Para Ana Victoria Ochoa,
la monja que provocó
otro temblor de cielo.
Nosotros los que somos amados,
te hemos olvidado.
Pero tú no nos olvides.
Jacques Prévert
UNO
Hablarte, Dios…
hincada sobre la certeza
de un viento en primavera,
luego del crujido
aterrador del miedo,
recorriendo mil ojos
errados sobre la tierra,
alimentada con estaciones lluviosas
como una serpiente envenenada.
DOS
Hablarte, oh Dios…
sin esconder el rostro,
lejos de la gota que cava agonía
cuando se me pierde la fe.
Yo, enamorada de tu lazo sin hora,
rodeada de música,
tatuada en la madrugada, oh Dios,
que escribiste la historia
incrustada en mis dedos.
TRES
Sonriendo en silencio
para evitar la carrera
al oír tu señal detrás de la puerta.
Conduciendo los votos,
todos los rebaños de mi espíritu
desde mi sed hasta tu eternidad
que no se atreven
a pronunciar mis labios.
CUATRO
Lejos ya de cualquier sepulcro,
en una oración
sin principio ni fin,
instalada en un solo sueño
de ser la otra
que no camina
ni come
ni duerme
ni saluda a sus vecinos,
aquí, desde siempre,
ajena galaxia sin nombre.
Como un rayo sin cielo,
como un río sin tierra,
como una niña sin risa:
paloma enmascarada de luz,
asiento de dragón.
Mujer posible,
extasiado ángel,
habitación descompuesta en el sentido
de la soledad.
Hiriendo las sienes entonces,
germinando entonces de furia,
entonces al amanecer
sobre la grieta de un destino
que cifró el tiempo
antes de marcharse hacia el olvido.
CINCO
Hablarte, Señor…
desde la infancia,
con abrazo de peñasco y piel
bajo la noche húmeda,
mientras la muerte asoma
tras las ruinas de los hombres.
¡Qué se levante el mundo
porque es tiempo de cantar!
Poema original del libro: JORNADA DE SILENCIO (1994). Aquí se presenta con algunos cambios.
Imagen: lienzo de Salvador Dalí