Vigilar el poder, mapear el placer y habitar la ciudad

Venezuela como cualquier otro país en Latinoamérica es duro con sus artistas, deja a algunos olvidados en sanatorios, a otros en pequeños exilios muy adentro y a otros en la calle.

La cultura de la élite local no es suficiente para tener un criterio más allá de la moda y como para comprar una obra de un artista que ya no es útil para algún ritual o gesto social. La contradicción es que ellos mismos dan el visto bueno y contribuyen a que algo se vuelva moda, lo tantean, sirven de censor y también pueden sabotear lo que otro artista sugiere o la academia formula. Después de todo, ¿para qué ser élite, sino se puede influir en lo que esté de moda?

Se romantiza un poco el asunto del artista que pasa a la historia -que crea o compone para otra generación, para el que su público no ha nacido- en la obra de Victoria de Stefano (2013), pero la verdad es que el mercado y el orden establecido de distintas élites -incluso en confrontación- se sienten más cómodos con un artista muerto, porque es un artista que no los puede contradecir nuevamente.

Encontramos al maravilloso Miguel Von Dangel en el escenario del olvido. Se trata de su casa, museo y taller en Petare con miles de trabajos, exposiciones enteras, obras acabadas y connotadas y otras descartadas o a punto de terminar -que incluso pueden ser ya una gran obra si no estuvieran dejadas en un rincón-.

Una gran mesa de trabajo desordenada junto a una cocineta, una cama pequeña destendida, un taller inmenso oscurecido por la exageración de material, una bodega y una especie de archivo donde se mezcla la plástica y el documento, todo comunicado por un estrecho corredor y unas escaleras que daban la sensación de ser provisionales, son el testimonio de un autoexilio en lo profundo de Caracas -al que Von Dangel nunca protestó, pero que puede poner en riesgo que muchos en el futuro merezcamos su obra-.

Los militares no compran arte y los comerciantes extranjeros de arte se aprovechan de un artista que vive una economía nacional colapsada y un Estado inviable. Con las condiciones de septiembre de 2019 en Caracas parece que no hay posibilidades de conservar la obra de Von Dangel y su integralidad. Como puede y con las mínimas condiciones Miguel transforma su casa en archivo, donde algunas obras parecen mas que almacenadas, suspendidas por las interrupciones de la enfermedad.

La obra de Von Dangel es inmensa, porque tuvo una obsesiva productividad, pero también por su imaginación -lo que palpita y arde en su interior- que encuentra una desembocadura en varias tradiciones, una mezcla única: Matthias Grünewald (pintor renacentista alemán ), lo bizantino anónimo, simbolista y colectivo con su misticismo hacia el Theotokos (madre de dios), la Venezuela de Reverón y el Petare de Bárbaro Rivas.

En nuestra entrevista Von Dangel no menciona a Reverón, lo hacen sus distintos perfiles en internet, al que sí le hace un reconocimiento es a Bárbaro Rivas, con el que comulga en una búsqueda que ordena y guía su obra aunque -nunca de forma sencilla-: la pregunta por lo divino.

 

Desde muy joven Miguel rompió con la escuela o la escena establecida de artes plásticas en Caracas y denuncia que se iba a convertir en un decorador si seguía allí. Entonces encontró otro tipo de maestros que no fueron famosos y le enseñaron a “coger el lápiz”, le enseñaron “los rudimentos”; a “respetar los materiales de tal modo”, le mostraron como se “tersaba” y trataba al papel, lo “llevaron de la mano”. Eran Rafael Ramón González y a Luis Guevara Moreno.

Von Dangel da cuenta de esa mezcla de algo que expresar y un oficio. No ser decorativo con lo que se quiere expresar, ni creerse cualquier vanidad o fama temprana. Las ganas de decir y la constancia del oficio son la única honestidad posible.

El papá de Miguel, Felix Von Dangel, era un zoólogo polaco que intentó llegar a Colombia huyendo de la Postguerra y llegó a Venezuela. Les faltaba un papel que les permitiera quedarse en Colombia, un certificado de confesión expedido por un sacerdote en su lugar de origen. Venezuela fue un país abierto a la migración, pero también se las ingenió para hacer sentir a todos como eternamente extranjeros o minoritarios(1).

Un padre zoólogo puede explicar que este artista hubiera encontrando muy rápido la taxidermia para ganarse la vida, buscando especímenes raros para académicos o vendiendo animales encapsulados a tiendas de artesanías y souvenires. Este oficio de la taxidermia se fue volviendo central en su obra de relieves y de esculturas con los animales siempre expresando algo.

La mezcla de Von Dangel es la de un bárbaro bizantino, una especie de pagano germano que encontró su camino espiritual en una religiosidad cristiana donde las imágenes escriben. Nos dice que el renacimiento latino es más artero, hay más virtuosismo, pero que él -más cercano a lo bárbaro- se tiene que dar más duro, martillando y martillando hacia adentro hasta que surja algo, quizá una luz en medio de ese mundo interior oscuro -en tanto profundo-.

Lo bizantino en él es la misma búsqueda mística, del ícono que alcance a expresar sin facilitar la búsqueda del otro: mosaicos, mundos en dos dimensiones que evitan la sensualidad de lo tridimensional casi siempre, y un “diluir de las formas en millones de formas” que nos devuelven a un plano de portales y fractales que abren otra dimensión más -saltándose la tercera-.

En dos o cuatro dimensiones

La estética bizantina quedó inmutable en el tiempo como un arcaísmo -dispuesta a ser arrancada por lo contemporáneo de su estupor para contradecir cualquier uso cómodo de la decoración-, la religiosidad bizantina para un latinoamericano quedó abierta para continuar por los laberintos del intelecto. Así la mística bizantina queda más abierta a la naturaleza y a lo femenino, especialmente a la madre.

En esta obra tan avanzada y tan prolífica Von Dangel le arranca al humano su centralidad y la divinidad y se la devuelve cuando se asume como igual entre las creaciones (con otros animales); también hay una ausencia del hombre poderoso, de los caballeros como héroes y redentores y por eso la madre estaría -cuando menos- en igualdad de condiciones teológicas que el padre.

La madre de Miguel fue aquella que después del divorcio con el padre, de luchar contra la pobreza de migrante europeo, llegó a una gran casona en Petare (el conglomerado de barrios excluidos y de mínimos ingresos de Caracas). Miguel vivió ahí con su madre hasta el día en que la llevó en brazos al hospital.

Fue del episodio de la muerte de una madre, de la que empezó a emerger una Piedad inversa (está vez lógica y natural): un hijo dulcificando la penuria y la muerte de una madre. Tiempo después, Miguel un día puso a las afueras de su casa el cuadro ya avanzado para descubrir las perspectivas y la visual con suficiente espacio. El cuadro, difícil de interpretar, precisamente porque no es para la interpretación, tiene a un hijo en máscara que mira al espectador y cuando un joven pasaba exclamó sorprendido que tal sujeto lo perseguía con la mirada.

La expresión casual de ese vecino de Petare que pasaba con prisa fue un hallazgo para Von Dangel. Esas son las anécdotas que le producen alegría a este artista plástico, esos momentos de fugaz comunión con un público, porque su obra es casi imposible de adjetivar y debe dar para todo tipo de imposturas en un interlocutor -que no sabría cómo aproximarse a dar cuentas del gusto o del disgusto sin redundar en lo raro o la fealdad propuesta-.

Otra anécdota favorita puede ser la de un vecino que le dijo una vez que no entendía nada de sus cuadros y él encontró una manera de des-explicarlos, de llevarlo a que los viera sin recurrir a un raciocinio aprendido (o prestado).

“Estábamos un grupo de carajos y les llegó la hora de la sinceración: Coño, (…) reconocemos que tú de vez en cuando sales en el periódico, pero esa mierda que tú haces nosotros no entendemos esa guevonada, vamos a ser honestos pues. Entonces le dijo yo: ¿qué quieres que yo te lo explique? Es que yo no entiendo esa vaina pana. Mira, vamos a hacer lo siguiente -le dije-: mientras tú te coloques delante del cuadro con esa actitud de yo no entiendo, tú estás poniendo el Yo tuyo entre el cuadro y tú (…), coño, y cómo es esa vaina, vamos a hacer lo siguiente: trata durante cinco minutos de no usar el maldito yo, yo quiero, yo pienso, yo estuve; coño pero si yo… empezamos mal, empieza de nuevo, entonces entiendes que hay una entidad que es el Yo que no deja que la pintura que yo estoy haciendo le llegue a tu cerebrito, el mensaje que yo te estoy dando al tú mismo que eres, pero no al maldito Yo, y dijo, coño, pana, ya entendí la vaina (…). Fue una respuesta inspirada, sabes, porque yo decía cómo hago para que este carajo se nutra de esta respuesta”.

“Y yo sí diría que incluso los artistas deberían vivir en barrio, debería ser un deber ser. Se la pasan todo el tiempo que si el pueblo se identifica, que si el pueblo se expresa a través de sus artistas y casi todos viven en sus apartamentos de lujo. Si tanto te preocupa que la gente participe de tu discurso, metete en un barrio”.

Anti-expedición botánica

Un día Miguel se encontró un perro atropellado a dos cuadras de su casa y decidió disecar el cuerpo sin vida del animal y hacer una escultura de un perro crucificado -que se cuelga en la pared-. Al parecer los medios de comunicación fueron duros con él, primero lo acusaron de burlarse del cristianismo y luego hicieron referencia a una posible enfermedad psicológica.

“Para mí eran problemas existenciales graves.” (…) Yo no le veía una gracia chistosa a crucificar un perro atropellado a las doce de la noche en frente a mi casa”

El sentimiento de Von Dangel era lo que le hacía la ciudad a alguien, a cualquier ser: el accidente, el descuido, el atropello y luego la indiferencia que te deja tirado, la desacralización final y total que te lleva a pudrirte, que te hace basura. Von Dangel no estaba intentando representar, sino que se sentía representado por el perro y al compartir eso con nosotros logra que los animales nos miren -y además desde una situación de haber perdido la vida-.

Los animalitos “son sagrados, son ángeles, ahí no hay por dónde coger. Ellos te miran y ya está, estás listo”

La obra nos habla de la crueldad del hombre, Miguel conjura una víctima por la que puede hablar, se sale del lugar de la indiferencia para tocar la muerte o el absurdo del tejido biológico sin el soplo divino; busca otro espacio para ubicar una naturaleza que si no es dios, fue, y ahí crea una inmensa discusión. Él se vuelve el Psicopompo sin darse cuenta para anunciar muertes y transiciones, para hablar de la descomposición y lo caduco, y conjura a sus propios animales como puede, para hacer la anunciación, para dar las claves en forma de íconos. Lentamente uno puede descubrir que lo que se sospechaba grotesco es compasivo, porque aunque el animal-guía no se puede escindir del mensaje -que es brutal y aterrador-, está tratando igual de suavizar o hasta de consolar -porque su propia muerte es un testimonio de inocencia-.

“Yo tampoco sé ignorar el dolor que es diferente, ni comprendo la razón por la que se distingue la muerte de los puros; son el anuncio de tiempos de castigo y de escarmiento” (Von Dangel: 1997, 98).

 

 

(1) Álvaro Sotillo: http://www.hableconmigo.com/2016/06/06/el-perro-crucificado/

Anotación:

Este texto es escrito en el marco de un proyecto llamado Latinoamérica Imaginada por Artistas con el cual se está realizando un libro virtual sobre la percepción de las realidades latinoamericanas desde la visión de artistas de Río de Janeiro, El Salvador, Caracas, Medellín y Cúcuta.

Fuentes