Un tenue sol de las cuatro de la tarde hace confundir las sombras de un grupo de adolescentes y jóvenes que desafían con poderosos movimientos los obstáculos de la plaza de banderas del Atanacio Girardot; con ellos se encuentran una pareja que desde afuera pueden parecer sus acudientes pero en realidad también son partícipes de los programas de adrenalina que brinda el INDER, específicamente el orientado al parkour, disciplina física de origen francés que nace a finales de los ochenta y busca desarrollar la capacidad del sujeto para trasladarse eficientemente con su cuerpo de un lugar a otro.
En las mañanas en San Javier, en las tardes en el Estadio y bajo la orientación de Alexander su Instructor, doña Graciela y don José durante 90 minutos repiten hasta el cansancio los conocidos monkey, kong, cat leap, roll, lazy, wallrun y una amplia lista de técnicas que integran el llamativo arte del desplazamiento.
No tienen antecedentes de haber sido deportistas de alto rendimiento, por el contrario durante mucho tiempo estuvieron inmersos en la típica agenda de un adulto contemporáneo estresado por vivir: horarios académicos y extensas jornadas laborales; obligaciones que no han dejado de cesar del todo, lo que hoy ha cambiado son sus prioridades porque no piensan quedarse quietos y más si la diversión los impulsa a colgasen por muros o rodar por el suelo.
Los beneficios que trae el hacer parkour para su salud es un aliciente para que continúen asistiendo los lunes y miércoles de cada semana. Y es que se les nota que combaten constantemente el sedentarismo porque no padecen de enfermedades crónicas, ni sobrepeso; problemáticas que representan grandes retos para la salud pública en ciudades como Medellín.
La flexibilidad es una de sus destrezas que puede dejar a más de uno boquiabierto cuando se les ve estirando, aunque son conscientes que no poseen las mismas condiciones físicas de muchos de sus compañeros que apenas están entrando o saliendo de la pubertad, aun así los igualan en energía gracias a ese niño interno que el correr de los años no les pudo arrebatar. Felipe uno de sus compañeros de clase del Estadio, ve en ellos dos una inspiración, convenciéndose cada vez más que el espíritu no entiende de barreras temporales.
Doña Graciela afirma que es una arriesgada, superó el qué dirán al que muchas mujeres de su generación se ven sometidas por querer medir sus destrezas en escenarios predominados por hombres. A esta diseñadora de artes gráficas y amante de otros saberes como la música solo le basta con una sonrisa y un aplauso para exaltar el triunfo de sus compañeros cuando perfeccionan un anhelado truco, pero cuando erran sus ánimos son infaltables. No pretende que sus maniobras sean frenéticas, en cambio ha hecho de la paciencia y persistencia sus mejores aliados para alejarse poco a poco del miedo. Por otro lado su esposo Don José considera el parkour necesario para el día a día y que debería ser enseñado a todo el mundo, narra como en una ocasión una caída de protección que realizan como de costumbre en el calentamiento, lo salvó de sufrir una fuerte lesión producto de un resbalón por las escaleras. Para este electricista quien no descarta en un futuro estudiar arquitectura, el querer es poder y la toma de decisiones lo ayudó a romper con la rutina corriendo hacia nuevas metas.
Dentro del imaginario colectivo el parkour es visto como una actividad peligrosa, la televisión, el cine y numerosos vídeos de internet en el que sus protagonistas con asombrosas mortales cruzan edificios sin importar la abismal distancia, alimentaron esa idea. Sin embargo más allá de las extraordinarias acrobacias en el aire y lejos de competir con el otro, cada practicante cuenta con la autonomía de definir hasta qué punto puede o desea extremar su entrenamiento. Como su etimología lo indica el parkour trata sobre recorrido y eso seguirán haciendo doña Graciela y don José porque les falta todavía mucho por recorrer y mientras lo hacen sin afanes seguirán potenciando la longitud de sus saltos tanto en el cemento como en sus vidas.
Franky Arboleda.