Me queda una gran duda que, a pesar de todo, no me quita la esperanza: ¿cómo será que podemos reencontrarnos, los humildes, los de a pie, los sensibles, los que queremos perdonar y los que no? ¿Quién será el adalid de esta nueva búsqueda? Ahí me encuentro con un laberinto y creo que seguiremos buscando la salida.
Alfonso López “Fonzi”
(Sonora 8 y Átomos)
Los encuentros con los amigos, los de verdad, siempre serán satisfactorios. Lugares para alegrar el ánimo y apaciguar la palabra; para conjurar la ira y exorcizar tanto crimen impune. Tanta bestialidad junta. Tiempos donde la vida no requiera justificaciones son los que la gran mayoría de nosotros, los de a pie -aunque el “nosotros” excluya- esperamos. Esa realidad es ciertamente difícil si nos referimos a toda una nación. Y quizá inexistente para un astro desorbitado como el que muy amablemente nos sostiene.
Pienso que ofrecer alternativas de cambio cuando las personas temen lo nuevo y se resisten a la transformación -todos lo hacemos de alguna manera- podría ser ciertamente una “ingenuidad” o una manera de la utopía en una época donde las utopías parecen haber muerto. Pero esto no importa: ¡hay que hacer el esfuerzo!
Primero, porque necesitamos un respiro, una pausa en esta loca carrera que hemos inventado supuestamente para lograr un futuro mejor, y que no pasa de ser una coartada para el dominio inescrupuloso, retardatario y asesino de los “dueños” de esta Tierra ahogada en nuestra sangre. Segundo, porque en la vía que nos estamos conduciendo, no habrá otra salida que la del exterminio y la aniquilación de lo viviente, incluida nuestra especie, por supuesto. Y los deseos alocados de seguir sólo serán una última frustración.
Esta última razón, no obstante, es la que muchos buscan con una ánimo de “justicia”, de “redención”, pues, “nos hemos tirado en todo”: un ecosistema destruido; una inocencia estratégicamente descuartizada; la poesía en manos de cuarteles siniestros; la filosofía abstraída en sus porqués sin ton ni son; una religión que ya no da más luego de habernos quitado todo; una política enquistada en su matrimonio con una economía y un poder arbitrarios que te mandan a matar, que únicamente saben matar… en fin.
Es incuestionable la ausencia de un diálogo transparente entre los actores de esta tiranía que hemos llamado civilización. Es obvia la falta de belleza, de sabiduría y de voluntad de crear tan necesariamente necesarias para mejorar este mundo indómitamente acostumbrado a la barbarie. La educación sólo nos prepara para la contienda ciega de los que suman las filas de la vida a codazos; de aquellas cifras nefastas que aumentan la decepción y la angustia; de los desterrados y los anónimos que siempre han carecido de oportunidades.
Muy triste todo esto que está pasando. Y aunque sigo empeñado en escribir, siento que debería no hacerlo más. Que debería irme con mi música para otra parte. Siento que he fallado. Que desaproveché el tiempo exacto de vivir un país en Paz y se lo he negado a mis amigos. Lamento mucho lo que ha ocurrido. Sé, como tantos otros, que nos hemos equivocado. El plazo del planeta y de la vida está sometido por nuestra ambición y nuestra inmensa insensatez. A tal extremo, que la respiración amalgamada de nuestros anhelos de Paz ya casi es un estertor. ¡No hay tiempo para dilaciones!
Es muy sencillo justificar estas palabras: en Colombia, la salida de un largo y doloroso conflicto armado contaba con nosotros: los experimentados combatientes se dieron la mano, las víctimas perdonaron, las armas habían dormido ese día para darnos la posibilidad de abrazar la tranquilidad, la alegría, la hermandad, la fiesta… y cometimos el error de la indiferencia. Votamos por un Sí a la guerra. ¡Qué puta vergüenza! Y sin embargo, hay esperanzas en que llegará el día de la reconciliación. Somos una pobre anarquía que no podrá dormir tranquila de ahora en adelante. Admito el fatídico error.
Reconozco que me asustan las arengas que atacan un imperioso amanecer con su olor a viento cargado de pólvora. Que me intranquiliza la instigadora voluntad destructora de los que creíamos sabios. Afirmo sin duda alguna que me desencanta la obediencia amaestrada de los que se han destacado por su ánimo fraterno y solidario con la libertad. Pero francamente, hay algo que me irrita sobremanera -lo confieso- y son aquellos personajes de la vida pública apoyados en sus rencores públicos con sus públicas y cínicas patrañas que intentan aniquilar a quienes no están de su parte. Pero nuestra falta de solidaridad y compromiso, es lo peor. ¡Y lloverá fuego sobre nuestra mezquindad!
A diestra y siniestra se evidencian intereses malsanos que acusan a los demás y sólo buscan salvarse ellos mismos con una gran incoherencia frente al final de la guerra (cada uno de nosotros en su centro). Sólo quieren que la historia los recuerde en sus archivos, ruede la cabeza que tenga que rodar. Y buscan cómplices de mala calaña para que ocurra. A nosotros, que hervimos de rabia y no cruzamos la puerta de la concordia, nos pondrá en el último rincón. Este ha sido el fracaso de una real convivencia pacífica que aún no nos es digna por nuestras palabras sin actos y las encarnadas intenciones de manipulación y sevicia que hemos heredado.
Hemos perdido el único sentido vital que nos conectaba armónicamente con lo que yo llamo Caosmos; con la naturaleza que, así cómo vamos, será un cuento antiguo que quizá nadie alcanzará a leer. Hemos perdido la capacidad de amar, de ser personas de “sangre liviana” y no queremos aceptar que tenemos miedo. Nuestra negligencia y la falta de responsabilidad con los demás nos dejan ahora, más que nunca, como tristes sombras solitarias en el desierto. Mas esta no es una queja acompañada de llanto, las lágrimas no sirven para apagar incendios. Es una nueva caída, la caída de todos los días, la caída que purifica de tanta baba miserable. Es la caída que Altazor cumplió por nosotros para enseñarnos el vuelo. Es la salida de ese cuarto oscuro donde hemos escrito los poemas que dicen lo que tenemos qué hacer en lugar de hacerlo.
No sé, mis queridos amigos. No lo sé. A ustedes, mis apreciados co-habitantes de este tercer planeta, sólo puedo decirles que hay que amar. Amar lo que hacemos y tratar de no lanzar bombas en el jardín por el bien de nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Amar sin escatimar la fuerza que sólo se consigue con fuerza. No la que intenta “tumbar” al otro y te instiga a llamarlo “cretino” y darle un balazo porque no piensa como tú piensas. Hablo de la fuerza de un amor de verdad, responsable con el deseo de cuidar lo que malamente hemos llamado Humanidad y sus alrededores. Cuidar de sí, del otro y de lo otro que es lo que nos viene al encuentro. Cada quien es el llamado a hacer del amor y su fiesta un hecho vivo. Y tal vez reírnos alguna noche de nosotros mismos, aunque sea un poco, como siempre lo hemos hecho.
No obstante, les pido que no tomen estas palabras como una ruta de escape. No las tomen como una exigencia. Y menos como un consejo. Aconsejar algo a alguien es muy peligroso: a ti te funciona, pero no sabes si para el otro podría constituir una fatalidad. El agua que te quita la sed, a tu próximo lo puede ahogar. Cada cual deberá encontrar la salida del laberinto, si lo que quiere es salir. ¿Qué podría decirte a ti y a los que comparten la misma incertidumbre sobre estas extrañezas que solemos crear? La decisión está en cada uno. Sería inapropiado que dependiera de una medida externa. No puedo ser el adalid de tu nueva búsqueda. La violencia que he tenido contigo no me lo permite.
Las aguas turbias nos engañan y los velos despiertan nuestra curiosidad. ¿Ir al bosque no se compara con una tarde de sol junto al mar? ¿Una ola que va y vuelve nada tiene que ver con subir una montaña cubierta de niebla? ¿Cabalgar en un lujoso automóvil es más propicio que ir dando tumbos como las piedras? ¿La respuesta es que todos nos debemos movilizar en silencio si lo que queremos es ser más musicales que la tragedia? Pero aquella avalancha ¿cómo haría? Es tu tarea resolver qué opción tomar. La solución está al alcance de cualquier mano. Sólo hay que querer tomarla. Tú también puedes hacerlo. ¡Hay tantas!
Ahora bien, si ninguna de las que existen te satisface, inventa una; ejerce el derecho a la creatividad y propón otro camino. Tu propio camino. La vida se puede nutrir de esa nueva iniciativa que tú y nadie más que tú está llamado a fundar. Eso sí, y que nos sea esto una sentencia inquebrantable: las cosas que dejamos en el mundo luego de haberlo padecido, las huellas que otras personas reconocerán y llevarán tu nombre, deberían poder ser seguidas en principio y ocasionar la mutua ayuda que tanto esquivamos en esta tradición de crueldad y desidia; en esta mortandad creada por la indolencia de una genealogía estéril cuyos frutos siempre han estado secos.
Y como ya lo dije antes (aunque esto no signifique nada para ti que me lees en estos momentos): lo que hay que tener es calma. El deber ahora, es tener paciencia. Las carreras no aportan ningún sentido. Deja la prisa para los ejecutivos y sus cronómetros. Por el momento hay que saber esperar. ¡La lentitud nos hará veloces! Los exitosos hombres de la inmediatez y la acumulación, los administradores del desenfrenado ímpetu de la codicia y el descuido, te quieren obligar a dejar de lado la contemplación y el ocio, un pensamiento desinteresado y la imperturbabilidad de tu corazón. ¡Hay que resistir! Pero eso no significa quedarnos con los brazos cruzados como si ya hubiésemos hallado la certeza de una conclusión.
Yo dudo mucho de que estas palabras sean suficientes, pero no tengo más por el momento. Además, mis acciones son estruendosamente limitadas. Y debo aclarar, para que no caigamos en malentendidos, que no tengo sino palabras. Me gustan mucho las palabras. Aunque todos sepamos que nos pueden hacer añicos. Les doy un abrazo siempre vivo a quienes lo quieran recibir. Traten de ser tan moderados como puedan. Y para que sean felices, recuerden que no se necesitan demasiadas cosas, y entre ellas, las más importantes: la cercanía de los amigos y una respiración serena.
¡Que pase lo que tenga que pasar!
Víctor Raúl Jaramillo
Medellín, comuna 13, 6 de octubre de 2016. (12:30 a.m.)
Fotografía de Francy Esmit Cardona