Para un buen número de personas, vivir es una especie de desgracia, una pesadilla de la que se busca despertar, cueste lo que cueste. El drama aquí es que, para lograr una vida decentemente tranquila —casi feliz—, hay quienes buscan alejarse de ella. Y se matan. Tal vez hayas pensado en este tipo de solución. No hay problema al elegirla. Existen múltiples formas de hacerlo, unas más atormentadas que las otras, unas rápidas, otras lentas. Incluso hay quienes podrían ayudarte sin ningún tipo de contraprestación si lo que te falta es fuerza. Pero no se puede olvidar que cada vez que piensas en levantar la mano contra ti misma, soledad, el mundo tiembla y la vida lamenta no haber dado otro paso contigo en ella. Se extrañará tu levedad, el casi vuelo de tu tristeza y se llorará por ti, pues alguien te habrá amado lo suficiente para hacer que la vida, que es ese alguien que te amaba, reconozca la fragilidad y el abandono de tus tiempos estériles. Dígase lo que se diga, hágase lo que se haga, hay personas que no pertenecen a este mundo. Eso es claro. Sólo necesitamos vivir para comprobarlo. ¿Qué intención es esta entonces de retenerlas bajo la sospecha de falta de adaptación, si ni siquiera saben hablar como los demás ni entienden cuál es el motivo de haber “caído” en esta jaula? ¿Por qué deben soportar esa especie de angustiosa invisibilidad a pesar del contacto con sus próximos que, además, los atenazan con maromas indecentes y grotescas como obligarlos a sonreír ante su propia ruina? Sea lo que sea que suceda con ellos, la vida es un llamado sin previo aviso al que nadie aceptó venir por voluntad propia. Además, no hay que responder como un deber a la vida, sino como una alegría, como un gozo, y eso implica desobedecer las indicaciones de los demás sobre la forma correcta de actuar, cuando lo que uno se encuentra es un encadenamiento torpe y sin sentido. Insistir en ella, intentar seguir en la vida, puede ser un descalabro, una constante calamidad. Cualquiera lo puede confirmar sin mucho esfuerzo. La vida está para vivirla si ya se está en ella. No hay duda alguna. No obstante, si lo que quieres es huir, no seguir en esta danza palpitante —la mayoría de las ocasiones una danza macabra—, elige el lugar y la hora y hazte añicos. Sobra aclarar que lo lamentarán los soles y las lunas, el viento y la lluvia, el oleaje del mar donde alguna vez viste un atisbo de libertad y aquél árbol bajo cuya sombra solías dormir. Lo lamentará esa muchacha que te gustaba, o ese joven que te llevaba chocolates a la clase. No faltará quien sienta una breve pena, es seguro. Y las cosas seguirán a pesar de todo, aunque ya nunca más de la misma manera. Y pase lo que pase, al romper el vínculo no por eso habrás evitado una huella que será un eco en las voces mínimas de los que quedan. De todos modos, estás en tu derecho de gritar: ¡basta!
Imagen: FISCH3R