Vigilar el poder, mapear el placer y habitar la ciudad

Por: Santiago Rodas

Ante todo la tierra que tenemos delante reclama de nosotros una interpretación.

Enrique Bernardo Núñez

 

La poesía de Igor Barreto es un río, una carretera, una llanura, los ojos de un animal salvaje que acechan. Se podría decir que su registro es el del recorrido, la transición, el movimiento. En sus libros está, de hecho, el viaje representado en el paisaje de la selva, en la carretera y en la ciudad: el sobrevuelo a ras de piso por los elementos de la cotidianidad, el extrañamiento de la materialidad. En sus poemas se advierte la tensión porosa entre el campo y la urbe, la punga entre la ciudad letrada y lo que él mismo llama la cultura analfabeta de la Venezuela de la llanura. Su poesía, como pocas, devela eso que cada uno ve pero que deja pasar de largo. Es un recolector de experiencias que posteriormente cristaliza en pequeñas máquinas de simulación de la vitalidad en la naturaleza humana, así explica cómo realiza su oficio de poeta.

Llegamos tarde, por que nos equivocamos en el lugar del encuentro, a la cita con él en la Poeteca de Caracas. Igor Barreto nos esperaba mientras se tomaba su guayoyo en una copita de plástico. Se veía impaciente por los minutos que debió esperar, rígido, cuadrado, aferrado, al parecer, a un solo pensamiento que le daba cierto dramatismo a la atmósfera. Gafas, camisa blanca de botones, bluyines claros, un tipo grueso. Nos acercamos con cautela, saludamos y después de un par de elogios a sus poemas empezamos la entrevista en medio del calor matutino de la ciudad capital.

Para empezar la entrevista, le preguntamos por su elección por la poesía como género literario, por el registro poético en su obra. Y sin arandelas empezó a decir con la voz musical de los caraqueños: “yo elegí la palabra, la palabra que se aproxima a la poesía como género, que no solo está en la poesía, es decir yo no solo elegí la poesía; yo elegí fue la palabra” y agregó para explicarse. “Me interesa expresarme, darle salida a una energía vital, a una expresión que está marcada por el deseo de conocer el mundo. En la poesía encontré justo eso”. Luego añadió, en ese mismo sentido que “la palabra poética viene de ese río profundo del nosotros, de los otros.” Y propuso una reflexión sobre la palabra como la mediadora de las diferentes naturalezas humanas. El lenguaje, en definitiva, es la tecnología que nos acerca a los otros, podríamos interpretar en sus palabras. La poesía, entonces, es su forma más depurada, decantada. Eso otro, que se representa en la poesía de Barreto es el otro que no logra del todo articular su voz, que no es tenido en cuenta, es, también, la voz de los que no tienen voz: los marginales, el campesino, las plantas, los animales de la llanura, las paredes en la ciudad. Cita a uno de sus maestros, a quien incluso le tradujo algunos poemas al español: “El poeta rumano Lucian Blaga, cercano a los poetas expresionistas y simbolistas, dice: «pon el oído sobre la tierra para escuchar las voces de las madres».”

Foto: Carlos París

En su reflexión a partir de su propio trabajo, su oficio en la escritura, hay también, como en sus poemas, una belleza terrenal, austera, desadjetivada: “yo me ponía del lado del conocimiento, la poesía es una forma de conocer el mundo. La poesía entiende que la escritura es una forma de escucha, de observación de lo que te rodea.” Por lo tanto, para Barreto, seguramente como buen lector de Nietzsche y su postura anticientificista, quien propone que el conocimiento no es un terreno estricto de la ciencia; la poesía y la experiencia vital son sumamente importantes para develar el mundo, para entenderlo e interpretarlo; dicho de otro modo: con la poesía también se puede pensar el mundo, pensarlo sin esa oposición de la filosofía occidental previa a Kant entre las sensaciones y la razón. Para el autor nacido en San Fernando de Apure la poesía descorre el velo de lo normal y con ella aparece un mundo sensible, reposado, capturado en la sensibilidad humana, se devela el extrañamiento.

Hay también una relación con la naturaleza en su obra. Nos hizo entender que: “la poesía hablada en castellano es una poesía que tiene una relación muy profunda con esas voces internas de la tierra. Pienso en José Bergamín, en su ensayo la decadencia del analfabetismo. Cuando habla de la cultura analfabeta profunda, una que tiene la libertad de la oralidad. La libertad de lo coloquial dentro de nuestra poesía”. Su apuesta entonces se clarifica. No hay solemnidad en su búsqueda del decir, si no más bien un acogerse a las formas populares de enunciación para que ese decir sea más sincero y cercano a lo que Barreto considera que es el español hablado en Venezuela, que incluso se puede pensar desde otras lenguas, otras tradiciones que no solo responden al castellano español.

Cuando Igor Barreto habló de sus maestros, de sus referencias a la hora de escribir y de pensar la escritura su respuesta fue contundente: “trato de ser un buen alumno”. Aunque por otro lado acepta que su voz se debe, también a su propia lectura de la tradición: “Lucian Blaga es una referencia para mí, Frost, Bishop, Rubén Darío por su libertad. Pues con él se pudo pensar el idioma desde otra lengua”. Enfatiza en que “tenemos una marca de la lengua castellana, es claro, pero también tenemos otras marcas con países como Francia, con países angloparlantes. Ya lo dijo la crítica: esta es una literatura que se piensa en otras lenguas: México, Cuba, por nombrar unos ejemplos”. Luego para hablar de la importancia de su obra en la tradición posterior a sus publicaciones en la poesía en Venezuela, aclara con un dejo de humildad, que se manifiesta en un manotazo que aleja algo invisible para nosotros quienes lo entrevistamos, como si el elogio lo incomodara, lo pusiera en un lugar distinto al que está acostumbrado: su territorialidad. Dice: “estaría fuera de foco si quiero nombrar alumnos míos, seguidores. Yo quiero seguir, aprender de los otros e incidir en la vida de los otros. La poesía puede mejorar en algo la sensibilidad de las personas, pero no puede cambiar la sociedad, pero las personas sí pueden hacerlo. El poeta como persona sí puede cambiar la sociedad. No creo que un poeta deba estar en la agenda de un partido político. La poesía no debería permitir ser agendada. Baudelaire decía que el estado se comía a los poetas en tajadas. El caso de Cuba es ejemplar.” Cita a sus autores de cabecera, aclara su relación con la política y lo político y siembra las bases de su definición de la poesía: “La poesía está dentro del juego de La polis. Es una expresión que nutre y crece esa autonomía porque no empeña su voz.”

Foto: Manuel Sardá

Su relación con la poesía colombiana no es extraña, cuanta que editó por primera vez en Venezuela un libro de Raúl Gómez Jattin, poeta de Cereté que según cuentan murió loco y desahuciado en un accidente de tráfico. Nombra a algunos autores como Aurelio Arturo. Cuando se amplía la pregunta por la unión y el diálogo que exhibía la poesía escrita en Latinoamérica se muestra escéptico: “América Latina está muy fracturada culturalmente. Entre nosotros existen grandes vacíos, sean por las circunstancias política o porque nuestros gobiernos tienen una naturaleza que tiende al vacío”. Y aclara de manera enfática: “a mí no me interesa el tema de la especificidad Latinoamérica, no creo que haya una identidad supranacional. Hay momentos de convergencia, de diálogo. Sin embargo, esa sensibilidad está quebrada. Caracas es una ciudad horrenda. Bogotá tiene un desarrollo muy poco humano. El proyecto de modernidad latinoamericano es contranatura, contra las formas de la naturaleza”. En su voz está el afrecho que deja la experiencia de intentos fallidos, de utopías truncadas, de esfuerzos llenos de puntos ciegos y sin salida. No obstante, y pese a las dificultades, plantea cada tanto máximas pedagógicas, perlas en el río contaminado del presente como esta: “Yo no me pienso ir de este país porque yo no me voy a perder la oportunidad de la crisis. En las crisis se conoce al hombre. Viéndome y viendo a mi país en crisis. Así puedo observar en qué consiste la personalidad de mi país.”

Una pregunta surge en medio de estos cuestionamientos y es su relación con el compromiso político del arte, en su caso de la poesía y la literatura. Responde con voz pausada: “no hay una relación automática entre lo social y lo literario. Hay un mundo de lo casual, de lo cósmico, de lo inédito. Si hay una expresión superior es la poesía y con los años se complica el oficio, porque no se puede perder la intensidad. La mayoría de los poetas se quiebran, se convierten en sujetos de la intolerancia, o se ponen demasiado bondadosos con el poder. Los premios los agendan, los ponen en una programación.  El arte no debería estar al margen del poder, ni de la política ni del acontecer social. El arte debe estar al interior como un ser incómodo. La buena poesía es incómoda, se escribe en las fisuras, sobre un terreno movedizo de la duda, el desequilibro, el traspié. Esa poesía excesivamente segura, debe haber algo que desarmonice. Como decía Borges: cuando terminó de escribir pongo unas comas mal hechas, unas palabras que no son.” Y cierra con otra máxima del extrañamiento: “El conocimiento del mundo se da través de la brecha de lo imperfecto”.

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