Un gran hombre dijo vez que la satisfacción es la muerte del deseo. El deseo, aunque basado en nuestros impulsos, se mueve especialmente por la publicidad, los modelos sociales y por los medios de comunicación. Mi madre no comprende que mi concepto del éxito y el fracaso sólo operan a nivel individual, íntimo, personal. Además es un poco complejo que pueda entender por más que le explique.
Eso de reconocer las recompensas sociales, el éxito y el fracaso son experiencias pasajeras para mí, puesto que esa veteranía no puede apoyarse en la concesión socialmente organizada de la riqueza, el poder o el estatus, ni, en caso de fracaso, en los estigmas o el reproche.
Así que, para mí, era y es inútil que me digan lo bien que he hecho los exámenes del colegio o la universidad, que tengo que esforzarme en tener un buen trabajo, matarme en comprar ropa nueva, cambiar de casa, conseguirme una “buena” mujer; ese tipo de alabanzas o reproches no significa nada para mí. Claro, disfruto de esas cosas en su momento, pero su valor no puede mantenerse porque no hay reconocimiento alguno de la sociedad que las valora. Pero por mucho que le explique mis ideas y opiniones, a la final percibo, por la cara que pone mi madre, que ella parece que llega a la conclusión de que todo me importa todo un carajo. Y es verdad, pero no lo entiende.