Vigilar el poder, mapear el placer y habitar la ciudad

Por: Santiago Rodas

 

Cuando se piensa en las ciudades del grafiti latinoamericano es probable que aparezcan rápidamente nombres como Bogotá, Sao Paulo o Ciudad de México; sin embargo, el panorama de los últimos años ha cambiado y ciudades que antes no figuraban en ese escalafón ahora se muestran apetecidas para los artistas urbanos y los circuitos artísticos de toda Latinoamérica y el mundo. La habana no escapa a este nuevo relato estético, con sus particularidades y sus contradicciones. Desde hace unos años sus paredes empezaron a ser pintadas, primero por turistas extranjeros, luego, tímidamente, por los locales.

Hoy la ciudad se ve poblada de pintura callejera, de grafitis rápidos que a primera vista se perciben producidos de la ilegalidad. En un recorrido rápido por la Habana Vieja se pueden encontrar diversos murales con grafitis elaborados, de grandes dimensiones y con un despliegue técnico amplio. Pero hay, sobretodo, una imagen, una firma, que se repite una y otra vez y se reproduce por muchos lugares. La firma en aerosol Mr Myl sella cada una de estas imágenes. Se trata de una extraña calavera sonriente, con ojos de diamantes que llena los rincones de la Habana, como si con esa repetición quisiera decir algo que cada quien puede interpretar a su manera.

Nos encontramos con Mr. Myl en el Vedado, uno de los barrios de la Habana. Son las ocho de la noche, hace un calor tremendo, pero la brisa refresca el ambiente, el viento se siente entre la ropa, mueve los árboles. Nos presentamos, hablamos un momento sobre el clima, sobre la isla, sobre nuestra llegada desde Colombia y luego él comenta que quiere caminar para la entrevista y mostrarnos la ciudad desde su punto de vista. Vamos a pintar en la calle, advierte. Nosotros aceptamos. Estar sentados mientras hablamos de grafiti es un contrasentido. La ciudad es un texto, escribió Roland Barthes, y nosotros los habitantes, debemos interpretar sus signos desplegados en su cuerpo urbano. El grafiti es la escritura callejera más evidente en la ciudad y leer lo que pasa, desde ese énfasis en la mirada, puede ser otra manera de entender la ciudad de la Habana, interpretada en diferentes ocasiones por el cine, la pintura, la danza y en general las artes plásticas más tradicionales. El grafiti, podría, bajo esta perspectiva, desplegar y hacer evidentes esos cambios sutiles en una ciudad con una riqueza artística tan amplia, con una visión cultural y décadas de tradición en las artes. El arte urbano podría descubrir los nuevos rumbos, las nuevas contradicciones, las otras narrativas a las que se enfrenta la Cuba de hoy.

Recorremos la pasarela del Malecón y vemos a la gente que toca música con instrumentos: tambores, trompetas, guitarras, toma cerveza y ron y conversa en pequeños grupos con el mar al fondo. Mr. Myl nos aclara que esto pasa casi todas las noches. La Habana es una ciudad nocturna, a la gente le gusta salir a la calle, estar con sus amigos, hablar duro, tomar licor y reírse un poco. Vamos con rumbo a Centro Habana, uno de los lugares deprimidos de la ciudad, ahí podemos pintar y caminar. Ahí en esos barrios me conocen, explica.

“Llegué al grafiti por el destino… estudiaba arte y comencé a buscar otros caminos para crear, me parecía muy misterioso el accidente, en especial cosas que veía en la calle que me parecían mucho más sensibles a mi que lo que veía en las galerías o lo que hacíamos en la escuela. entonces hice yo también cosas en la calle, desde lo que conocía lo llamaba intervención pública y lo identificaba como un género artístico más… pero con el pintar en la calle uno se libera, se encuentra uno, crea otra sensibilidad, otro camino que se identifica más con el grafiti, con su libertad e independencia, sin pensar en otra cosa que sentir la calle sin el permiso de nadie. En cuba no existe mucho graffiti pero hay una tradición plástica muy fuerte con mucho magnetismo para todo tipo de artistas, en especial los callejeros”

Una de las cosas más difíciles de pintar en la isla, asegura Mr. Mylm es la consecución de los materiales y las herramientas para sus piezas. En los mercados no se encuentran aerosoles, ni boquillas, y hay muy poca variedad en los colores de la pintura a base de agua, la de base aceite no sirve porque no se esparce bien por las superficies y es costosa, no hay rodillos ni muchas brochas. Hay un desabastecimiento generalizado en este aspecto, pero el ingenio que convive con la precariedad de los cubanos supera estas barreras y los artistas pintan con lo que se encuentren en los almacenes, incluso nos dice que él mismo hace su pintura a partir de pigmentos en polvo que se consiguen en casi todas las tiendas. Dice también que es afortunado, porque tiene amigos que vienen de Miami y que cada tanto visitan la isla, traen con ellos aerosoles profesionales, lo que le permite realizar su trabajo con mucha mayor facilidad y rapidez. Sin esos aerosoles me sería mucho más difícil pintar al ritmo en el que me encuentro. Acá es imposible conseguir cualquier aerosol profesional, los que se encuentran en las tiendas no sirven para nada, son de muy baja calidad y además también son muy costosos y difíciles de conseguir.

Mr. Myl ha pintado las calles desde hace cinco años. No ha sentido una censura explícita por parte de las autoridades, por el contrario, le parece que son laxas en el tema. Aunque, cuando empezó a salir de noche y a pintar sin permiso, escuchó rumores sobre el CDR (Comité de Defensa de la Revolución), pero nunca pasó a mayores, no se sintió ni vigilado ni perseguido. “En la Calle se vale todo, la censura viene de muchos lados. Yo trato de no pensar en ella”. Algunas veces los vecinos más conservadores se indignan por sus pinturas en las calles, pero nunca lo han violentado ni han tomado alguna represalia, tan solo se les nota, dice, un tufillo de decepción, algo con lo que se muestran inconformes, pero cree que son una pequeña minoría. Cuba está cambiando. Es fácil pintar en Cuba, porque la gente es muy tranquila, la policía está ocupada en otras cosas, e incluso algunas veces les gusta, porque uno está recuperando algún lugar que está feo o abandonado, además hay muchos lugares que no tienen dueño, ahí se puede practicar, se puede pasar toda una tarde con tranquilidad pintando, lo más que pasa a veces es que te dicen que no puedes seguir, pero eso ha pasado muy pocas veces. A veces sí llegan algunos con cara de insatisfacción porque uno pintó en algún lugar en el que aparentemente no se podía. Pero para mí, como le escuché decie a un grafitero de Bogotá: es mejor pedir perdón que permiso.

Al preguntarle por la escena local de la pintura en la calle en la Habana, Mr.Myl aclara que el movimiento grafitero de la isla es bastante nuevo y tiene muy pocos exponentes que se mantengan activos en las calles, por lo de los materiales y por que se pueden dedicar a otras cosas que son más rentables. “No veo mucho interés en la gente a empezar a hacer grafiti. Nosotros tenemos unas condiciones bien diferentes a las de las ciudades de Latinoamérica, entonces no creo que esto alguna vez explote, tal vez sí habrá más locos, como yo, que empiecen a pintar, que se animen a salir, pero no creo que sea masivo. A veces te tienes que decidir entre comprar materiales o comer”, dice con algo de resignación mientras seguimos caminando, ahora entre los barrios de Centro Habana.

“No hay mucha gente que pinte en las calles”, dice, “pero debo decir que sí hay algunos, bastantes, en comparación de hace algunos años que los únicos que pintaban eran yumas, es decir, gente de afuera de la isla, extranjeros”. Pero con algunos esfuerzos, sobretodo desde el colectivo San Isidro, que se encuentra en la Habana vieja, hay diferentes eventos que ayudan a difundir la práctica entre los más jóvenes. En ese aspecto Cuba está cambiando, a medida que llega la globalización, claro, a un ritmo bien distinto al del continente. Las prácticas culturales de los más jóvenes se modifican de manera vertiginosa. Ahora se pueden ver skaters en las calles, incluso youtubers que, pese a la mala conexión de internet se las ingenian para mantener activos sus canales y con nuevos contenidos constantemente; hace relativamente poco no existían en la isla. La conexión a internet, aunque precaria y bastante cara, ha percutido en las maneras en cómo se desarrollan las nuevas identidades multiculturales.

Paramos en una tienda y compramos algo de tomar. Las calles están vacías, es un día en semana y muchos deben madrugar a sus trabajos al día siguiente. Es el mejor momento para pintar, explica Mr.Myl: es mejor así. Saca unos aerosoles de su morral y los agita. La dueña de la tienda nos mira, pero no se inmuta y sigue con sus cosas. Vamos por acá, nos indica Mr. Myl. Caminamos entre callejones, entre los barrios casi vacíos. Un tipo sin camisa nos mira pasar, nuestro grafitero le pregunta que si le moletas si pinta ahí en la pared. El tipo dice que no. Eso no es mío, yo no sé nada de eso. Entonces Mr. Myl saca los aerosoles, los agita, los pone en fila frente al muro y nos pide que le avisemos si viene alguien. Empieza a bosquejar con un color morado el fondo, hace formas circulares, el aerosol huele dulce, se escucha el estarcido del gas contra la pared y luego las rellena a una velocidad afilada. Con otro aerosol, esta vez uno más claro, dibuja unos brillos y otras formas. Tan solo van dos minutos y ya tiene el bosquejo rellenado de pintura. Por último, toma un aerosol oscuro y traza los contornos de la figura. Tres minutos y ya está. Se ve en la pared lo que tantas veces vimos en los recorridos de la ciudad: una calavera que sonríe, con los ojos como diamantes que brillan en la oscuridad de la noche habanera, no es siniestra, es más que todo alegre, feliz, se puede percibir la alegría tranquila de quien no tiene miedo, quizá. Mr. Myl nos dice que ya está y seguimos con el recorrido, el olor de los aerosoles se queda en el aire detenido, estancado, quizá por la alta humedad y el encierro de los callejones del barrio por el que nos movemos.

Seguimos el recorrido y esta vez nos dirigimos al un parque con juegos infantiles. Mr. En una pared derruida por el salitre y con el revoque a pedazos Myl repite el gesto con los aerosoles, la pared, el olor; parece una coreografía ensayada: el movimiento del cuerpo, de su mano derecha, Esta vez cambia la figura, es otra calavera que sonríe, más chata en la frente con el mentón gigante, tiene una cresta de colores. Seguimos caminando, el recorrido de la noche. A veces no hay luz y todo se oscurece, a veces unas lámparas iluminan con una luz escasa las calles. No hay miedo, la Habana es una ciudad segura, al menos eso percibimos, la gente camina tranquila en las noches, se ven mujeres que caminan despacio, niños. Venimos de una ciudad en la que la noche es sinónimo de peligro, como casi cualquier ciudad Latinoamérica. Sin embargo, entre estas calles nos sentimos protegidos, quizá porque caminamos con alguien que las conoce muy bien.

Le preguntamos por qué escogió el grafiti y comenta, después de pensárselo un rato que hace varios años vinieron Os Gemeos, un par de hermanos del grafiti de la vieja guardia de Brasil y dejaron varias piezas pintadas en la isla. Al verlos se sintió identificado con lo que sucedía en la pared. Él ya pintaba sus cuadros y dibujaba en formatos pequeños, pero se quedó hipnotizado viendo cómo se transformaba el espacio con algunos aerosoles y la voluntad de un par de grafiteros, además de la relación de la gente alrededor con el muro recién pintado, la magia de estar una tarde entera tan solo pintando, hablando con la gente que pasaba, practicar una especie de nuevo performance que en los cuadros no sentía que se podría. Desde ese día quiso lograrlo. Empezó con el esténcil, pero fue descubriendo que sus formas estaban mucho más cerca de la expresividad de la caricatura, los ángulos redondos, la libertad que le permitía inventarse personajes sencillos técnicamente pero cada uno con una historia particular que reflejara, de alguna manera lo que pasa en la isla.

Cuando se le pregunta por su trabajo dice que: “No me interesa mucho definirlo porque no tengo ninguna idea interesante sobre él, yo creo o al menos me interesa más la experiencia, la sensación o simplemente  que me guste o no. Por eso hay cosas de mi trabajo que me gustan mucho y otras no tanto. Pero yo se que es un proceso en que todo consiste en seguir, haciendo y viviendo y todo encaja al final, o no…”

Mr. Myl espera seguir pintando en la calle. Es uno de los pocos que hace grafiti ilegal en la Habana, cada vez es más reconocido y no solo en el ámbito local. Hace poco fue invitado al crew Animalez Poder Cultura, un colectivo internacional de grafiteros y artistas urbanos bastante reconocidos en la escena mundial que vio en su trabajo mucho potencial para representar al crew en las calles de la Habana. “Me gusta mucho lo que se hace en Colombia y en México, allá tienen muchos años de trayectoria en las calles y me siento acogido. He podido ir a Colombia, a Medellín y a Bogotá a pintar y me gustó mucho el ambiente, la energía para pintar en las calles es bien interesante”, dice.

Hacemos un par de pintadas más, en diferentes paredes, nos movemos en la noche habanera, como si actualizáramos lo que alguna vez dijo Cabrera Infante sobre estas calles, esta oscuridad tan cercana al mar. Si él se invento en su novela Tres Tristes Tigres la estética de la noche habanera, Mr.myl parece actualizar ese relato, esa estética, pues dibuja su imaginación juguetona entre las calles nocturnas. Él sin rostro, solo deja su firma como una pista o un interrogante para que alguien más se atreva a resolverlos. El grafiti casi siempre es anónimo, se reconocen los vestigios más no los autores. Y esto le da el halo de misterio que encubre el movimiento desde sus inicios.

No tenemos problemas ni con la policía ni con los vecinos. Esta vez tuvimos suerte, dice nuestro grafitero con una sonrisa cínica. Las calles están dóciles. Son las 11 de la noche y parece que ahora sí, de verdad, no hay nadie afuera de sus casas. Desandamos nuestros pasos para volver al Vedado y despedirnos.

“Esta ciudad es tranquila, a veces demasiado”, dice casi como una sentencia Mr.Myl, mientas caminamos entre la luz, algo sucia y débil del tendido eléctrico de la Habana que cada tanto se va, y vuelve al rato. “Pero es el lugar en el que me gusta estar, el que conozco para pintar, para caminar”. La Habana conserva su magia mítica, pese a sus lados más flacos, a su versión idílica de postal para turistas incautos, a las dificultades para salir de los problemas económicos. Todo eso no le impide brillar en medio del caribe, Mr Myl, la habita, la transforma, la raya, como si con esos aerosoles, también le diera una nueva vida, una nueva vibración, la que pese a que se avizore un naufragio mantiene la mirada en alto, la calma en el cuerpo y los aerosoles en el bolso para esperar que se haga de noche y empezar el recorrido de pintura.

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