Lo vio doblando la esquina.
¿Qué hacía otro hombre
con su misma angustia?
¿Exponiendo el rostro abatido
-su rostro- sin el debido permiso
y a plena luz del día?
Sigiloso fue tras él,
lo siguió como si fuera su sombra.
Ya era su propia sombra.
Apretó el gatillo.
Y cayó en medio de todos,
sobre sí mismo,
como cualquier fantasma que se ignora.