El 28 de enero de 2022 las calles de Medellín volvieron a ser escenario de las ganas de jóvenes de la ciudad de querer ser vistos y de hacer escuchar su voz. El punto de encuentro fue el barrio Tricentenario. Allí comenzaron el año de manifestaciones protestando contra el salario mínimo y los precios de la comida. “Un huevo ya vale $500”, decía un manifestante. También gritaron en contra de la campaña política vendehumo que toma protagonismo en este año electoral.
Nuevamente las banderas se colocaron al revés e improvisaron prendas de vestir con capuchas hechas de sacos viejos, cascos de construcción usados, llenos de stickers y rayones como el símbolo de la A anarquista, el número 6402 y la sigla de ACAB.
Muchos también llevaban gafas piscineras para proteger sus ojos de los gases que el ESMAD les tira para disiparlos; otros, ya más preparados, llevaban máscaras antigases, guantes de tela y escudos armados con maderas viejas, latas recicladas o barriles metálicos cortados a la mitad.
Lxs peladxs la tienen clara con relación a la situación del país, no creen en las instituciones, no se sienten seguros con la Policía y consideran que la única manera para sentirse seguros y protegerse de la represión y la persecución policial cuando salen a marchar, es usando la capucha.