CADA POEMA
Cada poema un pájaro que huye
del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en las losas de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mástiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
Cada poema un estruendo de lienzos que derrumban
sobre el rugir helado de las aguas
el albo aparejo del velamen.
Cada poema invadiendo y desgarrando
la amarga telaraña del hastío.
Cada poema nace de un ciego centinela
que grita al hondo hueco de la noche
el santo y seña de su desventura.
Agua de sueño, fuente de ceniza,
piedra porosa de los mataderos,
madera en sombra de las siemprevivas,
metal que dobla por los condenados,
aceite funeral de doble filo,
cotidiano sudario del poeta,
cada poema esparce sobre el mundo
el agrio cereal de la agonía.
UNA PALABRA
Cuando de repente en mitad de la vida llega una palabra jamás antes pronunciada,
una densa marea nos recoge en sus brazos y comienza el largo viaje entre la magia recién iniciada,
que se levanta como un grito en un inmenso hangar abandonado
donde el musgo cobija las paredes,
entre el óxido de olvidadas criaturas que habitan un mundo en
ruinas, una palabra basta,
una palabra y se inicia la danza pausada que nos lleva por entre un
espeso polvo de ciudades,
hasta los vitrales de una oscura casa de salud, a patios donde florece
el hollín y anidan densas sombras,
húmedas sombras, que dan vida a cansadas mujeres.
Ninguna verdad reside en estos rincones y, sin embargo, allí
sorprende el mudo pavor
que llena la vida con su aliento de vinagre-rancio vinagre que corre
por la mojada despensa de una humilde casa de placer.
Y tampoco es esto todo.
Hay también las conquistas de calurosas regiones, donde los
insectos vigilan la copulación de los guardianes del sembrado
que pierden la voz entre los cañaduzales sin límite surcados por
rápidas acequias
y opacos reptiles de blanca y rica piel.
¡Oh el desvelo de los vigilantes que golpean sin descanso sonoras
latas de petróleo
para espantar los acuciosos insectos que envía la noche como una
promesa de vigilia!
Camino del mar pronto se olvidan estas cosas.
Y si una mujer espera con sus blancos y espesos muslos abiertos
como las ramas de un florido písamo centenario,
entonces el poema llega a su fin, no tiene ya sentido su monótono
treno
de fuente turbia y siempre renovada por el cansado cuerpo de
viciosos gimnastas.
Sólo una palabra.
Una palabra y se inicia la danza
de una fértil miseria.
ÁLVARO MUTIS (Colombia 1923 – 2013)
Fotografía del autor: biografiasyvidas.com