Cierto día -de esto hace ya muchos años- subí a saludar a mi jefe a su oficina y pasé por mi casillero. Allí encontré un librito envuelto en un papel de regalo color azul. Hercólubus o Planeta Rojo, de un tal Rabolú (“venerable maestro” de la ficción que murió en el año 2000). Algunos dicen que si se tiene rabo de paja no hay que arrimarse a la candela. El magma de la ignorancia y la destrucción que inundan la civilización, ha puesto en la mente de los hombres enfermos un vuelo sin iniciación, una caída segura, y para eso no se necesitaba tanto esfuerzo. Este libro cae como caen las hojas sin que el viento las empuje y abona la fantasía y el temor. Es el arma parapléjica de un hombre que viajó a Venus y a Marte, pero nunca me trajo algún souvenir. Y yo que quería un planeta gigante para adornar mi biblioteca. O una efigie de algún antiguo habitante de la Atlántida. Pero ni siquiera un cinturón con botones mágicos. ¡Qué falta de gentileza! Rabolú daba salticos y volaba al infinito. Los atletas saltan varios metros y los recibe el suelo. Los poetas saltan de sueño en sueño y a duras penas logran una pesadilla -esto lo puede comprobar cualquiera que sepa leer-. Rabolú debería haber sabido que tener ideas no significa tener el sartén por el mango si no se hace de ellas una obra que nos impulse al crecimiento de la inteligencia. Que un planeta a seis años luz de distancia no es un peligro que haya qué temer. Que el mundo de la imaginación es grande y nos podría aventajar, pero hasta nueva orden sólo es un juego de nuestro lenguaje. Un libro debe estar bien escrito o sus ilusorias visiones tienden a la falsificación de las ideas que se propone defender. Y este libro ha caído en agujero negro. Señoras y señores, si Hercólubus se aproxima sin remedio, si es inminente el fin de nuestra humanidad, pues ¡que desaparezca! Ya seres más sabios sabrán qué hacer para que la vida vuelva sin tanta locura y podredumbre, otro tipo de artistas se encargará de edificar esa serie de dimensiones que queremos reales y podremos nadar en sus mares sin el engaño de una manzana de fuego. Definitivamente hay cosas más cercanas y más importantes qué pensar en estos momentos.