Una parte del voto de Federico Gutiérrez fue en contra de Uribe (un voto útil), otra parte del voto fue de uribistas (que podría ser un voto ideológico). Se le podría atribuir inteligencia a los estrategas de campaña que lograron que uribistas y antiuribistas pudieran llegar a tener conclusiones distintas sobre el candidato.
Lo curioso es que en uribistas y antiuribistas puede haber fajardistas, pero fajardistas no es partido o ideología, es un estilo y una apreciación por ciertas cosas dentro de un proceso de ciudad. Se pueden unir la identificación por un peinado, unos bluyines con la forma para comunicar la ciudad dentro y fuera y el urbanismo social a la hora del análisis para votar por Gutierrez.
El alcalde hizo campaña mucho rato y se ganó la simpatía de mucha gente y mucha gente votó por su frescura, por su juicio y por su honradez. No podemos negar que una parte de sus votos son exactamente por él, pero el debate electoral fue muy pobre y se apalancó en el abstracto de hacer las cosas mejor y nunca tan mal como la anterior administración. “Yo sí soy capaz”, pero casi nunca se dijo cómo.
Quizá a una minoría nos preocupó una campaña donde ya el candidato se empezaba a poner bravo y surgía – a la par de lo fresco y lo light que deben ser las campañas- rasgos anticuados y un poco autoritarios. Quizá cuando ganó los que éramos críticos pero no estábamos muy movilizados pensamos que hay que coexistir con derechistas decentes y que al alcalde le debe ir bien con tal de fortalecer la institucionalidad.
Luego llegó el momento tan esperado de los políticos de empezar a nombrar y las preocupaciones volvieron a crecer con la interrupción de procesos ciudadanos y con un gabinete a veces inexperto. Quedaron también en carteras o asesorías claves concejales que no tenían experiencia gerencial y que no hacían parte del sector o de las redes de su despacho (como en el caso de Medio Ambiente).
Cuando llegó el Plan de Desarrollo, nos dimos cuenta que en muchos puntos pensábamos distinto pero eso no era tan grave, lo que preocupaba es que parecía una tesis de pregrado -con redundancias, temas sin concreción y hasta errores de digitación. Los problemas graves del Plan, si nos olvidamos de la vaguedad que está presenta en especial en la política social y educativa, son que no se impulsa una ciudadanía crítica sino juiciosa y que se menciona que está bienvenida la crítica pero se advierte que debe ser “con altura, respeto y argumentos” y esto puede ir muy de la mano de trabajar el orgullo regionalista que llega a reemplazar el debate y a estigmatizar la crítica.
Ante los problemas del Plan se podía rescatar la apuesta por que la cultura ciudadana fuera transversal y se corrigiera así una ausencia histórica de las administraciones que no han realmente detonado eso.
También entusiasma mucho la meta de 15 homicidios por 100.000 habitantes, prometer resolver el déficit de programas de resocialización y segundas oportunidades y el reconocimiento de jóvenes populares como víctimas de homicidio. La línea de seguridad le apuesta a la continuidad poniéndola a salvo de la fracasomanía pero todavía carga con unos rezagos que en el acumulado de Medellín es definir la política de seguridad a partir de criminales, víctimas y testigo. En esta ecuación tan típica el ciudadano termina presa de una cultura del positivo (que necesita una transacción de información para recibir protección) y una burocracia y los esfuerzos en seguridad quedan obsesivos con las rentas criminales descuidando la población y la protección como centro.