La religión ha olvidado preservar el fuego primordial por detenerse en la necesidad de obediencia, con su hambre de multitudes y riquezas. En eso se emparenta con la política. Ambas son un residuo del astro que arde, pero en ellas no se produce luz ni cobijo. Por eso procuran el dominio, para no extinguirse en su necedad.
Seguir lo que otro dice sin evaluar ni tener experiencia ninguna sobre lo dicho, es una condición de la ignorancia. La ignorancia no es desconocimiento, no solo eso, es, además, sentirse satisfechos con dicho vacío. Ahora bien, por más conocimiento que se tenga —al ir con una venda en los ojos— la vida carecerá de fundamento, adolecerá de autenticidad.
Todo tipo de dogmatismo sujeta al sujeto. Incluso los dogmatismos que se pretenden libertarios, holísticos, universales. Y las banderas son enarboladas por la ceguera de las masas que comen del fango. Se dice que una vez se marcha tras esas telas ondeantes, el resultado es usarlas como mortajas: ideologías levantando símbolos e himnos que doblegan a los individuos y crean guerras.
Cuando todos estén armados hasta los dientes, faltará poco para que se maten con la explosión de sus dentaduras. Si no existieran armas en el planeta, toda gresca se vería resuelta por argumentos, por contextos afines y sentidos en oposición. Pero así no es la cosa: una vez se amoraten los ojos y retornen los huesos rotos, no habrá lugar para la influencia del diálogo y ocurrirá lo mismo que habíamos evitado.
Deriva esto en una enseñanza: cuando las llamas crecen en todas las direcciones, llega el momento en que no tendrán donde arder, pues todo estará calcinado, hecho ceniza, sin poder de renovación. A lo que se sigue una segunda: el fuego te hará brillar solo si entra en tu corazón.
Si comprendes que toda ventaja o lujoso privilegio decide lo que haz de hacer y decir, lo pensarías con cuidado antes de aceptar. Tanto tú, como yo y los demás, estamos llenos de responsabilidades y omisiones, y pese a la inmediatez de la superioridad en que nos hemos puesto, un mal presente advierte el descuido ante las demás especies y el planeta que hemos puesto en el centro de la vejación.
Sustraídos a la naturaleza por la humana decisión de ir siempre más lejos, humanamente sesgando las relaciones con lo vivo, detentando una racionalidad que potencia nuestro escabroso final, vamos dando tumbos sin tener en cuenta lo que en verdad cuenta.
Disonancias de un espíritu en claves de dominio, sobrestimando una y otra vez el efecto de su incapacidad. Inquebrantable estupidez de los que cacarean con su oro consagrado, con la sangre ajena: comunidad de individuos infectos, embrutecidos por el lastre de curtidas máscaras, sin memoria, indiferentes ante el incremento del muladar.
Tras una felicidad que se alimenta de los demás y se traga sin medida todo aquello que se cruza a su paso.
VÍCTOR RAÚL JARAMILLO