UNO
-Mira –dice la joven al niño-, Gordi sabe caminar… camine pues. Y le mueve con un ritmo que atrapa, los pies de tela al muñeco.
-También da la mano… haber, Gordi, dele la mano al niño. Y coloca la mano estampada del muñeco frente al niño que, con la vivacidad de un conquistador, la acepta y, sin soltarla, pide a la joven:
-Dígale que respire.
DOS
Domingo, en el cementerio, luego de haber puesto flores frescas en la tumba, la niña, mirando con placidez a la abuela que llora tras un velo de luto:
-¿Por qué no sale mi mamá, abuelita?
Al verse desprovista de argumentos, la anciana trata de explicar de qué se trata la muerte.
Una mano ajada, imprecisa, se despega de la camándula y, escapándose de la oscuridad de un chal de lana, señala ese azul donde se saludan varias cometas.
-Ella no puede salir porque está en el cielo.
-Entonces qué hacemos aquí. Vámonos para el cielo.
Tomado del libro: TATUAJES DE VIENTO (1992)