Mira ahí una ciudad maldita y cruel, que acaba con cada uno de sus hijos, con sus propios peregrinos. Los consume como alimento y los engendra como mierda, malditos y marcados desde el nacimiento, los hijos de Medellín saben que su propia progenitora espera para consumir hasta la última gota de su espíritu y nutrirse de lo único que vive ese hermoso, pero letal cielo del valle, esperanzas y almas. Maldito reloj perfecto que nos vuelve engranajes útiles y reemplazables a disposición de sus antojos, maldita puta de conveniencias del destino.
Sin embargo, hay revoluciones reales dentro de este monstruo de asfalto, humo de fábricas, brea, muertos, cigarrillo y alcohol,
revoluciones genuinas, aunque son tan ínfimas que no se notan ante los ojos supervisores y acusatorios de esta maldita ciudad. Estas causas con hermanas gemelas están conformadas por gente que solo necesitan ser uno de los engranajes primordiales, para en la cúspide desintegrarse. Mostrarle al mundo que está mal, que su decadencia empezó hace mucho. Con solo una acción solemne se puede acabar con este maldito testaferro, monstruo de la puntualidad, consumo, empleos indignos y estupidez masificada.
Espero vivir para ver caer a este gran reloj cuando su relojero pierda la razón y muera de pura desilusión mientras el pueblo recupera la potestad de ser pueblo, de ser libre, de ser medallo.
Editor comuna 13