Cuando se abren las puertas de un cementerio en Medellín renace una atmósfera de nostalgia, capaz de revivir recuerdos situados en tiempos mejores, o peores. Esta vez la dinámica es diferente, se abrieron las puertas de un cementerio para darle lugar al arte, la música, el teatro, la memoria, lo esperado y lo inesperado.
El Cementerio San Lorenzo esta vez es el protagonista de la historia. 189 años le bastaron para conocer de pies a cabeza la humildad de esta tierra. Esa proximidad tan delicada que existe entre la carne viva y los huesos fue el argumento necesario para ubicarlo en un sector que en su momento estaba alejado de la ciudad, la cual se encontraba inmersa en procesos de crecimiento y expansión.
No, sus losas no guardaban próceres ni adalides de la intelectualidad antioqueña, aquí yacían los vestigios de la realidad más humana y aún existente, la pobreza. “El cementerio de los pobres” solían llamarlo, un irónico nombre para ser el primer cementerio de la ciudad.
Casi dos siglos fueron necesarios para que esta vez San Lorenzo, ubicado en Niquitao, oriente de Medellín, no fuera visitado solo por deudos o viudas. La juventud fue la encargada esta vez de tomarse el cementerio de forma distinta, con una nueva mirada.
Encima de los osarios ya vacíos, letreros que decían “Nada justifica el homicidio” le daban la bienvenida a todas las personas. Y es que la muerte es suceso que a todos nos compete, es una obligación que tenemos como seres vivos, por eso fue el Cementerio San Lorenzo el lugar escogido para llevar a cabo el Festival Instinto de Vida, para acercarnos a esa realidad. Su realización inculcó una pedagogía que enseñó a las personas a mitigar las justificaciones para arrebatar una vida.
El arte es una estrategia infalible para causar interés, independiente de su faceta, el teatro por ejemplo fue participe del evento con una demostración de escenas propias de la dramaturgia local capaces de transportar al público a otro tiempo y a otro espacio.
También la música tomó el papel protagónico durante todo el evento. La presencia de bandas como Le Magdalena, Zatélite, Los Suziox, Humo, Niquitown, entre otras, colmó el espacio con una atmósfera de alegría y distención.
Por ejemplo, con el transcurrir de la tarde y la llegada de la banda Los Suziox las personas se aglomeraron al frente de la tarima en forma de cúmulo negro. Entre coros, gritos y saltos la juventud proclamaba con sus voces el amor a la música, el furor que tiene la realidad y la pasión irreverente tan propia de la protesta.
Le Magdalena fue otro grupo que no se quedó atrás en cuestión de calidad, una apuesta musical distinta y cultural brotaba de sus líricas y compases alegres. De la mano de ellos vino también el atardecer tiñendo de rojo algunas de las sombras que quedaban en el lugar. Las montañas se oscurecían para despedir el sol y empezaban a resaltar imponentes, con sus miles de luces rojizas, las calles de Medellín.
Pero está ciudad es impredecible, y lo inesperado no tardó en aparecer para dar un giro total a la historia. Esa noche y por circunstancias que nunca debieron de existir, la ira y el rencor cobraron la vida de un joven dentro del cementerio. Su nombre, Yasser Alberto Murillo, su edad, 17 años, su vida… injustamente arrebatada.
En las horas de la noche entró al lugar huyendo, perseguido por varias personas, su intención fue refugiarse de sus atacantes, el odio cegó cualquier intención de razonar y fue atacando dentro del cementerio. Pareciera que el camposanto hubiera reclamado por sus favores y unos pocos indolentes aceptaron el trato.
El caso ha trasegado ya los medios de comunicación y el voz a voz se ha encargado de la metástasis del hecho, pero ¿de verdad es necesario que muera alguien para que se conozcan los hechos y las iniciativas? Por eso destaco enormemente la labor de todos los encargados de realizar el Festival Instinto de Vida junto con la iniciativa NoCopio, porque sus mensajes fueron contundentes y más que eso, necesarios para esta tierra herida por errores que siguen sangrando.
Sus intenciones fueron enseñarle a la ciudad que no existe un argumento suficiente para cobrar la vida de un ser humano, que el miedo no puede ganar la batalla en una ciudad donde la muerte es una de las realidades más latentes. Su lección más grande fue haberle dicho a la ciudadanía de frente que el cambio es una opción y la juventud un camino que se debe labrar juntos, su legado más grande… Nada justifica el homicidio.
Manuel Taborda, editor comuna 12