Voy a tratar de ser claro para lograr su entendimiento. En esto, quisiera que viera un gesto de generosidad. Con respecto a las mujeres -¡ah, qué haría sin las mujeres!- quisiera decirle lo siguiente, a usted, que al saber que yo escribía, me hizo notar su inquietud. He aprendido que a las mujeres hay que amarlas y no tratar de entenderlas, y eso he hecho: relacionarme de buena manera con ellas: escucharlas (hasta donde ha sido posible), cortejarlas (hasta donde me lo han permitido), complacerlas (hasta que se agotan los recursos). Y claro, sé que no todas podrán ser para mí. No soy un iluso aunque lo parezca. De hecho, no las aceptaría a todas ni podría. Don Juan, Casanova, tenían un gran palacio donde albergarlas, el mío palpita ya con mucha dificultad y tiene paredes a punto de caer. ¿Sexo? Sí, por supuesto, y en muchas ocasiones. ¿Qué hay más placentero que el sexo? Quizá tener sexo con quien “te mueve el piso”, para usar una expresión muy nuestra. O sea, con aquella con quien la piel vibra y cuyo temblor no te deja quieto. No todas las mujeres lo hacen. Y para mencionar uno de esos memes que la Internet y sus redes sociales tienen: “después de tantos infiernos, no cualquier demonio te quema”. En todo caso y en pocas palabras: ¡que las mujeres vengan a mí!
Permítame ahora que sea yo quien le pregunte a usted, que presume de macho: ¿sabe lo que representa una mujer, una mujer de las de verdad? ¿De esas de las que hasta el más cerebral se enamora? ¿Una de esas mujeres que además de ser hermosamente hermosas, se deslizan por la inteligencia como una bailarina sonámbula? ¿Aquellas que han caído en estado de poesía? ¿Está seguro que comprende el hecho de que nadie es de nadie y sea una mujer o un hombre -o uno de esos híbridos contemporáneos- cada cual decide con quién hablar o besarse o irse a la cama y con quién no? ¿Qué tipo de hombre es usted que se ríe de aquél que delira y se siente siempre complacido ante la presencia de una mujer? A propósito, la gran mayoría de los que se hacen llamar “hombres”, lo hacen porque tienen una “mujer” para mostrar, como si ese “trofeo” hubiese tenido un alto precio, una larga e incesante lucha contra todo un ejército o, lo que es aún más superfluo, como si se la hubieran ganado en una rifa al comprar electrodomésticos y por lo cual la encadenan de la pata de la lavadora. ¿Dónde compraste a tu mujer, cuánto dinero te ha costado? Una mujer no es un llavero ni cosa que se le parezca. Aunque es claro -todo hay que decirlo-, muchas de ellas sólo piden entrada libre en la billetera de su -financieramente hablando- gran y único amor.
Ahora bien, los “hombres” creen que lo son, más que por “tener” una mujer, por ser fuertes, tenaces, por infundir miedo, es decir, por ejercer la violencia -en muchas ocasiones con la ayuda de sus féminas- y activar un concierto para delinquir y destruir a los de-más que, por lo general, no tienen nada qué ver. Lo que quiero decir es muy simple: las personas -¿personas?- creen que si disparan contra el otro, que si aplican el juicio fanático contra quien los incomoda, si lo desaparecen, si lo asesinan (con una satisfacción que los vuelve orgullosamente “los duros” del clan), serán los verdaderos héroes de la humanidad (una “humanidad” de dos cuadras a la redonda) y podrán capturar a la mujer que les venga en gana (aunque ella no quiera). Eso, qué pena con usted y los demás, es una cobardía patente: no tener el suficiente control ante lo que nos exacerba, es dejarse hundir en una irracional manifestación animal. Puramente animal. Pero así son las cosas: por más inteligencia, por más sabiduría, por más “civilizados” que creamos ser, sucedemos como instintos con ganas de ser humanos. Tal vez lo logremos algún día, si la cópula no estalla antes.
¿Que quién soy que me atrevo a hablarle de esta manera? Pues bien, ya es tiempo de que lo sepa, yo no soy un hombre, sólo soy un animal con apariencia de hombre. O en otra versión: un ángel ferozmente bestial. Un ángel realmente anómalo. Un demonio inclementemente amoroso. Una pura imperfección, después de todo. Si realmente fuera perfecto, sería la devastadora totalidad, no alguien que tiene la costumbre de escribir para hacerse notar, para sentir que alguien más -aparte de su propia idiotez- lo tiene en cuenta. La totalidad de que carezco es temida por todos, porque esa totalidad es la gran nada, la vasta extensión de la nada. Y es temida, sobre todo, porque se ignora que puede ser una mujer, es decir, una aliada: ¡la nada no destruye, posibilita lo naciente! Por eso, además de ser una certeza muy íntima que no agrega ninguna situación nueva al entramado del mundo, mismo del que desconocemos infinidad de aspectos, créame que si yo lo supiese todo, si tuviera las cualidades que usted me apellida y que hemos atribuido a los dioses -nuestro más grande invento-, si yo no tuviese tacha alguna, no existiría. Por esa misma razón los dioses no pueden existir. Pero yo sí. ¡Qué le vamos a hacer! Existo ahora y quizá vuelva a existir. ¿Quién podría saberlo? Existiría de nuevo como otro alarido más en este lugar que apreciamos a pesar de todo.
Dejo aquí mi respuesta, no sin antes recordarle que el mundo está podrido. Por eso, trate de ser lo más feliz que pueda. ¡Que la vida le sea grata!
Medehollín, comuna 13, 18 de junio de 2017 (10:20 p.m.)
Imagen: óleo de Alexis Vélez Rodríguez