Cuando vi una presentación de Puñetazo por vez primera, sentí que era realmente un espectáculo relajante. Unos pelados llenos de carisma que disfrutan realmente de lo que hacen. Eso luego cuando pude sentarme con ellos, estar en lo que sería su camerino y oír a varias voces su historia, queda aún más claro: aman el teatro, actual, hacer payasadas y –en especial– estar juntos. Son una manada –que disfrutan de viajar juntos, montar la escenografía, recoger, una cofradía, donde lo mismo vale estar juntos que hacer arte con rigor.
De pronto algo más va emergiendo de sus obras, hay algo inteligente, algunas cosas se ven en sus últimas obras mientras uno está en la butaca del teatro, y otras llegan luego. Hoy cuando historia y producto se mezclan tan fácil, y el artista pasa a ser parte de la obra, ellos hablan de la importancia de hacer el ridículo, de dejar emerger ese niño eterno para que fluya la pasión y dejar atrás algunas convenciones.
La obra Lapsus, la historia de 6 payasos y la historia que nunca comenzó– es un maravilloso encuentro de 6 payasos en una estación todos con una excusa diferente para viajar. El principio de unas vacaciones, una especie de intercambio, una mujer que busca de qué enamorarse y un vagabundo que busca qué comer, son algunas historias que se entrelazan allí. Puede ser por venir de payasos, o por venir de jóvenes, pero un mensaje sobre no quedarse esperando o no buscar que todo cambie por un viaje se hace intenso y liberador.
La obra Pesadilla en Clown Street usa el recurso de los zombis y hace una crítica –quizá un poco manida, aunque simpática– a la televisión y da un giro imaginativo e intenso cuando hay que llevar a la chica al borde, a una frontera en un barrio –una frontera “invisible” o criminal– para que se cure de ser un zombi. En últimas hace una ingeniosa reflexión sobre el miedo con relación a conformarse y actitudes cotidianas de indiferencia.
La primera obra versa sobre una crítica política a la cotidianidad y a lo que nos han enseñado como la vida privada y la segunda una crítica desde los pequeños espacios de los vínculos cercanos a un problema público como es el miedo generado por la violencia criminal.
El arte de Puñetazo tiene un sentido –donde van encontrando progresivamente una poética– y ellos están bastante comprometidos. Su nacimiento mismo fue en el seno de la Cooperativa Confiar y desde ahí han construido redes para compenetrarse con escuelas y con movimientos sociales. El teatro vuelve a ser político en ejercicios como el referendo por el agua en Támesis, donde estuvieron 24 horas sin ser pagos, sino con la austeridad de la economía solidaria con la que se desarrollan estas redes enfrentadas a la minería ilegal –sin financiación.
Puñetazo ha sido viajar en bus, dormir en el suelo de sedes sociales, regalar presentaciones a escuelas, colectivos y centros culturales y leer la ciudad y la sociedad. Uno de los tres fundadores que persiste con el grupo es un estudiante de ingeniería física de últimos semestres y buen lector. Él dice que con una obra de Puñetazo se quiere llegar a romper una inercia y desestabilizar.
En todo caso, ningún miembro del grupo de los que conocí es un rabioso salvador que quiera regañar a la gente, más bien, aprendieron a buscar en sí mismos para entender que una vida que simplemente siga sin cambios hasta su fin, sin que pase nada, es una vida desperdiciada, y lo que quieren es trabajar con esas preguntas y con la respuesta de ese personaje salvaje, torpe, infantil y desadaptado que suele ser el payaso, pero que siempre es felizmente obstinado. Esos son los payasos de Puñetazo que nos queremos llevar para la casa, para que nos guíen, para que sean nuestros cómplices no para ganar sino para salvarnos de una vida sin sentido.
El fundador comenta –junto a dos de sus compañeros– echando mano de Sábato, muy serio y pausado –con sus ojos claros acontecidos– que el arte es ese mecanismo con el que a uno lo van salvando todo el tiempo. Para esa frase hace una relectura de Sábato, pero le fluye fácil en una misma conversación Henri Bergson y Antón Valen.
Puñetazo lee a Medellín reclamando una propia tradición donde resalta al Colectivo Teatral Infusión, Ana Milena Velázquez y Carlos Álvarez. Ellos –como el clown chileno Víctor Quiroga– han visto en Puñetazo las reglas para pararse desde una escuela, pero también una propia búsqueda. Se han abierto a ellos, les han apostado, dejando que caminen y que se vayan ganando todo por ellos mismos –como sucedió con la beca de creación otorgada por el municipio de Medellín– pero siempre recordándoles que no están solos –que no están solos en la brega, generosos con la entrega de conocimiento.
En la muestra de la beca de creación se tuvieron que quedar por fuera una buena parte del público, ya se habían presentado para colegios enteros –con más de 500 alumnos en el público– y para 300 personas en la carpa del Circo Medellín en el Bazar de la Confianza, pero este es un nuevo escalón, la gente planeó irlos a ver e iba por una obra completa y específica de ellos.
Ya los comentarios del público empiezan a cambiar también: “me dejaste pensando”, “uno no puede quedarse esperando toda la vida”, “venía a reírme, pero me dañaste el día”. Son también las bofetadas del arte que se dan con humor, con un artista amable y desenfadado que se ríe de la vida –como se ríe de él– pero nos deja asomarnos a la tragedia cotidiana y a lo que está mal.
Lo que va a pasar con Puñetazo es que el público lo va a sentir. Así como los perros huelen el miedo, los niños sienten quién los quiere, el público intuye a quién de verdad le gusta lo que hace –y quién mantiene vivo el duende.
“Sin arte no hay vida” –concluye Puñetazo la entrevista.
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Fuente
- Entrevista a Felipe Morales en Medellín en el 2016
- Fotografía: https://www.flickr.com/photos/criscadavid2/15769990502