Vigilar el poder, mapear el placer y habitar la ciudad

Bitácora Ciudadana

 

Cambiar de casa  

Cambiar de casa se siente raro. Raro no, cómodo. Esa tranquilidad de cambiar de casa… Es bueno un cambio, pero no el cambio de casa, sino de vecinos. Mis vecinos antiguos eran raros; no hablo de raros comunes, sino de raros locos: no tenían autocontrol, su casa era brillante y llamativa y había una cuestión: cada que pasaba por su casa, un escalofrío recorría mi cuerpo; un frío intenso que me hacía pasar rápido y no querer volver nunca. 

Los vecinos tenían una rutina repetitiva: antes de las siete de la mañana salían a limpiar el jardín, media hora después salían a correr y luego oraban a Dios todo el día. No se sabe si tenían trabajo o algo más que hacer; a las tres de la tarde salían al parque a hablar sobre la Palabra del Señor y en la noche a las nueve todas sus luces se apagaban.

Lo más raro era que después de la media noche se escuchaban gritos y lamentos. Los otros vecinos cercanos habían llamado a la Policía varias veces, pero nunca encontraron nada; decían que solo eran vecinos cristianos comunes, sin ningún tipo de rareza. Al final tuve la oportunidad de cambiar de casa y nunca más volví a saber de ellos. 

Autores: Breiner Valencia Querubín, Zharick Eliana Acosta Martínez, Stephany Petro Arrieta.

 

Vestidas de blanco

En el barrio El Salvador han estado ocurriendo fenómenos sobrenaturales.

La semana pasada venía en mi moto por la antigua finca Suiza y en una de las tantas curvas me aparecieron dos niñas vestidas de blanco. Ellas me pararon y me pidieron el favor de que las arrimara al barrio, pero, al llegar a la entrada, miré por el espejo de la moto y no llevaba a nadie. Después me enteré de que la mamá de un amigo venía por la misma carretera y en la misma curva le apareció un perro negro al que le brillaban los ojos de un color rojo; ella paró en la moto para no atropellarlo y, cuando miró fijamente, no había nada. Ella sintió un escalofrío y continuó muy nerviosa su camino.

Estas historias parecen mentiras, hasta que no las vive en carne propia.

Autores: Evelin Tapia Montes, Juliana Andrea Montoya Mazo, Marian Nicolle Rodríguez Valencia, Julián Andrés Agudelo Cano.

Diego Alejandro Bolívar Forero

 

Algo totalmente diferente

Hoy salí de la Casa Morada con un sueño en mi mente: tenía la misión de crear una crónica. En el camino miré hacia la cancha sintética y encontré a dos jóvenes que se dirigían a su entrenamiento; los saludé y les pregunté cuál era su motivación para venir a entrenar con ese solazo. Ellos me respondieron algo totalmente diferente a lo que podía esperar: uno me dijo que quería ser un gran futbolista para sacar a su madre y a su hermana adelante y el otro me dijo que lo hacía para olvidar los problemas de la casa. Así nos pasa tristemente a la mayoría de jóvenes; cuando no encontramos el sentido a algo, nos refugiamos en la calle.

Autores: Evelin Tapia Montes, Juliana Andrea Montoya Mazo, Marian Nicolle Rodríguez Valencia, Julián Andrés Agudelo Cano.

 

No era una casa, ni dos

En mi habitación su nombre la llamaba, haciéndole recordar lo que, cuando era niña, pasaba. Su cuerpo desvanecido era espantoso; era como caer en un pozo, con el tiempo era cada vez más horroroso; se empezaron a escuchar ruidos, como objetos cayendo, ni siquiera ella lo podía creer. El tormento que ocurría en esa casa se convirtió en película de terror, pues lo que acontecía se extendió, ya no era solo en una habitación ni en un callejón, este hecho albergó al barrio, no era una casa ni dos, sino toda la población. Cuando salía a la calle lo único que escuchaba eran murmullos, rumores e historias de algo parecido, decían: “anoche me asustaron”, “anoche vi un espanto” o “en el techo de mi casa aterrizó una bruja”, “estaba sola y de repente algo cayó”. Y así sucesivamente me contaban lo que les pasó. Hasta el día de hoy, simple y sorprendentemente, acogieron estas verdades. 

Autores: Lina Marcela Plata Berrío, Karen Yulieth Laverde Sotelo, Daliana Morelo Ricardo
Dayaris Morelo Ricardo, Manuela Mejía Aguilar, Jordan David Navarro Arboleda, Sofía Hernández Zapata.

 

La sinte

Mi nombre es La Sinte. Tengo dos veces 15 años, soy una chica cool y todos me aman. Por eso me hicieron esta historia.

Hace muchos años, cuando solo era una bebé llena de barro y monte, no sabía cuál iba a ser mi futuro. Poco a poco, personas de muchas formas y colores me fueron ayudando a crecer; jugaban conmigo, reían y compartían momentos a mi lado. Algunos llegaban con zapatos de fútbol desgastados, otros con risas y sueños. Mis días se llenaban de energía y movimiento.

En mi niñez, crecí y me salieron pelos y cosas raras. La hierba comenzó a cubrir mi superficie, y los arbustos y árboles a mi alrededor se convirtieron en mis compañeros de juego. Más gente vino a jugar conmigo, pero se iban porque yo no dejaba de crecer. A veces, los niños llegaban con sus padres, quienes les enseñaban a patear la pelota con fuerza y precisión. Sus risas resonaban en el aire, mezcladas con el canto de los pájaros y el sonido del viento.

En mi adolescencia, volaban cometas de colores y niños pateaban pelotas por toda mi casa. De repente, cayeron gotas y gotas hasta llenarme. “¡Mírala, es una piscina!” Decía la gente. Estaba en mi pubertad. Las lluvias torrenciales transformaron mi cuerpo en un lago temporal y los niños chapoteaban en mis aguas, aprovechando cada momento para divertirse. A pesar de los momentos de inundación, seguían viniendo, con la esperanza de que pronto me secaría y podrían volver a jugar.

Los chicos se iban y ya no me querían; tenían miedo y de mí se fueron olvidando. Las estaciones cambiaban y a veces pasaba días sola, esperando el regreso de mis amigos. Veía cómo los árboles alrededor perdían sus hojas y se volvían a vestir de verde. Cada cambio de estación me recordaba que yo también estaba en constante transformación.

¡Pero, nena, llegué a crecer! Tuve mi glow up y ahora soy la más famosa del barrio. Todos me mencionan y soy el referente. ¡Soy icónica! Soy como el prado y mi cuerpo se siente como caminar sobre una almohada. Mis transformaciones culminaron en una hermosa cancha sintética, con césped verde y suave, que atrae a todos los deportistas del vecindario. Las luces brillantes me iluminan por la noche, creando un escenario perfecto para los partidos y entrenamientos.

Todos los días, más de cien personas persiguen una pelota cargada de muchos sueños aquí en mi casa. Jóvenes y adultos se reúnen para competir, reír y desafiarse a sí mismos. Las voces de los entrenadores se mezclan con el entusiasmo de los jugadores. Cada gol es una explosión de alegría, cada fallo una lección aprendida. Ellos están enfocados en eso y me quieren, todo estaba transcurriendo con normalidad hasta que pasó algo diferente… Llegaron ellos, un grupo de “chiques”. Así se me presentaron. Ellos me ven como un lugar feliz. Los escucho llorar, reír, y me sé todos sus chismes y secretos. Estos jóvenes me adoptaron como su refugio, un espacio seguro donde pueden ser ellos mismos sin miedo al juicio; organizan actividades, celebran cumpleaños y comparten historias de sus vidas. Ellos me ven como una amiga que les brinda amor y yo los veo como los chiquis que me convirtieron en un hogar. Su presencia me llena de vida y me recuerda que soy más que una cancha; soy un punto de encuentro, un símbolo de comunidad y esperanza. Soy el corazón del barrio, el lugar donde los sueños se encuentran con la realidad.

Autores: Yuliana Alarcón Padrón, Ana Valentina Ibargüen Mayo, Yoemis Durán Pereira, Yesid Manuel Álvarez Velásquez, Selena Mena Granado, Nicoll Tahilín Giraldo Garzón, Darlyn Vellojín Anacona.

 

Cada que regresaba a él

Cuanto más crecía, más ganas tenía de alejarme de él. Cuando pude zafarme, recuperé, a mi manera, un poco de tranquilidad y felicidad. Dolía tanto la noticia de tener que volver porque ese lugar fue el testigo de cada una de las palabras lanzadas en mi contra.

Algo tenía que, cada que regresaba a él, una mala sensación invadía mi cuerpo. Pero no duró mucho, ya que poco a poco me ayudó a salir de ese vacío en el que estaba; me regaló personas y momentos increíbles que cerraron cada una de mis heridas vistas y escuchadas por él. ¡Ahora mismo le agradezco tanto! le agradezco por ser el escenario de mi infancia, mi barrio, mi lugar, mi tierra, mi pequeño cofre de recuerdos.

Autores: Lina Marcela Plata Berrío, Karen Yulieth Laverde Sotelo, Daliana Morelo Ricardo
Dayaris Morelo Ricardo, Manuela Mejía Aguilar, Jordan David Navarro Arboleda, Sofía Hernández Zapata.

Esto es mi barrio

Es un lugar donde me siento feliz, ahí es donde me crie. Me encantan sus calles tranquilas, sus parques, sus paisajes… pero lo que más me gusta es el centro comercial; es relajado, tranquilo y un lugar para desestresarse. En mi barrio hay muchas chicas con las cuales puedo compartir, pero como hay cosas buenas, también hay cosas malas *_* Pandillas, drogadicción, peleas, etc. Solo con pensarlo me daña los recuerdos bonitos que tengo de mi barrio. Y, pues nada, son cosas que pueden suceder en cualquier barrio, y, sea como sea, amo mi barrio, las peleas por un lado y la felicidad por otro. Las buenas vibras, las buenas amistades, están en mi barrio.

Autor: Edwin Andrés Escobar.

 

Llegó mi libertad

En mi barrio se forman muchas peleas entre dos grupos de pandilleros: están los del Veinte de Enero y los del Obrero. Ser parte de estas pandillas implicaba pelear por un territorio. En medio de las peleas llegaban los tombos; una vez nos cogieron y tuve que pasar cinco años encerrado, tiempo en los que se esfumó mi adolescencia. Dentro del calabozo tuve que soportar a unos manes que eran los que mandaban en ese lugar; me golpearon y me tuvieron de esclavo. Después de pasar esos años enjaulado, llegó mi libertad; salí y fui a mi barrio, ¡y al llegar sentí algo tan chimba al ver cómo había cambiado todo! ya no había pandillas, todo era sano y estaba en paz. Esto es lo que todos quieren escuchar.

Autores: Sebastián Bonolis Herrera, Yackzary Cardona Pabón, Kiara Andrea Padilla Suárez.

 
A pesar de todo

Mi barrio, el Barrio Obrero, uno de los clásicos barrios de escasos recursos, en donde la pobreza y la desigualdad social son una realidad cotidiana, donde veíamos a los amiguitos “riquillos” y a los “arrastrados”, quienes, independientemente de su situación y sus etiquetas, eran niños con familias que luchaban por sobrevivir con los pocos medios que tenían; un barrio donde la falta de oportunidades e, incluso, el acceso a los servicios básicos son todavía un problema constante.

En mi barrio los niños jugaban en las calles y los parques, mientras que los adultos trataban de ganarse la vida con trabajos informales o vendiendo productos en la calle acompañados de sus hijos, sucios y con el rostro lleno de mocos. A veces era habitual escuchar los chismes de las vecinas diciendo que “el pan de cada día” de algunas de ellas eran los golpes de sus maridos, mientras ellas mismas se tapaban sus moratones con una base espesa de maquillaje.

A pesar de todo, en mi barrio, con sus calles sin pavimentar, con los niños corriendo mientras volaban sus cometas con sus pies sucios y descalzos, las calles llenas de charcos y a veces con mal olor; a pesar de eso, a los vecinos se les veía la berraquera que tanto nos ha caracterizado a todos, con esas madres solteras que salían por las calles a vender confites Bianchis, mientras muchos papás “rebuscaba” en sus trabajos de construcción para, al fin y al cabo, sacar a la familia pa’ adelante. Ahora todo a cambiado un poco, aún se ven los arrastrados, ahora llamados pandilleros, y algunos riquillos terminando la universidad; mientras nosotros, los “semiarrastrados” terminamos nuestro colegio perdiendo amigos en el recorrido: algunos de estos agarraron estudios y otros quedaron desempleados, rebuscando como pueden en el clásico barrio.

Autores: Juan Esteban Gómez Montalvo, Nicolás García Graciano.