

Volvemos una y otra vez

sobre la escritura sencilla de las cosas,

sobre el pulso de un mundo

que afina su voz en estaciones silenciosas:

leemos siempre el mismo árbol

releemos sus frutos y sus flores,

caminamos expectantes hasta que el tiempo

nos alimenta con otro horizonte

y cuando creemos que aquello

ya ha sido visto,

algo nos dice con sigilo

que siempre es una primera vez.

 

Algunas cosas

son todas la misma cosa,

una sola cosa

que ejercita en nosotros

la intimidad del diálogo creador;

entonces

si alcanzamos a descubrir

aquel centro que nos contiene

cuando coincidimos en el instante,

la eternidad nos visitará.

 

De igual forma llega la verdadera poesía,

la única.

 

Y con la palabra mar

nos obliga a la sed y al naufragio

y con la palabra olvido

nos asegura el retorno,

el aprendizaje y el asombro.

 

La poesía va de pies y va de cabeza,

el que atina a descifrarla

nada pierde y tampoco gana,

pero nunca estará solo,

y al mismo tiempo

será su manera de estarlo.