No soy Saulo de Tarso, ese falso profeta que en algún momento, después de haber perseguido cristianos, supuestamente se le revelo Dios y lo hizo cambiar.
Mi revelación, sucedió en la materialidad terrenal, en la vida concreta, en el aquí y el ahora de aquel abril primaveral portugués.
Me encontraba en Lisboa, si, en aquella ciudad maravillosa que había elegido para conocer, en aquel viaje que hice solo por aquellas tierras, fue un viaje en busca de reconocer aquellos sujetos que han posibilitado formas de pensamiento en mi existencia, Foucault, Deleuze, Pessoa, Saramago y Onfray; si era un viaje en el cual no quería ser turista, sino viajero. Y en eso de andar solo, sin poder comunicarme con nadie, pero siempre conmigo, porque como dice Seneca, uno siempre viaje con uno. En ese andar con uno mismo, iba caminando por las callejuelas encantadoras de Lisboa, viendo los consumistas desaforados ingleses, sus techos coloridos, la felicidad falsa de los turistas, que creen que viajando se pueden despojar de sus estupideces humanas, si en medio de aquella caminata, y de aquellas reflexiones, me topé con uno de los lugares más bellos para comer, entre allí y me comí una sopa de cangrejos, con una copa de vino, pero como uno no escapa de estar escuchando cosas, todo el viaje la gente decía que había que conocer Cascais, y yo decía, porque hay que conocerlo, porque todo el mundo lo dice, y sin embargo tampoco me deje llevar por mis razonamientos y me permití decir, bueno que sea una moneda y la cercanía la que me permita decir si voy allí; lanzo la moneda, miro el gps y para mi fortuna, la estación de tren que comunicaba aquel lugar se encontraba a un minuto de donde andaba y el trayecto hasta Cascais se demoraba 45 minutos, me dejo llevar por mi suerte, pero para mí desgracia y como siempre lo venía haciendo en el viaje, no compro vino ni queso, me voy desprovisto de ello.
El viaje trascurre de una manera tranquila, llego al lugar y empiezo a buscar donde comprar una botella de vino y queso, pero no encuentro, o mejor no busco el lugar indicado y emprendo el viaje hacia la playa y para mi sorpresa, me doy cuenta que la gente tenía razón, que esta vez mi suerte me había premiado con uno de los lugares más bellos que había visto, con el mar que siempre me había querido topar.
Si, era una playa larga, muy bien dispuesta para el turismo, pero también para los viajeros. Empecé a recorrer de lado a lado cada rincón de ella, me compre una cerveza y seguí mi recorrido. Y en ese recorrer, la tarde empieza a caer, y con ella aparece un frio encantador, una neblina que empieza a tapar el mar y, como lo dije anteriormente, era el mar con el cual me había querido encontrar en la vida.
Si, era el mar que había querido conocer, el mar de muerte en Venecia, el mar que siempre Thomas Mann recrea en sus bellos libros, era el encuentro con la melancolía, y la posibilidad de recorrer y de estar en aquel lugar con chaqueta, porque el frio, para un caribeño como yo, era fuerte. Sin embargo, ese frio y la embriaguez mental que tenía, no fueron ningún impedimento alguno para sentarme y encantarme de aquel lugar. Me siento allí, solo, me pongo el gorro de la chaqueta y miro al horizonte y para mi sorpresa, como lo dije al inició, se me revelan cosas de la vida, pero contrario a Saulo de Tarso, mis revelaciones son más mundanas, más cotidianas, son pensamientos más básicos, y en medio de estas revelaciones, y para mi sorpresa, me reconozco adulto, y me empiezo a preguntar a que conlleva dicho reconocimiento; entro en un estado de introspección, de reflexión profunda, una embriaguez encantadora y producto de ello, me empiezan a salir respuestas bellas, reconocerse adulto, es entender que la soledad se elige, que la amistad es uno de los valores más preciados que uno puede tener, que no hay que sucumbir, así uno en ocasiones no lo pueda controlar, ante un cuerpo esbelto, si, no arrodillarse ante nada ni ante nadie, y cuando aparecen estos pensamientos, muchas lágrimas empiezan a hacer su aparición y la emoción y el encanto de sentirme vivo, y de saberme adulto me fascinan, de entender que en el acto amoroso, ni en la vida, uno no se puede doblegar, que hay que vivir erguido, con convicción, de emocionarse, de sentirse vivo, y que la vida se da en el cruce de todas estas subjetividades, y era tanta la emoción que sentía, que no podía contener las lágrimas, porque siempre nos han negado a los hombres llorar, pero no, ese no era mi caso, estaba inundando el mar con mis lágrimas, pero éstas eran de emoción, si, estaba llorando de sentirme vivo y de entenderme que solo, sin nadie, en un mundo que se desfasa, mi soledad puede ser poblada, constantemente, por muchas presencias bellas que hacen que esta vida merezca la pena ser vivida, y que contrario al temor que nos infunden de ser adultos, estas reflexiones me llevaron a la conclusión que ha valido la pena vivir la vida como vivo, para cuando llegue la muerte, poder vivir la muerte como muerto.
Si, esa fue mi gran revelación en aquella tarde noche en Cascais, y embriagado por aquel encanto, y siendo ya de noche, me subí para un bar que se encontraba cerca de allí, con un ventanal enorme que podía divisar el mar, me senté, pedí un Oporto, mire el mar, alce la copa y brinde por tí, mi bella vida, mi grandiosa vida, y sonreí llorando de la suerte que tuve en haberte conocido Cascais.
Adolfo Martinez