Actualmente es común escuchar que la adolescencia y juventud contemporánea es la ‘generación de cristal’. Entre risas y juicios incómodos, familiares adultos mencionan que se quiebran con facilidad, y además, que se sienten ofendides ante las más ‘pequeñas adversidades’.
Explicamos cómo y por qué se agudiza en tiempos de natilla y buñuelos.
Hay que decirlo, el contexto de la ‘generación de cristal’ tiene una mirada eurocéntrica, se relaciona con el uso excesivo de la tecnología y se materializa en las redes sociales, por ende puede entenderse desde el privilegio. El término lo acudió la filósofa española Monserrat Nebrera, “se utiliza para referirse a los jóvenes nacidos después del año 2000. Dicha generación se distingue, por estar inmersa en el mundo digital; una generación destacada por ir siempre aprisa, por la acumulación de conocimiento”.
La definición de Nebrera está lejos de la realidad de un pelade de la periferia, eso se sabe ¿sí o qué?, pero las interpretaciones han variado. Según la investigación ‘El desafío de los estereotipos generacionales’ “hay autores que defienden que el término de ‘generación de cristal’ no se atribuye por motivos de edad, sino más bien, se refiere a aquel colectivo de personas que se caracteriza por luchar por los Derechos Humanos, por el respeto a la diversidad, la visibilización de salud mental, entre otras. Suponiendo esto un concepto despectivo para referirse a los mismos”. Por este lado sí le vemos el guiño, guiño a la ‘tavuel’.
>> Más allá de entender la raíz del término, este ha tomado fuerza en la cultura medellinense, sobre todo en las conversaciones de fin de año.
Nea, en los últimos días del año; donde las casas de los y las abuelas se hacen epicentro del encuentro familiar; los cánticos navideños detonan la nostalgia o la simpleza de una fe enseñada a temprana edad; los 14 cañonazos con sus distintos volúmenes transportan a una época; en diferentes contextos sociales de carencia o abundancia, la comida reúne el espíritu de unión; y claro, como toda unión, la palabra, el comentario, el chisme, la validación y hasta el mismo señalamiento, entran en juego, o mejor dicho, en fuego, como si se tratara de prender una chispita mariposa.
En la visión cotidiana, y aún más la antioqueña, se diría que la chispita mariposa es eso, diminutiva, inofensiva, como suelen validarse las palabras familiares. Pero tomando el contexto jurídico y político (que ha prohibido su comercialización desde hace varios años), también quema, y de qué manera, abriendo heridas que se pueden asemejar a los dolores que adolescentes y jóvenes viven en la palestra familiar.
Nea, la investigación ‘Generación de cemento vs generación de cristal: el adultocentrismo como sistema de dominio en la infancia – adolescencia’, aproxima la visión general como “aquellas niñas, niños y adolescentes que se quejan por todo, según la sociedad adulta. Aquellos que por cualquier razón se rompe (tal cual como el cristal) y quieren alzar la voz, quienes quieren manifestarse por algo que no les gusta, algo que no les parece, o algo que transgrede sus derechos”.
Parce, para explicarles más a la fresca, entrevistamos a Liliana Rueda Puentes, psicóloga feminista, quien trabaja en la Corporación Educativa Combos desde el 2016 en el acompañamiento psicosocial a mujeres de todas las edades, incluídas migrantes. En la conversa ella pudo agregar:
“El mes de diciembre es un mes que configura muchos colores para muchas personas, desde el encuentro familiar, desde lo grato, el abrazo, lo solidario. Pero también el encuentro familiar en donde sus estructuras están más fijas, en quizás seguir generando unos fuertes señalamientos a lo que sigue sumando unas afectaciones psicosociales bastante complejas que pueden ir en aumento para tener unos malestares emocionales bastante fuertes. Entonces digamos que si a eso le sumamos que si son familias que tienen unos altos niveles de consumos, unas relaciones basadas en el conflicto, desde la violencia, en no tramitar de una manera pacífica la situación de tensión, sino que al contrario, ponen en el velo público lo que está pasando en lo interno, claramente se generan unas acciones con daños bastante complejas que afectan cualquier psiquis o aumentan el dolor de cualquier psiquis”.
Aquí el visaje es que, la idea de la familia nuclear como un refugio se ve tambaleada por la presión de las expectativas consanguíneas, y más con el ‘empuje paisa’, es en este entorno donde se forjan los sentimientos de angustia, soledad y frustración que caracterizan a muchas adolescencias y juventudes.
>> Los dolores de la juventud popular
Sara, Nio y José Miguel, tres Editores de Ciudad de la onceava cohorte, nos comparten sus testimonios sobre sus dolores emocionales, los cuales no se resumen en una ‘fragilidad emocional’ como algunos podrían asegurar. Sus palabras hablan de un malestar profundo que nace del sistema.
Sara expresa una sensación de opresión constante, algo que ella define como un “estado de supervivencia”. Su dolor no tiene orillas, y el sistema, lejos de ofrecerle oportunidades, la condena a una rutina de funcionar todo el tiempo. Para ella, la salida está en los momentos pequeños: “ver los colores del cielo o una gota resbalando sobre las hojas”. A través de esos pequeños momentos, Sara se reconcilia con su ser y logra encontrar algo de paz.
Nio, por su parte, hace una reflexión más política sobre su dolor: “Sobrevivir contra el sistema capitalista”, asegura. La lucha contra un sistema que limita sus posibilidades por su clase social y que constantemente lo reprime por su identidad. Para él, la resistencia está en la autenticidad: “Soy quien soy y eso me hace feliz”. Su dolor se convierte en una fuerza que lo impulsa a ser fiel a sí mismo, a no dejarse moldear por la sociedad.
José Miguel, con una visión igualmente crítica, pone de entrada la inequidad social. “Que no tengamos las mismas oportunidades que otras personas”, aclara. Y hace una comparación simple y directa a causa del sistema: las personas de estratos más altos tienen acceso a más recursos y posibilidades, mientras los estratos más bajos viven la exclusión social. Sin embargo, su dolor no lo detiene, José Miguel está decidido a involucrarse con otras juventudes que comparten su malestar.
Pana, en la visión de les Editores de Ciudad, hay unos dolores que dejan de verse porque no son materiales, son sistemáticos, es el desarrollo vital que se deja a un lado, en la garantía de sus Derechos a la educación, al trabajo y a la salud, en especial la salud mental para contrarrestar un agotamiento emocional que cada vez se alimenta. Para entender la complejidad, aclara Lilith que, la familia tradicional también es producto de una estructura social que ha indicado cómo tienen que ser las nuevas generaciones para que funcione ante el sistema, alejándoles la posibilidad de ‘quebrarlo todo’, desconociendo esas miradas del reconocimiento de la otredad y de la diferencia en una sociedad plural.
“Las generaciones anteriores no era que tuvieran menos afectaciones, ni menos situaciones de daño psicológico, no se tenían derechos y con ello la falta de información que les permitieran poder alzar sus voces y poder expresar con mayores libertades, lo que pasara, lo que transitara. Entonces digamos que una generación que no posee garantías de Derechos y fuera de eso tiene restringida la información y el conocimiento, pues tiene menos posibilidades de expresar o abrir más ampliamente eso que afecta”. Agregó Lilith en nuestra entrevista.
>>En Colombia, el 63.3% declara haber enfrentado algún problema de salud mental. Encuesta de Minsalud para el año 2023.
Nea, el panorama que hemos explicado, se conecta con un choque de generaciones, “los mayores consideran que los jóvenes no están preparados para la vida, lo tienen todo mucho más fácil, carecen de conocimiento, son frágiles y se preocupan por cosas irrelevantes; a su vez, las nuevas generaciones consideran que las anteriores son anticuadas e inadaptadas, por lo que creen no pueden llegar a entenderse. Cuando la realidad es que toda generación ha nacido en contextos diferentes, sistemas diferentes, flujos relaciones, aspiraciones, perspectivas, etc., diferentes”, esto según el documento ‘El desafío de los estereotipos generacionales’. Pero entre líneas, sale a la luz un problema que se minimiza en la perspectiva adultocéntrica, y se agiganta en la vivencia adolescente y juvenil: la salud mental.
Según la encuesta del Ministerio de Salud (Minsalud), del 66.3% de las personas colombianas que declararon que en algún momento de su vida han enfrentado un problema de salud mental, el 69.9% relaciona a las mujeres (en el rango de los 18 a 24 el 75,4% lo declara así). Sin dejar de lado que, el 44,5% (casi llegando a la mitad) señala que ‘la casa’ es el espacio más propicio para generar problemas de salud mental.
Estos datos revelan que, la alta carga de enfermedad mental recae en la población joven y en las mujeres, y que el lugar donde más protección se debería guardar, o sea el hogar, sea el mismo donde casi la mitad de la población encuestada se sienta más vulnerable. Pipol, quiere decir que, justo en las fiestas de cierre e inicio de año, (sin caer en generalidades, sino en situaciones problemáticas), se propician comportamientos de familias aparentes, que funcionan ante las dinámicas del sistema patriarcal y les exige a sus hijes que correspondan; con la contradicción en las figuras de poder, mayoritariamente hombres, donde la persona adulta no toma como prioridad su salud mental y se convierten en replicadores de conductas o patrones de crianza.
Ante esta contradicción, Lilith da algunas luces: “Yo creo que también tenemos que ampliar un poco más la mirada de la familia. La familia no siempre es la familia consanguínea, la familia es la parcera, la familia es la docente, la familia es la vecina, el proceso juvenil. Yo creo que en este momento hay muchas acciones que rompen esa estructura familiar, que permiten encontrar otras voces, otros abrazos, otras posibilidades de preguntas y quizás de seguir cuestionando la vida, pero con más herramientas. O sea, todo esto es para decir que no estamos solos ni solas”.
>> Pero entonces, ¿ somos la ‘generación de cristal’ o somos la generación rota por el sistema?
En el contexto popular medellinense que hemos descrito, para abrir el debate, el dolor de las adolescencias y juventudes no es solo emocional, estético o superficial, es estructural, es social y político. No se trata de una fragilidad interna, sino de una respuesta al contexto que nos oprime, a un sistema económico y social que no nos permite desarrollarnos de manera saludable, a una familia que, en lugar de ser refugio, se convierte en fuente de presión, y a un entorno social donde el acceso a lo más básico se convierte en un privilegio. Es el sistema que nos está rompiendo, no somos nosotros quienes estamos quebrados.
Estamos ante una generación que ha aprendido a sentir con la profundidad de las heridas que le ha causado un sistema desigual, que nos roba oportunidades y nos impide vivir de manera plena, pero también debemos abrir puentes para coexistir y exigir la salud mental como derecho lejos de los privilegios. Ante la visión investigativa de Lilith, aclaró que el feminismo goza de miradas interseccionales en donde las mujeres han podido entender que no es lo mismo la vivencia de una mujer negra, a una mujer indígena, una mujer blanca o mestiza, a una mujer con discapacidad, “allí, existen otras miradas históricas y políticas de lo que ha significado hacer parte de sistemas sociales opresores, dominantes, desiguales, inequitativos, capitalistas, neoliberales y patriarcales”.
La ‘generación de cristal’ es un imaginario simplista que no hace justicia a las luchas cotidianas de les jóvenes. Somos una generación que resiste, que sobrevive, si algo hemos aprendido, es que el verdadero reto no solo es soportar el dolor, sino cuestionar el sistema que lo provoca, donde las adolescencias y juventudes no tengan que vivir como si estuvieran en constante estado de emergencia, y menos entre villancicos y buñuelos, en espacios familiares que son fríos, que se comportan como el hielo.