Tengo un recuerdo muy antiguo de mi papá bañándome, un recuerdo que se ordena con otros recuerdos años después de un hombre con cejas muy negras, pelo muy negro, patillas blancas y bozo, escurriendo agua. Había algo rural y silvestre en la forma en que se bañaba, era un duchazo, entonces me bañaba como se bañaba él, con un chorro frío en la cabeza y una enjabonada de cabeza casi violenta, dejando caer el shampoo desde el cuellos, hasta los hombros y el pecho.
Creo que me cayó jabón en los ojos, pero en realidad no recuerdo, recuerdo que me dijo, y tuvo que haber pasado algo porque esos duchazos de sábado eran muy cortos como para sostener conversaciones, “los hombres de verdad lloran”. Lo que no alcancé a preguntarle nunca es dónde iba la coma: ¿era los hombres, de verdad, lloran ó simplemente los hombres de verdad lloran?
Yo recuerdo ese baño de baldosín azul oscuro con toda la magia de un espejo que parecía responsable de pintar y despintar barbas y bigotes, pero recuerdo los hilos de agua que estaban ahí para simular llanto o para simbolizar lo que mi papá decía. Yo debía de tener dos o tres años y recuerdo una confusión que sin duda o simulo para entender que quise decir o hubiera dicho: papá, esto es agua, papo, vamos a ser muy felices, tú no puedes llorar porque nada te va a pasar y yo voy a intentar no aporrearme.
Mi educación con mi papá siguió y todavía hay cosas que me retumban y me ponen en contradicciones del lenguaje. Como todas las personas, tenía contradicciones, que para mí eran bonitas: era conservador, le tenía fobia a la guerrilla, pero tenía muchas cosas de anarquista, nunca desde que nací fue a misa, no iba a votar y tenía la peor opinión de los políticos y del gobierno. Saltando un poco en la historia, un día me dijo, “sea lo que sea, menos cura o político”, ante mi pregunta, me dijo que no quería que “me dedicara a engañar a la gente”.
El caso, lo que me puso a pensar en estos días, que el feminismo quiera o no me ayuda a desnaturalizar múltiples formas de machismo en mí y la teoría queer me ayuda a encontrarme de una forma no binaria, de encontrar más maneras y posibilidades de sentirme, recuerdo que me decía mucho “un hombre de verdad” y una sóla vez que no me acuerdo qué hice para hacer llorar a mí mamá, me dijo: “sea hombre y vaya y pídale disculpas a su mamá”.
Me enseñó el asunto de la violencia de género, mucho antes de que llegara a la universidad, creo que aún en preescolar, diciéndome: “a las mujeres no se les toca ni con el pétalo de una rosa”.
Recuerdo que me decía, “tenga amigas, para qué novias”, y yo le decía de 11 o 12 años, pues para darles besos, si no les pido el cuadre no me van a dar besos y entonces me decía, “es que usted sólo quiere eso, se tiene que tranquilizar”.
La primera vez que invité a salir a alguien a un bar, me dijo: “no deje que tome mucho, y si la ve muy tomada, la lleva de una a la casa, y al otro día usted como un príncipe, a las mujeres les gustan los caballeros”.
No sé qué tanto entendí en esa época, pero hoy siento que su tipo de machismo me ayudó a no causar tantos dolores como algunos hombres, no sé si mayoría o minoría, causan. Tengo un estudiante al que un tío le dio el consejo de que “a las mujeres hay que darles bastante trago para poderse acostar con ellas”.
Ya llegando a la universidad, mi papá acogió y quiso mucho a mi único amigo que se había atrevido a salir del closet. Un día me dijo, con su franqueza campesina y sin que viniera al tema: “yo sé que su amigo es homosexual, pero me gusta como su amigo porque es inteligente, él es o va a ser una persona importante, y se puede quedar en esta casa las veces que quiera”.
Cuando me fui a divorciar, me dijo: “los hombres de verdad no abandonan, se quedan hasta el final”. Creo que fue la única vez que en serio y sin remedio decepcioné a mi papá, él tenía y no tenía razón, hay que quedarse hasta el final, la constancia es una forma amorosa de valentía, sobre todo en las luchas sociales, en los emprendimientos, en la invención y en la investigación. En muchas otras cosas me he quedado hasta el final, luego de que muchos y muchas se van, pero uno siempre es el que define cuándo es el final. El viejo se dio muy duro y también lo que quería decir es que un hombre de verdad no engaña.
Me parece tan poco poética la palabra ser humano, me lleva a algo tan clínico, que a veces siento a mi papá dentro de mí con nuevos lemas que empieza yo soy lo suficientemente hombre o queriendo corregir a algún muchacho y explicarle que un hombre de verdad no hace eso. Nunca se trata de la fuerza, de sexualidad, ni “conquistas”, del género o la orientación sexual, más bien, de decir la verdad, y de cumplir con la palabra. Puede ser una bobada, pero el lenguaje es nuestra morada y odio la palabra señor, casi tanto como macho (esa sí nunca la usaba mi papá) y la palabra adulto o persona no resuena en mí como resuena la palabra hombre.
Esta sociedad es más dolorosa para las mujeres y la gran tradición desnuda, rota y mal parchada genera una confusión terrible, una desorientación; la conflictividad genera chispas y esas chispas alumbran. Hay que seguir con todas las luchas y también -cuando se pueda y cuando estemos a tiempo con adolescentes- hay que bregar a que la letra con amor entre, a enseñar lo mejor que tengamos cada uno (aún con dudas, porque la pregunta dejada en otro u otra con amor, también es luz).
Mi papá, un machista como todos los hombres y sobre todo sin los recursos culturales de esta época, me dio lo mejor de él y yo usé su luz para encontrar otras luces.