El mundo es más fuerte que yo.
A su poder no tengo otra cosa que oponer
sino a mí mismo, lo cual, por otro lado, lo es todo.
Stig Dagerman
ENTRADA
Estos días sucedieron.
¿Es posible que se vuelvan a ejercer?
Han quedado en el sitio justo,
al borde de una mano.
En el declive de la sombra.
Ayer
-como decir
hace treinta y siete siglos-
yo era el hombre que vestía su primera piel,
que gruñía al filo del abismo.
Vacío que aún interroga
la enigmática cópula de la piedra y el vuelo.
Vientre, gruta, destinarse del viaje.
En el paso del tiempo
caí en lo profundo de varias bocas
y evidencié un lenguaje perdido,
una palabra adormecida por la costumbre,
un juego olvidado
que provocó el moho sobre la sangre.
¿Videncia al revés,
Envés?
Tejido del morir
donde dejamos al otro hombre que fuimos.
Vida o paisaje borrado
que los demás tapizan con un quizá.
Flor que no habitaremos,
miel para otras lunas
¿se recordará nuestra música,
los signos de nuestra escritura?
¿Y tú estarás con cada uno
de los que escucharon ese rumor,
tendrás oído para lo que sigue?
¿O serás como este viejo fantasma,
un jadeo-orgasmo donde ya nadie goza?
Las respuestas llegarán,
tarde o temprano, pero llegarán.
Y una resonancia inquietante continuará lo iniciado.
INQUIETUD
Hablo de mí mismo.
Pero te nombro:
yo como tú,
él en ella,
nosotros con ellos,
vosotros que aspiráis a la danza del contagio.
Tumba-andanza:
desconcierto del que vuelve
porque lo traen del lugar incierto
a responder por sus deudas.
(quizá no se dio lo suficiente)
Es un hecho que el mundo
depreda de nosotros
porque no damos lo que se espera.
Y el filo de la navaja corta el tejido
hurgando en busca del aire
que todos necesitan y arrinconan.
Cuando digo mundo
hablo de tu espejo,
tu madre,
tu padre,
tu amante,
tu hijo.
De aquellos horizontes atentos
-plurales como el universo-
que quizá te nombran
luego de ser vencido en la fiesta de la luz.
Porque has llevado tus pasos
en un ardor sin medida
hasta cruzar la fina línea donde nada ocurre.
¿Hablo de mí?
Y tú, que lees el fondo
de cada anuncio
¿dónde está la salida?
¿Y si en este preciso momento
se estuviera decidiendo
-no sé dónde ni por quiénes-
los que siguen, los que se quedan
y los que desaparecerán definitivamente?
¡Canta conmigo para que el agua vuelva a latir!
LATIDO
Coronado o no
de oro o de espinas,
sigo una trama que te nombra.
Hoy,
que es como decir:
otra ciudad,
el caleidoscopio solar,
un oleaje firme,
ocho constelaciones para el deseo.
Hoy los pájaros han cantado en mi ventana.
Cantan porque los escucho,
no porque canten.
Hablo como Pessoa,
que poetizaba sobre los seres
que cantan la gloria de algún dios.
Que ellos no eran cantores sino seres
y, por tanto, sólo existían.
Recuerdo también ese fragmento de Blake
donde el tonto
no ve el mismo árbol que el sabio.
Y también tus palabras sobre tal descuido.
“Todos podemos ver un árbol,
cualquier árbol.
Siempre se lleva un árbol en el ojo:
ese árbol que hay en la mirada
al momento de mirar.
El árbol que nos observa nostálgico
desde que la presa nos puso a correr…”
Eso me decías la noche
en que la curva inesperada
que di tras falsos pasos,
me alejó de ti
y de todas las que fuiste
y las que llegarías a ser.
Pero dejaré que sigas hablando:
“el árbol no te llama ‘tonto’
ni te cree ‘sabio’.
Somos nosotros los que ciframos
esa distancia ante los que ven ese árbol.
Y no importa que el sabio
deba parecer tonto para que su sabiduría
pueda ser reconocida alguna tarde.
¡No me preguntes por qué!
El mismo árbol que es todos los árboles,
el mismo tonto que es todos los sabios,
el mismo mar que se llena el vientre
con cada uno de los perseverantes ríos,
ese mar inundado de aguas de todos los colores,
es como esta mano que te dice que no te vayas.
Esta mano es todas las manos que has sentido
cuando estrechas cualquier mano.
Pero el árbol que está ahí en su mudo estar,
(en su estar-ahí-en-el-mundo)
es diferente al árbol que vemos.
Mucho más al árbol que nombramos…
ahora deja que te mire
como quien te encuentra en medio del infinito”.
Entonces todo enmudeció
y te vi temblar un poco,
poco a poco
-como quien presiente algo-
y puse mis brazos a tu alrededor
para menguarte el frío.
Y te pregunté:
“si te nombro ¿quién eres?”
“Sólo sé que me habitas”,
fue tu respuesta.
“Aunque ahora seas el leve trazo
de una memoria fallida
por el repentino salto sobre un muro”.
SALTO
Hoy, ayer, mañana…
todo sucede,
todo está dispuesto
como si nada nuevo hubiera bajo el sol.
Nada brota,
no surge ningún sueño.
La nada ha sido estafada
y eso nos priva de lo naciente.
¿Y yo?
¿Qué hay de mí?
¿Sólo he estado siendo
el reflejo difuso
de esa queja estremecida?
¿Sólo he sido el ademán
de quien quiere decir algo
a pesar de su pequeñez?
¿La comprobación
de la derrota inicial?
El mundo me ha vencido.
Y soy lo único que tenía para él.
(quizá no le ofrecí lo suficiente.
Tal vez no lo que se esperaba)
Insomne rey en harapos,
hambre abierta desde antes de contar
los inagotables siglos
que permitieron el roce con tus labios.
Tiempo naciente que cae en el tiempo.
Brusquedad sucediendo hasta ser lo dejado atrás.
Sí, un rey, un mendigo.
Una metáfora altiva
que mira siempre hacia el suelo.
Imagen coronada o no
de oro o de espinas,
o de algas donde han dormido las voces
que siempre me negué a olvidar.
Esas señales que tú considerabas
como el capricho infantil
al que hice caso omiso y cuya arma
se incrustó en mi aliento.
Proyectil venenoso
que acusó mi cojera y destruyó
la palpitante bienvenida
cada que levantaba la cabeza.
Cantos que me llevaron
al último lugar posible.
Al centro de ese gran silencio
que todos temen
y desde el cual nunca se vuelve.
A no ser que un coro intervenga.
CORO
“Y esta nave
de cadáver rebelde
¿hacia dónde se dirige?
¿Cuáles nuevos continentes,
en qué islas,
cuántos cuerpos sudorosos planea domar?
¿Qué ecos lo llevan por estos
inhabitados rumbos?
Mas el mástil y la soga…
¡¿quién ha olvidado atarle?!”.
Este poema hace parte de mi más reciente libro: Pensar la Vida y la Muerte y otras Banalidades, editado por La Valija de Fuego de Bogotá.
Medellín, Comuna 13, 8 de agosto de 2017 (1:50 a.m.)