Por Natalia León y María Alejandra Ramírez*
Desde el balcón del quinto piso de un edificio en el barrio Santa Lucía se puede ver a un hombre esperando por Alexandra. La llama al citófono, ella contesta y le dice que hoy no está prestando ningún servicio, que llame después. A seis kilómetros de allí, en el parque de Bolívar, Guadalupe se sube al carro de su próximo cliente. Aunque el ambiente le genera miedo, necesita la plata. A pocos metros, en Alpujarra, Juliana saluda efusivamente a todos los que se acercan a la entrada de la Secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos. Ahora es trabajadora social, pero antes, como todas, solía ser prostituta trans, hasta que un hombre le dijo que si le faltaba operarse algo, era el cerebro.
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— Colombia hace unos años no conocía la palabra trans. El único referente transexual que teníamos era Endry Cardeño, o lo trans solo se relacionaba con la peluquería o el trabajo sexual— dice Nicolás Arroyave, psicólogo clínico y director del proyecto en construcción llamado Transenderse. En él atiende a quienes requieran asesoría en experiencias de vida trans, enfoque de género y diversidad sexual.
Es un hombre trans, y a diferencia de lo que el prejuicio designa para ellas y ellos, nunca ejerció ningún tipo de trabajo sexual.
“Esta población es la que más sufre de desempleo y, de las personas encuestadas en el estudio, el 4 % de las mujeres ‘trans’ tenían un contrato laboral formal”, de acuerdo con el presidente de la Cámara de Comerciantes LGBT de Colombia. El mundo en el que se desenvuelven las lleva, por falta de oportunidades académicas y laborales, a hacer de la ‘narcocultura’ su ideal. Imitan los estereotipos que exigen operaciones extravagantes en partes del cuerpo como senos, nalgas, nariz y abdomen.
Juliana Londoño dice que solo se sintió completamente mujer cuando se vio al espejo con unos senos enormes. Eran desproporcionados para su cuerpo porque en ningún momento recibió ayuda o advertencias por parte de un profesional. Cuando comenzó a trabajar en la Alcaldía de Medellín decidió rebajar la talla, porque las personas no le mostraban respeto por su aspecto físico. También se operó las nalgas y esperó que la cirugía de la nariz matizara sus facciones para nunca más parecer un hombre.
Alexandra Giraldo, por su parte, también se operó la nariz y los senos, se hizo una depilación láser en todo el cuerpo y un diseño de sonrisa.
— Uno para ser una trans bonita necesita mucha, mucha plata — se queja.
Al hablar de cirugías, Juliana asegura que recibió propuestas y ofrecimientos de otras trans para operarse por menos plata de lo que habitualmente cobraría un profesional. Las trabajadoras sexuales del centro de Medellín, con el afán de conseguir más clientes, recurren a implantarse aceite mecánico o cemento debido a que carecen de recursos, información y compiten constantemente entre ellas.
— Es tan difícil ser mujer trans que empiezan a adquirir un sentimiento de rivalidad entre ellas. Al nivel ‘no te digo quién me operó’, ‘no quiero que tus cirugías sean exitosas, ni que seas bonita’— afirma Nicolás Arroyave.
Esto lo confirma Guadalupe Higuita: “El mundo trans es muy duro. Siempre existe una competencia y una rivalidad en que se quiere ser más que la otra. Yo no tengo amigas trans, soy muy solitaria”.
Guadalupe, a los 9 años, convirtió al centro de Medellín en su casa. Primero fue recicladora, luego vendió chicles y después hizo recorridos por los barrios en busca de comida, hasta que descubrió que con la prostitución podía ganar plata.
Ese mismo, influenciada por otras trans del parque de Bolívar, hizo su primer ‘rato’. Hacer ratos es prestar cualquier tipo de servicio sexual. Por ser la más bonita de todas, comenzó a generar celos y envidias entre las mismas que la incitaron a empezar en ese negocio. La trataron mal, la insultaron e incluso la agredieron; recibió su primera puñalada, un puntazo.
Alexandra tampoco tiene amigas trans, no confía en ellas, les tiene mucho miedo.
— Tuve un problema con una; éramos amigas y resultó que cuando yo salía con ella y con tipos, ella les robaba. Así que nunca le volví a hablar y me metí en un problema. Una vez me cogió con un cuchillo y me amenazó de muerte. Desde entonces, odio a las trans.—
El investigador y docente de la Universidad de Valladolid, Pablo Arconada, señala, en la publicación para la Asociación Juvenil Nanou Ki, que “nos olvidamos de que la comunidad LGTBI+ no es un bloque monolítico y aunque la situación haya mejorado sensiblemente, este progreso es desigual en diferentes partes de nuestro planeta. También hay diferencias entre las diferentes ‘siglas’ que conforman la comunidad, siendo siempre mejor la posición de la comunidad gay que el contexto en el que viven las personas trans o intersexuales, por ejemplo”.
— Cada vez que digo comunidad LGBT me retracto porque siento que actualmente existe, al igual que dentro del movimiento feminista, el fenómeno de cuál sufrimiento pesa más, entonces se dice: ‘mi experiencia de vida ha sido más dolorosa que la tuya y por eso merece más reconocimiento’ — dice Nicolás.
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A pesar de que la palabra transfobia no aparece en el Diccionario de la lengua española, el miedo, odio, rechazo y no aceptación a las personas transgénero, transexuales y travestis es una realidad latente que se vive en especial en países como Colombia, en donde la cifra de violencia y asesinatos sistemáticos está en aumento.
Colombia Diversa es una organización no gubernamental creada en 2004 con el fin de abogar por los derechos de personas que, históricamente, han sido discriminadas por su condición sexual o de género. En una investigación evidenciaron que entre el 2000 y 2018 han asesinado a 314 mujeres trans. En al menos el 50 % de los casos se desconoce el presunto responsable y en 133 casos el homicidio se dio por prejuicios. En el caso de los hombres trans, se cuentan 11 asesinados; en el 77 % de los casos no se tiene suficiente información para determinar la causa del suceso.
La discriminación no solo se evidencia cuando el desenlace es la muerte. Alexandra, como trabajadora sexual, nunca ha recibido ningún tipo de maltrato por parte de los hombres que van a su casa y se adaptan a sus condiciones, pero vive una situación muy distinta cuando se trata de su familia.
— ¡Mi tío es sacerdote y celebra misa, pero al mismo tiempo me insulta!, ¡mi hermano me odia e incluso cuando mi mamá estaba agonizando no me dejó entrar a verla! —
A diferencia de ella, Guadalupe no trabaja desde su casa, y mucho menos bajo sus propias reglas. Todos los días espera, en el centro, a que el hombre que la recoja esta vez no tenga malas energías, cara de psicópata, quiera la chupada sin condón o tener sexo sin preservativo.
Hace poco le sucedió algo que narra sin mayor asombro, y es que tuvo que correr de un hombre que la montó en su carro, la llevó a Rionegro y la empezó a perseguir con un machete. Cuando llegó a Marinilla gritando que la querían matar, nadie le hizo caso.
También recuerda la llamada que le hizo a una de sus amigas cuando un policía la amenazaba con haberla grabado haciéndole sexo oral a alguien en una banca del parque. Ella le pidió ver el video y el policía la agredió con un bolillo y le arrebató el celular. Lo estrelló varias veces contra el piso.
— La Policía no nos ayuda a nosotras. Ellos solo están ahí para conspirar (sic) plata, y algunos, para echarle a uno los perros.—
Datos de Colombia Diversa indican que las mujeres trans han sido víctimas de 46 casos de violencia policial, de los cuales el 45 % han sido en el espacio público; un 7,14 %, ejecuciones extrajudiciales, y otro 7 %, torturas. La mitad de estos, motivados por prejuicios. Los hombres trans, por otra parte, han sufrido en ese mismo periodo de tiempo, 5 casos de violencia policial.
Nicolás tuvo que mediar, como psicólogo, un enfrentamiento entre una persona drogada y un policía, en el parque de El Poblado. Después de identificarse como profesional, notó que lo que empeoró la situación fue que la autoridad invalidó la identidad de las personas insultándolas y llamándolas ‘maricones’.
—A pesar de que la Policía en muchos casos es incompetente, la solución de ninguna manera es removerlo, todo lo contrario, hay que transformarlo. Es necesaria la instauración de una nueva pedagogía.—
Gracias a su profesión, Nicolás debe enfrentarse a sistemáticos episodios de abuso que sufren las personas trans. En Transenderse se encarga de guiar a las familias que aman, pero no pueden entender muy bien qué es una transición. También asiste por medio de la contención a personas en crisis, da charlas en universidades y habla libremente en entrevistas sobre temas de discriminación de identidad sexual y de género. Sin embargo, la primera vez que vivió el rechazo, no fue por parte de nadie más que de sí mismo.
— En una pelea con una pareja trans, cuando yo aún lucía como una mujer, terminé verbalizando ‘¡Yo deseo ser más trans que vos!’.—
Se fue de la casa porque creyó que lo echarían si llegaba rapado y vistiendo ropa de hombre, dejó de asistir a la mayoría de las reuniones familiares y perdió contacto con sus más allegados. Hasta que, en una Navidad, su tía y su abuela le regalaron una camiseta básica y una loción de hombre, y le preguntaron: “Mijo, ¿y usted cómo está de boxers?”. El rechazo hacia él solo existía en su cabeza.
— Me alejé del mundo porque nadie me dijo que ser trans estaba bien, porque por ser lo que soy, no me creía digno de recibir amor.—
*Este artículo se redactó como ejercicio de clase en el curso de Reportaje de la carrera de Comunicación Social de EAFIT.