Te conozco hace ya muchos años, querida Colombia… y déjame decirte que eres realmente sorprendente. Siempre estás sonriendo pese a las adversidades: te mofas de la injusticia como si fuera un gran chiste, ah, muchacha malcriada. Una férrea pared se hubiese desplomado ante los absurdos eventos de estos últimos días.
Sólo hablemos de algunos de ellos: primero te quitan el carrito que tenías al lado del Mónaco, porque te dio por vender empanadas (¡qué riesgo!) y además de la mega-multa, botaron el ají y te ensuciaron la tristeza y la rabia con la explosión. ¡Cómo me gusta a mí saber que piensas en el futuro de tu gente!
Después, tus amados patriotas son robados por falsos funcionarios de la Cruz Roja, mientras buscaban un autógrafo en un espectáculo en la frontera (sin mencionar aquellos otros que quemaron la paz en nombre de la paz).
¿Y qué me dices de esas toneladas de víveres y ayudas humanitarias que pasaron frente a centenares de niños olvidados que se mueren de hambre y sed en tus propias narices? ¡Toda una fiesta!
Y a eso, que no es poco, súmale el doble incremento en el crédito para los estudios de tus estudiantes ante el Icetex cuando, según cuentas, habían terminado de pagar la deuda y fueron por el paz y salvo.
Y no podemos dejar de mencionar, claro está, la muerte de tus familiares y amigos en la sala de emergencias del hospital por no llevar cédula (tan importante la cédula)… comprendo, ¡el apuro!
Y no olvides esos bellos árboles frondosos que le quitas a tus habitantes porque, ya me imagino, embotellarás el aire en tubos de plástico a muy cómodas cuotas mensuales y con bajos intereses. ¡El negocio es lo que cuenta!
Pero no hablemos de malos olores que nos darán ganas de vomitar y ya no hay ríos para botar la náusea. ¡Qué luto más largo! Pero tranquila, no nos quitarán la felicidad. ¡No tienes por qué dudar! Dudar es malo porque implica pensar y eso no va contigo, reinita.
Ser felices a tu manera, hay que decirlo, es vendarte los ojos y ponerte cera en los oídos, como ese héroe llamado Ulises, el de la Odisea. Sí, la de Homero. Pero el griego, no el torpe bebedor amarillo de la TV. Ah, claro, disculpa, es más divertido que leer esas cosas que nadie entiende. ¡Con los Simpson, los chismes de farándula y dos goles, basta!
No te pongas feroz, pero ninguna sana sensibilidad podrá seguir soportando este caudal de arrebatos y desafíos a la vida, mi sonriente Colombia. Lo sé, tú seguirás ahí, firme. Entregada a los padres de la patria, esos a quienes pones en las cartillas escolares como mesías de una otra religión que no pagará impuestos. ¡Pues cómo!
Y no te sientas aludida, pero ¿qué haremos con los bribones que asaltan en las noches, o aquellos de pelo en pecho que al saludar ya tienen metidos tres dedos dentro de las señoritas que van para sus clases? No haberlo sabido, las instituciones educativas están cerradas y eso disminuye el contagio del conocimiento y los abusadores. Claro, si no hay señoritas de camino a la escuela, no habrá a quiénes abusar.
Y tantas atrocidades que tengo en la punta de la lengua, pero ya estoy cansado, quizá mañana regrese y continúe contigo y tus bellaquerías. Disculpa que me retire así no más. Deberíamos hablar más seguido tú y yo para no borrar la historia, digo, mi Colombia de fiebre alta. ¿La memoria es peligrosa? Sí, eso dicen los entendidos (¿o serán los bandidos?… uno ya ni sabe).
Ah, pero tú, siempre hacia adelante, como si nada. ¡Qué admirable que eres! ¡Qué verraquera! Sonríes y sigues sonriendo y hasta sueltas una estruendosa carcajada conjurando el crimen. No entiendo… ¡cómo le haces!
Por supuesto, cómo soy de imbécil, tu cirujano plástico es el mejor. ¿Te lo paga un amigo “innombrable”? Claro, no se lo diré a nadie, no te preocupes. Ni loco que estuviera. Sí, no lo olvidaré, todo anda bien de pé a pá. Me callo ante tanto bienestar. Lo que tú digas. ¿Mi cuenta? ¿No te gusta mi perfil y menos mi barriga? ¡No me jodás!
¿Que nos tomemos una selfi? Qué más da… un abrazo.
¡Pero sonríe!